Viernes, 20 de febrero de 2009 | Hoy
INTERNACIONALES > La foto de un niño que fue padre de un bebé, que podría confundirse con cualquiera de sus muñecos, sorprendió al mundo y provocó más de un debate. Sin embargo, miles de niñas son forzadas a la maternidad mediante la violencia sexual y merced al fundamentalismo pro vida que les impide abortar. Pero esas historias apenas conmueven.
Por Luciana Peker
Una nena de 11 años tenía un embarazo de seis meses cuando fue a hacerse un control en Paso de los Libres, Corrientes, en agosto del 2007. Los médicos le prohibieron los caramelos, le dieron de comer carne y la medicaron con hierro y las noticias hablaron de ella porque tenía un embarazo de “alto riesgo” hasta que ella fue madre. Una más. Una nena de 12 años embarazada después de un abuso pidió abortar, en septiembre del 2008, en Mendoza, hasta que grupos intitulados pro vida forzaron las puertas de su habitación, le mostraron fotos de un horror fabricado y la niña pidió continuar con su embarazo. Su maternidad también se convirtió en un silencio desamparado. En enero de este año una nena de 12 años estuvo internada después de una grave infección abdominal producto de un aborto clandestino realizado en Mendoza después que los pedidos de abortos no punibles terminaran atemorizando a otras niñas embarazadas de recorrer el camino legal para acceder a una intervención segura y legal. Sus historias de embarazos y maternidades publicadas con iniciales y en el inicio de su infancia despuntaron en la cotidianeidad de las noticias.
Otras muchas miles de niñas no salen ni con la punta de su nombre en el diario pero son mamás a la edad en que ser mamá debería ser apenas un juego, apenas uno de los juegos. Pero con él fue distinto. Porque es varón, porque es europeo, porque es británico, porque se sacó una foto, porque su foto lo mostró con su cara de niño, porque su cara de niño sostenía en su cuerpo de niño, en sus brazos de niños (tan habituados últimamente a sostener apenas cablecitos) a una beba recién nacida, por todas esas razones y otras inexplicables, el caso de Alfie, un chico-papi de 13 años, generó un debate en todo el mundo –y en Argentina también– sobre la paternidad en la infancia y en la adolescencia.
“Podría haberse encogido de hombros y quedarse en casa jugando a la Playstation, pero sin embargo estuvo cada día en el hospital”, señaló orgulloso el padre de Alfie Patten. El puntapié inicial marcó la diferencia: una mujer no elige –y pareciera que no pudiese elegir– la maternidad. El varón no sólo puede elegirla, también puede negarla y si no la niega –va al hospital– enmarca a un héroe pequeñito y responsable.
Alfie se hizo cargo de la bebé –Maifie– que pesó 3,100 kilogramos y que tuvo con su novia Chantelle Steadman, de 15 años, aunque ahora –tal vez por la repercusión– otros vecinitos levantan la mano para hacerse un ADN sobre la paternidad de Maifie. Pero Alfie decidió alzar a la bebé y reconocer, con lógica, que no sabe cómo mantenerla y que, sin embargo, nunca pensó en abortar. Tal vez otra de las razones por las que más allá de Alfie la imagen de Alfie recorrió el mundo.
En Gran Bretaña los medios afirmaron que él –de menos de un metro y medio de altura– es el padre más joven del país. Si es cierto, la historia de Alfie se entiende. Es una excepción y no una enorme falla del sistema educativo, sanitario y social que alienta a los chicos y las chicas a sobre erotizarse desde la infancia, pero que después los abandona a la hora de guiarlos sobre cómo disfrutar de su sexualidad sin correr riesgos ni postergar sus proyectos de vida.
“Creí que sería bueno tener un bebé”, dijo Alfie al diario británico The Sun. El y su novia se enteraron del embarazo a los tres meses de gestación y decidieron esconder la noticia en la localidad británica de Eastbourne. Hasta que la madre de Chantelle –con otros cinco hijos y un marido desocupado– un día asumió la panza de su hija y el embarazo quedó blanqueado entre las familias de un sector catalogado de humilde para los estándares europeos. “Sabemos que hemos cometido un error, pero ahora mismo no cambiaría las cosas por nada del mundo. Seremos buenos padres”, dijeron ellos en el hospital. Y Alfie tomó la palabra: “No pensé en cómo mantendremos a la bebé, ni siquiera recibo una paga semanal, mi padre me da 10 libras (aproximadamente $49,90 pesos argentinos) de vez en cuando”.
En la Argentina no se mide la paternidad infantil y adolescente –y es cierto que tampoco se dimensionan los efectos en los varones de su paternidad precoz– y de los mandatos que los obligan a ser proveedores a corta edad. Pero sí se sabe que por año cerca de 3000 chicas de entre 10 y 14 años se convierten en madres niñas. ¿Alfie es un caso que sorprende porque pone en tapa la paternidad adolescente? ¿Por qué en el primer mundo no sucede? ¿O por qué nos acostumbramos a que las niñas dejen la infancia pero ver a un varón con sus brazos ocupados en acunar a una bebé es una imagen tan fuerte que despierta?
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