Viernes, 21 de mayo de 2010 | Hoy
La dama de la avenida Alvear sigue dándole a la moda argentina ese toque personal y a la vez heredero de un espíritu Chanel que la ha caracterizado desde hace ya más de cuatro décadas. Propone nuevas tramas, nuevos materiales y un aire vintage para enfrentar este crudo invierno y ya cuenta con el fanatismo de Marta Minujin y Graciela Borges, entre otras clientas.
En estos días, cuando la moda vintage ha vuelto para quedarse y se revisa con fervor cada huella de los años ’80 y ’90, como tal, nada mejor que acudir a una fuente ineludible de la moda en Buenos Aires, como Gabriela de Fernández. Y uno de los mejores íconos de esa época, que todavía permanece fiel a su estilo y todavía celebra cada día la vuelta al glamour desde su tienda en la Galería Alvear, en plena Recoleta. Protagonista de una trashumancia de lujo entre Europa, USA, Chile y Argentina, Gabriela permanece fiel a sus gustos y gestos dentro de la costura refinada y conservadora, sin llegar jamás a los últimos gritos efímeros. En su mirada permanecen sus debilidades por las etnias europeas, paralelas a su inclinación definida por la gran Chanel.
Conocí a Gabriela a comienzos de los ’80, en su petit hotel de la calle Rodríguez Peña. Esa noche ofrecía una comida para ocho, y a los postres, empezó a cantar czardas, bailando mesuradamente, aires húngaros enseñados por su madre en su infancia. La evocación había comenzado con un plato de comida regional, polenta con guarnición de cebolla cruda, una delicia popular de su tierra de infancia, pero esta vez servida, en cambio, dentro de una suntuosa fuente de plata.
La ceremonia celebraba entonces, sus tiempos dorados porteños en ese petit hotel de la calle Rodríguez Peña, casi al llegar a los ’90.
Antes, su incursión en la moda se produjo entre 1976 y 1982, cuando se trasladó desde Chile a Nueva York, junto a su hermana Eva, con quien abrió su primera boutique, Principessa, en Lexington y 61, mientras su ídolo compartido de la moda norteamericana era Diane von Furstenberg.
En 1982, algo después, aterrizó en Buenos para inaugurar su Principessa en Buenos Aires, en avenida Alvear y Callao. Que luego cambiaría su nombre por Gabriela de Fernández, hasta hoy. En un recorrido coherente y fiel a su personalidad entre la plaza San Martín y Recoleta, con estadías más prolongadas en la calle Posadas y actualmente en la Avenida Alvear.
Gabriela Baum-Zweig nació en Bucarest, hija de Yolanda, una húngara ardiente y sensible, y de Abraham, un padre rumano y apuesto, como el que más, según declara Gabriela en tono edípico.
Son ellos, y sus abuelos de Transilvania, quienes forjaron la impronta mittel Europa que Gabriela todavía tiene y contagia en su entusiasmo. En sus recuerdos de esas comarcas rumanas y húngaras, con veranos en el Mar Negro y leyendas ancestrales de tesoros de joyas de la familia escondidas en esas orillas, se revelan, quizás, fuentes de inspiración estética siempre latente en su producción.
“En Bucarest, vivíamos frente al Círculo Militar, poblado de húsares provenientes de familias nobles y que lucían deslumbrantes en sus uniformes. Como Chanel, siempre amé el vestuario militar. Nunca su condición de militar como tal, sino por sus colores y el corte de cada prenda, su apostura. En evocación a esos trajes de parada, hice una colección en los ’90, que se pasó en el hotel Alvear. Carmen Yazalde, Teresa Garbessi, Mariana Arias, Ada Mazo y Ethel Brero lucían estupendas en esa ropa tan elegante” recuerda Gabriela.
Detrás de esa ropa, en la mirada y la cabeza de ella sonaban aires marciales ancestrales, pero entremezclados con aires gitanos populares, que sostenían muchas notas de colorido étnico en detalles de pasamanerías y accesorios que ella imprime en su ropa. Esa mezcla de toques populares por momentos llamativos, pero siempre pasados a través del espíritu de Chanel. Todo lo que ella hace, lleva una señal de Cocó. Un accesorio como el sautoir, camelias en el cuello o la solapa, cadenas doradas en la cintura, pasamanería controlada, su devoción por el tejido, y materias como el gros y el terciopelo.
Sus colecciones de los ’80 y los ’90 fueron aplaudidas por sus fans ilustrados y no siempre por víctimas de la moda. Un joven Charlie Grilli, diseñador de ropa y relacionista público de un entusiasmo arrollador, era su groupie más ferviente. En 1991, escribía en Ambito Financiero: “Prêt à couture en Buenos Aires: Gabriela de Fernández”, titulaba en cuerpo importante. Y seguía: “Deslumbró su total creatividad en las chaquetas militares que se usaron con pantalones masculinos, o polleras rectas muy cortas. Las chaquetas llevaban bordados de pedrería y pasamanería dorada en los cuellos estrictos. En la ropa de noche se vieron camperas de terciopelo con bordados de canutillo y paillettes, y otras con efecto patchwork de lujo. Alternando con vestidos de plisado Fortuny en túnicas sobre polleras de colores shocking y otros de estilo operístico con bustiers bordados y grandes mangas de satin.
Por su parte, Sara Braceras, en su columna inolvidable de La Nación, titulaba: “Elegancia chaneliana, recreada con autoridad por Gabriela de Fernández”. Y seguía: “Si bien, Fernández utilizó básicamente el tono marfil y el negro proverbiales de la gran Cocó, no excluyó el amarillo oro con negro o el tostado con negro. No se privó de los lunares y las rayas, en una variedad infinita de combinaciones, conformando polleras largas, rectas o tableadas junto a pantalones anchos y plisados, que junto a blazers y cardigans, permiten armar equipos de un sport elegante que también se puede prolongar hasta la noche, mediante el agregado de largas echarpes como las de Isadora Duncan. O junto a una blusa paqueta, un top, y el detalle de una flor, o un sautoir de perlas. Gabriela usa su material favorito, el tejido, ya sea en lana, seda o algodón, para sus looks lánguidos y distendidos, que definen la silueta típica de su estilo.”
Luego de una vida tan intensa y trashumante, Gabriela confiesa ahora, con su tonada chilena: “se me olvidó la fecha de mi nacimiento” coquetea. “Salimos de Rumania a pie, cuando ya se habían ido los alemanes, pero llegaban los rusos. Entonces nos fuimos literalmente a pie hacia Viena, adonde llegamos con grandes peripecias y allí pasamos tres años esperando la visa a Chile. Mientras, yo estudié música y ballet en la Academia de Música de Viena y no terminé mis estudios pues debimos seguir nuestra ruta con mi familia hacia Chile, en el año 1950, adonde nos esperaban parientes. Poco después de la adolescencia, dejamos Santiago con mi hermana Eva, fantástica creativa de la moda, y nos fuimos a Nueva York, adonde debutamos en la moda con una boutique, Principessa, hasta volver años después a nuestra América del Sur y desembarcar, finalmente, en Buenos Aires, mi patria de adopción y creación en la moda.” Acá desarrolló su estilo basado en Chanel con fuerte impronta de su estética propia, y anclada en la aproximación entre lo clásico, el folk y las etnias.
Para su colección de este otoño-invierno tan complicado en el mundo, Gabriela ha convocado las guardas aztecas, geométricas, coloridas y vitales, para su ropa tejida en tonos de negros de diversa intensidad, pero deteniéndose en tonos marrón muy oscuro como la tierra americana, iluminados por canesú ilustrados con guardas aztecas, diseñadas por su hijo Rodrigo Fricke, a través de máquinas endemoniadas. Su nieta Agostina, de 16 años, por su parte, luce con devoción ese tipo de chaquetas para la colección otoño-invierno 2010 firmadas por su abuela, aggiornándolas con unas calzas negras y zapatos de estampado animal, en tonos del tigre americano, que se ensamblan a los ocres, naranjas y lacre o rojo vivo de las guardas aztecas.
Marta Minujin, su más fiel clienta y amiga, ya tiene algún trofeo de esta temporada 2010. Hace unos años, la etiqueta de Gabriela se distinguió en su inhabitual look de madrina, que vistió para la boda de su hijo, Facundo Gómez Minujin: un conjunto de saco bordado con piedras de azabache. Para el casamiento de su hija Gala, en cambio, optó por un tapado blanco para su hija y un tapado largo dorado para ella, con detalles de brocato negro. Durante el verano pasado Marta llevó un vestido con fondo blanco e ilustrado por guardas multicolores aztecas, también firmado por Gabriela.
Por su parte, Graciela Borges, otra fanática de su ropa y su amistad, prefiere elegir el encaje negro como base sexy de bustiers sin breteles, para cóctel o noche.
La inclusión de telas de pura lana de cachemira traídas de la India, con estampados y temas centrales del estilo paisley (entre nosotros llamados búlgaro o palta) en tonalidades beige, ocre y marrón se ven en faldas que se llevan con chaquetas de lana marrón con detalles de tapas de bolsillos y cuello y puños en esos estampados únicos como detalle étnico y refinado, son las propuestas de Fernández para enfrentar tiempos duros del invierno 2010, que no excluyan el alivio de un toque de glamour.
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.