Viernes, 4 de abril de 2008 | Hoy
SOCIEDAD
Desde la historia de las primeras cancionistas tangueras hasta una fiesta muy contemporánea, las drag-kings, esas mujeres vestidas de varones, están presentes en la cultura como espectáculo transgresor de sexualidades y roles flexibles y festivos. Una performance que se hace en el cuerpo.
Por Vanina Escales
Esmoquin, moño, galera y zapatos acordonados; en eso consistía el vestuario de Marlene Dietrich en el escenario de su primera actuación la noche que llega a Marruecos, la misma en que besa a una señorita y se mueve como muchacho. Escena que se salvó de la censura y que definió la imagen de la Dietrich andrógina y algo masculina. En su vida fuera de la pantalla popularizó el uso del pantalón, prenda que llegó a exigir para promocionar sus películas.
Sacar el traje del closet a fines del siglo XIX, y sobre todo en París, fue un gesto propio de las mujeres acomodadas, también de las artistas que tenían por costumbre las fiestas de disfraces. Tanto la fotógrafa Berenice Abbott como Colette, Natalie Barney vestida como el Príncipe Valiente y la galera bien llevada de la inquietante pintora Romaine Brooks.
Pero no hace falta ir tan lejos para encontrar cambios de vestuario. Las primeras cancionistas del tango ya conocían los secretos del dragueo, un touch and go de género que, sin embargo, no les impedía en lo más mínimo alcanzar las notas altas de sopranos.
Azucena Maizani merece un lugar especial en esta serie de dragueos: largos años frente al público vestida como gaucho y alejada de la parodia, fue la puesta en escena de la criollez apasionada y quien junto con Rosita Quiroga supo abrir la puerta para ir a jugar. En la década del ‘20 que las vio aparecer, las muchachas al tiempo que salían a trabajar en masas y se sacaron el rodete para cortarse a la garçon, se animaron al público. Y aunque Azucena tuviera que volver a hacer de costurerita en su casa luego de las primeras funciones, la Ñata no tardaría en ser la reina indiscutida del tango.
La película Tango no se encuentra en muchos videoclubs, pero basta poner las palabras “tango” y “Maizani” en YouTube para que aparezca cantando vestida de compadrito y con las manos en los bolsillos. Pueden continuar los ejemplos hasta formar una tradición de drag-kings vernáculas. En La niña de fuego (1952), donde Lolita Torres hace de una polizona andaluza que llega a Buenos Aires y finge ser varón para triunfar luego como mujer. También Susana Giménez está precioso en Mi novia el (1975), cuyo título original era Mi novia el travesti antes de pasar por el corte de la censura. El programa del cine 25 de Mayo presentaba la película diciendo “¿Será nena, será varón? ¡Qué problemón! ¿Es, se hace o parece?”.
En Casa Brandon comenzaron con fiestas drag hace un tiempo cuando estaban preparando las actividades de la agenda y empezaron a imaginar qué programar en un día que quedaba libre: “¿Por qué no hacemos una noche drag-king?”. Esa noche, desde la primera fiesta y en las fiestas drag siguientes, Lisa Kerner, una de las encargadas, se presentó como Alejo, el nombre que iba a tener si nacía varón. La invitación se planteó desde lo lúdico, “sin bajada de nada y sin discurso. El primer objetivo era divertirnos y jugar una noche a tener otro rol”.
–La primera que hicimos fue a la que más chicas vinieron dragueadas porque nosotras estábamos muy entusiasmadas, llamamos a las amigas, hubo mucha producción. Estábamos muy lindas. Y el resto de las que hicimos funcionaron menos porque a las chicas les da un poco de vergüenza, un gran prejuicio ponerse un bigote. Hay chicas que te dicen: yo soy refemenina, no me banco... la devolución del espejo en ese rol, no me sé mover, no sé hablar... es como que el cuerpo se transforma a partir de una indumentaria.
Las chicas no se dieron por vencidas e insisten cada tanto, aunque la próxima fiesta todavía no tiene fecha. Entre las entusiastas se ven sombreros, tiradores y mucho traje. Pero lo que parece ser indispensable es el camuflaje de la pilosidad facial, ni siquiera vestidas de varones el delineador de ojos tiene quien se le resista. Claro que se renuncia a la línea del párpado para pasar a las rayitas del bigote, la barba y las patillas. Una de las asiduas comenta a esta cronista “¿qué torta no fantaseó con ser chabón alguna vez?”.
En la tercera temporada de Sex and the City, la eternamente femenina Charlotte posa para un fotógrafo de su galería en una muestra llamada Drag Kings: The Collision of Illusion and Reality. En la primera temporada de The L Word se organiza una fiesta en The Planet. Lisa cree que fue en esta última serie donde empezaron a entusiasmarse con la idea.
–Yo cuando me dragueo me siento más puto que hombre. Es como una noche de juego de rol donde yo me presento como Alejo. Fuimos inventando juegos durante la noche porque es inevitable, estás disfrazada y todo lo que parte de ahí es algo muy lúdico. Insistimos con la noche drag porque nos parece que es interesante investigar ese terreno, ponerse en la piel de otro. La cultura drag es más cercana a la crossdresser que a la travesti. Sólo en algunos ámbitos y para hacer determinadas cosas.
–En realidad habíamos empezado con noche drag y era para kings y queens, pero a los varones les costaba menos vestirse de mujer que a las chicas de varón, en la poca experiencia que tenemos. Nosotras insistimos aunque hay alguna resistencia del tipo “no soy una lesbiana que se cree hombre”. Pero la idea es que juguemos un poco. Pero creo que la resistencia es no querer verse muy machona. Yo cuando me pongo el sombrero de cowboy, me pongo los bigotes y paso por un espejo es... chocante. Pero para mí está bueno porque es jugar con la identidad.
Entre la actuación y el dragueo no hay muchas diferencias. Tampoco en el género si coincidimos en que es performático –se hace– y no ontológico –se es–. Según Judith Butler, “lo importante del drag no es simplemente que produzca un espectáculo placentero y subversivo, sino que alegoriza las formas espectaculares y llenas de consecuencias mediante las cuales la realidad se reproduce y se contesta”. Hay una política en acto. Las fiestas que empezaron “sin bajada” permiten sin embargo una visibilidad que cuestiona en el mismo hacer lo que se entiende por real y desactivan aunque sea por un instante los mecanismos de lo binario. En lo lúdico del disfraz y aunque lo político no esté presente como discurso, lo cierto es que jugar con los roles es hacerlo con la autoridad. Bailate esa milonga.
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