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Viernes, 18 de abril de 2008

VIOLENCIAS

Costo agregado

A Santa la golpearon y la apuñalaron en una pensión de 20 habitaciones. No hubo quien escuchara los gritos, quien interviniera en su favor. La encontraron varios días después, cuando su cuerpo hedía. Dominicana, era una de las tantas mujeres que desde hace dos décadas llegan a la Argentina buscando un futuro, aunque aquí les ofrecen prostitución y violencia.

 Por Roxana Sanda

”Ya está. Lo encontraron.” El anuncio de la mayor, una dominicana de cuerpo macizo y sonrisa ancha, les contrajo el pecho a las demás, que habían acordado establecer una guardia de boca en boca para hallar al hombre que a mediados de marzo asesinó a su compañera, Santa Uceta Contreras, en un hotel de San Cristóbal. Al atardecer del domingo último, precisamente cuando el frío volvió a revelarles la crudeza de ese destino de esquinas que las atrapa hace años, fundieron abrazos de emoción profunda al calor de una esperanza que creían perdida. Por primera vez, acaso en décadas, un grupo de migrantes dominicanas rompió el silencio y logró que sus reclamos hicieran efecto sobre la Justicia argentina.

El presunto detenido, Alejandro César Rojas, un desocupado joven, en ocasiones taxista, huyó hasta el Paraguay en un viaje relámpago que pudo concretarse gracias a algún dinero guardado y al silencio cómplice de otros que lo vieron el 16 de marzo a la noche, de copas por varios boliches de Constitución y con las prendas ensangrentadas. Este último dato, que se desprende de una investigación periodística de lavaca.org, resulta central, no sólo porque compromete seriamente a Rojas en el femicidio de Santa sino, y acaso lo más grave, porque demuestra la impunidad que tiñó el hecho desde un principio. “Tenemos tantas preguntas como miedo”, dice Alina G., una compañera dominicana de Santa, que ejerce la prostitución cerca de Cochabamba y Sáenz Peña, a pocas cuadras de la pensión donde hallaron el cuerpo destrozado a puñaladas y trompadas. “Sabemos que había sangre por todas partes, que la corrieron, que le pegaron hasta deformarle el rostro y la apuñalaron muchas veces. ¿Cómo puede ser que en una pensión de pasajeros nadie haya visto ni oído nada? ¿Por qué nadie se acercó más tarde al lugar donde quedó encerrada, o esa noche o al día siguiente? La policía allanó la pieza el 18 de marzo, porque los vecinos y los encargados de la pensión ya no aguantaban el olor a podrido. Si no hubiera sido por eso, estoy segura de que hoy seguiríamos preguntándonos por su desaparición.”

Santa Uceta Contreras llegó a Buenos Aires tres años atrás, empujada por la pobreza que estrangula a su país y animada por su hermana, Yaniris, que desembarcó antes para escaparle al mismo infortunio. Desde un primer momento “La Yani”, como la llama Alina, ayudó a Santa en lo que pudo, con ropa y dinero, “pero en el fondo las viajeras, como nos llaman en la isla a las que emigramos, sabemos que si pasado un tiempo no conseguimos trabajo ni fregando, terminamos prostituyéndonos”. De día, porque las noches son de las travestis y prostitutas argentinas, y más precarizadas que aquéllas frente al control policial y el pago de “peajes” por los arribos clandestinos al país y la falta de documentación. “A algunas nos traen engañadas con contratos falsos de trabajo que firmamos en el lugar de origen y otras vienen resignadas a ejercer la prostitución. Pero en ningún caso esperamos que nos maltraten o nos asesinen.”

Luego de conocerse y entablar lo que Santa anhelaba como una vida en pareja, Rojas cambió el papel de novio por el de cafisho disciplinador a golpes e insultos, sin importar demasiado el embarazo reciente de su mujer ni los anteriores que había perdido. “Cada dos días muere una mujer a manos de su pareja, conocido o familiar. A esto se le agrega una combinación reestigmatizante por ser mujer, pobre, extranjera, migrante y prostituta, y la posibilidad de que exista una red de proxenetas detrás”, advierte María José Lubertino, titular del Instituto Nacional Contra la Discriminación (Inadi), uno de los organismos que promueven acciones para la regularización ciudadana de las comunidades extranjeras más postergadas en la Argentina.

Según los datos de entrada a Ezeiza y sondeos de la Organización Internacional de las Migraciones (OIM), unas 10.000 mujeres dominicanas pueblan este territorio. La primera oleada se registró en apenas dos meses de 1998, cuando ingresaron cerca de 5000 en una búsqueda de trabajo que se frustró por la escasez de recursos para sostenerse y las posibilidades nulas de regresar a su país. Llegaron a representar el 80% de las prostitutas extranjeras en la Argentina.

“Es un tema que abordamos en cada reunión. La migración tiene cara de mujer porque las jefas de hogar son las que salen para ayudar a sus familias. Y la violencia contra las migrantes parece un costo obligado. Pero la Justicia tampoco responde y las comisarías no escuchan los reclamos ni las denuncias”, sostiene la peruana Lourdes Rivadeneira, que coordina el Foro de Migrantes y Refugiados del Inadi.

Las extranjeras reclaman la instrumentación del acceso a los mismos derechos que las mujeres argentinas.

–Faltan herramientas, pero también es cierto que entre las organizaciones de migrantes hay un desconocimiento generalizado de recursos y derechos. Una salida posible son talleres y capacitación.

–¿Desde el Foro tienen contacto con los grupos de dominicanas en situación de prostitución?

–Sólo con algunas mujeres. La mayoría se siente estigmatizada, tiene miedo y considera invasivas las intervenciones. De todos modos, venimos batallando el tema de la trata con fines de explotación sexual: cerca del 70% de mujeres en esta situación son latinoamericanas de países limítrofes.

–¿Qué factores se relacionan con la estigmatización de las migrantes en los países receptores?

–Tiene que ver con la pobreza y el aspecto físico. No es lo mismo una migrante con dinero y blanca. A partir de ahí nacen todas las diferencias, y los padecimientos están cortados por la misma tijera para ellas y sus hijos e hijas. Por eso es necesario reclamar la ciudadanía plena para vivir dignamente y también para poder votar: somos el 6% de la población, que podría definir muchas situaciones, y sólo diciendo basta a la discriminación y la xenofobia podremos recuperar el poder perdido.

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Imagen: Gustavo Mujica
 
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