Viernes, 4 de abril de 2008 | Hoy
TALK SHOW
Por Moira Soto
De pronto, en el cable, donde menos se espera, salta una Lady Chatterley observada desde una óptica bien diferente a la de, por poner ejemplos conspicuos, Simone de Beauvoir o Kate Millett. Sin previo aviso, sin haber pasado por los cines, aunque muy elogiada y con varios premios César en Francia, aparece en la programación de Movie City este film de Pascale Ferran (Petits arrangements avec les morts, 1994, pasada por TV5; L’Age des possibles, 1997), de larga duración (más de dos horas y media) y es justo celebrarlo. Se trata, claro, de una nueva y sobre todo renovada adaptación de la archifamosa novela de DH Lawrence El amante de Lady Chatterley (1928), pero no de la tercera versión –la más difundida– sino de la segunda, que en Francia fue editada como Lady Chatterley et l’homme des bois, dándole el protagonismo a ella, la joven lady Constance que despierta progresivamente al placer sexual y a la pasión amorosa en compañía del guardabosque, en un aprendizaje compartido. Según Ferran, esta versión es más frontal, menos atormentada: los personajes no comentan, experimentan, y la naturaleza los acompaña en su transformación.
Cuando Lady Chatterley (2006) comienza, Constance, arrebujada en un amplio chal, contempla el paisaje otoñal que rodea el castillo. En el interior, después de la cena vista a través de los cristales, los hombres conversan con sir Clifford –el marido de la protagonista, que ha vuelto de la guerra paralizado de la cintura para abajo– y hacen chistes sobre la experiencia en el frente. Desinteresada, sola, Constance se sienta aparte. En las sucesivas escenas, se sugiere que la vida de castillo es oprimente para ella, que la mujer languidece atendiendo por obligación a su distante marido. En el tiempo libre, lustra la platería, tiende la ropa con las criadas, intenta tocar el piano. Pero alguna ficha le cae cuando va a llevarle un mensaje a Parkin, el guardabosque que conocíamos como Oliver Mellors en la novela, y ve al hombre desnudo hasta la cintura, lavándose al aire libre. Impresionada, se aparta unos momentos, espera que él se vista y habla brevemente con ese hombre hosco. Por la noche, al quitarse la ropa para ponerse el camisón, Constante detiene su mirada en el espejo, se mira desnuda. Ya en la cama, no puede concentrarse en la lectura.
El segundo encuentro con Parkin sucede después del invierno de ramas peladas y nieve, cuando Clifford ya tiene una enfermera que lo cuide. Constance abre de nuevo la tranquera y va al bosque en busca de junquillos, se acerca cansada a la cabaña, se queda dormida en el sillón del guardabosque. Decide volver a diario, hacer un alto en el territorio de Parkin, esa especie de ermitaño que le muestra dónde empezaron a anidar los pájaros, le enseña los pollitos recién nacidos y le alcanza uno que ella toma en sus manos sin poder contener las lágrimas al pensar en el bebé que no puede tener. El le pasa tímidamente la mano por la espalda para confortarla, ella no se resiste, él sigue hasta el pecho, la invita a entrar. Vestidos, en el suelo donde Parkin extiende una manta, sin besarse, sin hablar, tienen sexo por primera vez.
Seis encuentros sexuales que pautan relato y que van dando cuenta del entendimiento cada vez mayor de los cuerpos, de los primeros besos, del agradecimiento de ella, las sospechas de él de ser utilizado como semental... Constance descubriendo, tanteando, explorando un cuerpo masculino, la primera noche completa de amor en la casa de él y finalmente el juego gozoso en el bosque, desnudos bajo la lluvia, entre risas felices. Si hay en esta historia una dominación cruzada, como dice la directora –una dominación social, una dominación hombre/mujer–, en este episodio, en la desnudez y en el juego, ella y él se igualan. Y en la escena posterior, frente al fuego, se adornan mutuamente con flores, también se coronan entre sí con ramas.
Sin embargo, la directora no quiso ni darle total primacía a la presencia de la naturaleza ni desarrollar la tesis de que el amor es más fuerte que las barreras sociales. Más bien prefirió concentrarse en el nacimiento y la afirmación de una pareja: “Del amor como posibilidad de acceso a una verdad íntima, de cómo a partir de la atracción de dos cuerpos –a la que todo se opone–, un proceso puede ponerse en marcha. Y de qué modo este proceso de amar no es otra cosa que el aprendizaje de otras maneras diferentes de pensar, el aprendizaje de una lengua común. La invención de una forma de confianza, la aceptación de un abandono mutuo...”
El camino de conocimiento que hace Constance no se reduce a la expansión de sus sentidos y de su corazón: su inteligencia despierta y abierta la lleva a preocuparse por la situación de los mineros, a interesarse en el socialismo, a discutir con su pedante marido la idea de unos seres han nacido para mandar y otros para obedecer. Y cuando Parkin –que ha sufrido anteriormente una pésima experiencia- le dice que al casarse la mujer empieza a dar órdenes, ella le retruca: “En general, es el hombre el que las da”. Luego valoriza la sensibilidad de Parkin (“¿por qué creés que es un defecto? Deberías estar orgulloso”), logra que él acepte su dinero para comprar una granja, que no se sienta humillado sino libre.
Pascale Ferran encontró en Marina Hands a una intérprete cabal de Constance, de una transparencia milagrosa, de una comunicatividad plena de delicados matices que iluminan y a veces oscurecen la pantalla. Y lejos de buscar a un galán bonito, la directora eligió para hacer al guardabosque a un actor desconocido,Jean-Louis Coullo’ch, con poca experiencia y aspecto rústico: “Necesitaba un cuerpo arcaico, terrestre. Como filmamos cronológicamente, él se fue abriendo a medida que avanzaba el rodaje, así como ocurre con su personaje: fue muy hermoso”.
Lady Chatterley, por Movie City, hoy a las 13.55, el martes 8 a las 15.25, miércoles 9 a las 8.05, domingo 20 a las 16.20
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