Viernes, 21 de mayo de 2010 | Hoy
DIEZ PREGUNTAS
Por Laura Rosso
–Por muchas cosas. Porque desde que me calcé una nariz roja, me enamoré de este trabajo y ya no pude parar. Porque adoro los payasos y sus lógicas propias. Porque me fascina el momento del encuentro con el público, de esa manera tan directa, única y contundente. Porque siento que los payasos viven como nadie “aquí” y “ahora”. Porque siendo payasa fue como más me conecté con mi propio universo creativo. Porque viendo payasos me encontré con otros de esos universos y, muchas veces, la experiencia fue preciosa para mí. Porque los payasos recuperan y habilitan el lugar del error, del fracaso, del accidente, de la imperfección, de la vulnerabilidad, del “no sé”. Porque, de alguna manera, yo creo que los payasos pueden, aunque sea un poquito, cambiar el mundo. Y, básicamente y sobre todo, soy payasa porque me hace infinitamente feliz.
–Para mí, la única diferencia entre un clown y un payaso es idiomática. Clown quiere decir payaso en inglés. Yo me llamo a mí misma payasa. Y, en algún momento, empecé a poner en mis mails que doy seminarios de “claun”, un poco porque sí, otro poco porque “seminario de payasería” me sonaba raro, y otro poco porque no me interesaba entrar en el debate acerca de a quiénes les corresponde el mote y a quiénes no. Reconozco que hay miles de formas de llevar a cabo este arte. Hay payasos de circo, de teatro, de calle, de hospital, para niños, para adultos. Y yo creo que todos ellos son payasos, pero ¿quién soy yo para decir si son más o menos payasas?
–Existen tantas definiciones de la técnica como personas que quieran sentarse a definirla. Como decía antes, hay muchos estilos, muchas “escuelas”. Pero, además de las diferencias que puedan existir entre esas distintas escuelas, para mí existen algunas constantes. Para los payasos –sean de circo, de calle, de sala, con nariz, verbales, mudos, gordos, flacos, hombres, mujeres– no existe la cuarta pared. Y eso es fundamental. Los payasos están en comunicación sabida y aceptada con el público. Saben que el público está ahí, y el público sabe que ellos saben que el público está ahí. Están conectados, sosteniendo juntos una ficción. Y en esa complicidad van y vienen cosas, y se generan emociones, entre las cuales, muchas veces, puede aparecer la risa, aunque no sea la única.
–Para mí, el payaso hace más que hacer reír. Es cierto que la risa es un factor fundamental en el mundo del payaso. Pero también puede conmover, provocar, sorprender. Lo que yo intento en los talleres es ayudar a las personas a descubrir y reconocer en ellos mismos cómo es el universo de su payaso, de qué está hecho. Qué cosas tienen para compartir con el público. Entonces, el punto de partida –la materia prima– casi siempre es personal, y el trabajo, volverlo escena.
–Las reacciones del público –sean risas u otra cosa– me calman, me asustan, me sorprenden. Muchas veces, las espero y, cuando llegan, me alivian. Otras, no las entiendo. Otras, las paso por encima sin querer, me las pierdo. Otras, dependo demasiado de ellas y me convierto en una especie de mercenaria, capaz de cualquier cosa por obtener un gesto de aprobación... Creo que los momentos que más disfruto son esos en que se genera ese vínculo en el que ellos se convierten en algo más que puros espectadores. Cuando eso pasa, compartimos una experiencia, un momento único e irrepetible (sea más o menos maravilloso). La famosa cuarta pared cae y, aunque ellos estén sentados en sus butacas y yo arriba de un escenario, el límite se vuelve un poco más difuso.
–En principio, ganas. Deseo. La decisión de desaprender algunas cosas y reaprender otras. La disponibilidad para abrir una puerta por la que podés encontrarte con cosas tuyas que te parezcan maravillosas y otras que no tanto. Una puerta por la que, además, pueden meterse otros a tu mundo. Y aceptar que esos otros, incluso, pueden reírse de vos, de tus tragedias, o enternecerse con tus boberías, o enojarse con tus desbordes. Y, a partir de esa decisión, se necesita mucho tiempo (de formación, de experimentación, de escena), mucha paciencia y muy buenos guías.
–Yo no me considero una habilidosa corporalmente, pero sí creo que mi cuerpo y mi voz son las herramientas expresivas más importantes que tengo. Todavía hoy, después de un montonazo de años de formarme y ejercer como payasa, me “peleo” con muchas cosas que considero fundamentales: cómo estar presente y proyectar sin tensar ni empujar, cómo transformar un impulso en acción, cómo no cortar esos impulsos... La cabeza es sólo una parte del cuerpo. Y aunque eso suene obvio, me llevó bastante tiempo (mío y de muchos de mis maestros) comprenderlo.
–Porque el humor es la mejor manera –y a veces la única– de tomarse muchas cosas. No soporto mucho la solemnidad. Y me parece que el humor te permite escuchar y ver cosas que, por otras vías, no podrías soportar o no te interesarían. Billy Wilder dice “Si vas a decirle a la gente la verdad, mejor que seas gracioso o te matarán”. A nivel micro me llevo mejor conmigo misma (y con unos cuantos otros) desde que soy payasa. Me llevo mejor con ser gordita, bruta, desbordada, competitiva, y bastantes otras cosas más... Y, a nivel macro, Charles Chaplin dijo tanto acerca de la humanidad como muchos grandes filósofos e intelectuales. Pero lo dijo de una manera más simple. O más sensible. O más accesible.
–Mis amigos todos. Mi novio. Los niños. Algunos viejitos. Los dibujos animados. Algunos animales. La seriedad exagerada, la pompa. Los momentos de hiperconcentración. O, al contrario, los de distracción, los de desubique. Los contrastes, las rupturas. Algunas actitudes de la gente cuando no se piensa observada (esa especie de intimidad donde no tenemos modales, ni juicio).
–Intento dejar una puerta siempre abierta para la sorpresa. Porque aprendí que dejarse sorprender es un factor fundamental en este trabajo. Siempre digo que cada vez que escucho a alguien decir “Mi payaso nunca haría tal o cual cosa” no puedo evitar imaginarme a ese payaso, detrás de esa persona, poniendo cara de “Ah, ¿no...? Dejáme salir un momento a escena y vamos a ver...”. Siento que en el momento en que uno piensa que entendió, que ya sabe de memoria cómo es, cómo piensa, cómo actúa su payaso, es el momento en que lo pierde. O peor: en que lo mata. Ser payasa, para mí, es también eso: una sorpresa constante.
Se acaba de reestrenar Cancionero Rojo,
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