Viernes, 20 de febrero de 2009 | Hoy
CRONICAS
Por Juana Menna
Una mano. Más bien, una manito que se desliza desde el probador de al lado hasta el suyo a través del hueco que deja la separación de fibrofácil, unos treinta centímetros por arriba del piso. Eso es lo que primero ve Javiera. La manito tantea la alfombra de pelo ralo hasta encontrar el jean que Javiera se sacó para probar unos vestidos de seda, se aferra al jean y finalmente... zácate, lo tironea y lo hace desaparecer de la vista de su dueña, que sale del probador a ver qué pasa.
“Emilia, devolvé eso, te dije mil veces que no podés tocar la ropa que no es de mamá”, dice una voz con un tono más o menos firme, más o menos pedagógico, que marca la separación entre palabra y palabra para que quede claro que el reto va en serio. Y como por arte de magia, deslizan el jean a su lugar mientras la madre de Manito abre la puerta de su probador, también enfundada en otro vestido de seda.
Las tres se encuentran un sábado por la tarde en el vestíbulo de un local en cercanías de la plaza Serrano, en Palermo, de esos donde venden ropa de diseñadores jóvenes al ritmo de música chill out. Las dos mayores se acomodan el escote, mirándose en los espejos para saber si les sientan los vestidos de atrás, de adelante, de perfil. Y también comienzan a reír por la extraña complicidad que les sirvió Manito en bandeja. Pero la nena, que no debe tener más de tres años, se siente avergonzada y quizás un poco humillada por la jocosidad de las otras, y empieza a llorar mientras echa para adelante su visera de Kitty.
–Te queda bien ese vestido –opina la mamá de Manito.
–Sí... –responde Javiera mientras gira un poco para verse la espalda–. Me gustan las rosas coloradas sobre el negro, pero me parece que el verde de las hojas es demasiado flúo. A vos también te queda lindo el tuyo.
–Sí, pensaba llevármelo aunque me da un poco de duda el escote. Es que tengo mucho busto, viste, y es un poco exuberante además de, bueno, un poco caído –explica la otra.
–Vienen unos corpiños push up que vi en la otra cuadra, que están buenos porque tienen almohaditas a los costados que te levantan.
–Ah, voy a ir a verlos. Pero tienen que tener tiras desmontables. Porque las tiritas transparentes de siliconas me parecen lo menos.
–A mí me gustan las de siliconas que vienen con strass –sigue Javiera ya dentro del probador otra vez, decidida a llevarse el vestido de rosas coloradas–. Si querés, te acompaño y entretengo a tu hija un rato.
–Buenísimo. ¿No tenés apuro? se entusiasman desde el probador contiguo.
–No... Parece que mi marido, su ex y sus hijitas tienen que solucionar un par de cosas, así que los dejé a los cuatro reunidos en casa y me vine de shopping.
–Bueno, acompañame y de paso buscamos un kiosco para comprar algo fresco porque mata el calor. Mi nombre es Fernanda.
–El mío, Javiera. Un placer.
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