Viernes, 23 de mayo de 2008 | Hoy
CLASIFICADOS
No hace falta abundar en explicaciones para entender qué significa “sin globito”. Ese concepto que se replica en miles de clasificados para la oferta sexual, que invade las ranuras de los teléfonos públicos de este país con tarjetas de desnudos ilustrativos, invita en un código oscuro de picaresca folklórica para que el potencial cliente sepa que puede acceder al placer mayor de evitarse la molestia del preservativo. Transgredir el límite liberaría a la piel masculina de un peso engorroso, del fastidio por verse obligado a rendirles un respeto mínimo hacia los cuerpos de mujeres en situación de prostitución. No habría por qué respetarlas, piensa el común, si al cabo son putas y están para resolverles el polvo a los urgidos de recorrer esa instancia. En contraposición, “con globito” suele ser una perorata obligada que deben formular prostitutas y travestis antes de concertar la paga y la acción. No es broma: a muchos de los advertidos se les desploma el entusiasmo, ese nervio que los transporta al goce y que a ellas, en definitiva, las expone al peor abismo de la vulnerabilidad. Debería agregarse que en la Argentina, el 88,7 por ciento de las trabajadoras sexuales carecen de cobertura de salud, según estimaciones de la Asociación de Mujeres Meretrices de la Argentina (Ammar Nacional). El “sin globito” encierra, entre muchas otras cosas, una referencia de clase y exclusión; es una vara que mide a las jóvenes y pobres de este país. A las que son blanco de violencia social y judicial, que no pueden ni saben cómo acceder a los sistemas de salud y educación. Apenas dos palabras festivas destinadas a recortarlas como esclavas. La secretaria general de Ammar, Elena Reynaga, es clara al respecto: “Si se es pobre, no se nos considera persona. Eres una cosa que no tiene los mismos derechos que los ricos. El acceso a la salud como derecho es un privilegio cuando no se cuenta con recursos económicos para acceder a una asistencia de calidad, incluyendo los servicios de salud sexual y tratamiento de enfermedades de transmisión sexual (ETS)”. La situación se traduce en una cifra negra: el 80% de mujeres en ejercicio de prostitución se encuentran por debajo de la línea de pobreza. “No acceden a la educación, son foco de prácticas culturales como el machismo, factores que unidos a su trabajo las expone a la infección por vih y a las ETS”, detalla Reynaga. En este universo, el “sin globito” es ese lugar exacto donde cualquier intento de supervivencia hace agua. Pero un documento de la Asociación elaborado en 2006 arroja luz sobre las estrategias posibles para desandar estos lastres y generar “un mecanismo nacional que coordine la respuesta a la crisis del vih/sida”, que incluya programas de prevención en el presupuesto nacional. Deberían derogarse –precisa– “las normas legales que vulneran y exponen a la población de las trabajadoras sexuales” y reconocer su aporte “como sujetos de cambio y actoras clave para la prevención del vih, contribuyendo también al empoderamiento de otras mujeres y de la comunidad”.
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