Viernes, 20 de mayo de 2011 | Hoy
VIOLENCIAS
Una mujer separada sufrió la persecución de su ex pareja, policía en actividad, durante los dos últimos años de su vida. Las amenazas tomaron cuerpo el 28 de abril, cuando Cristian Juan Deferrari la esperó después de una salida con sus hijos y un hombre que ella estaba conociendo. Los chocó con el auto, los atacó a balazos y hoy está prófugo, pero desde las sombras sigue accionando con impunidad.
Por Flor Monfort
Cristian Deferrari lo decía siempre en la mesa familiar: “Si quiero atacar a alguien, le meto un par de balazos de la cintura para abajo y listo”. Lo que no pensaba Gabriela (se preserva su verdadera identidad por razones de seguridad) fue que esa máxima iba a ser usada en contra de ella, sus hijos y un hombre con el que estaba saliendo desde febrero, quien resultó ser el único herido del ataque ocurrido la noche del 28 de abril pasado. Deferrari disparó cinco veces su arma reglamentaria y se escapó.
Para reconstruir la historia, Gabriela cuenta que fueron pareja entre 2002 y 2009. Hace dos años quiso separarse del policía, quien trabajaba en la comisaría segunda de La Plata. Acompañó la decisión dejando la casa que compartían y alquiló otra, cerca de la primera, para facilitar el contacto de la hija en común, hoy de 4 años, con su papá. Otros dos chicos, hoy de 12 y 14 años, hijos de Gabriela y una pareja anterior, compartían el techo con ellos. Lo cierto es que, apenas se produjo la separación, empezaron el acoso, la persecución y las amenazas. “Mientras viví con él no era un tipo violento conmigo o los chicos, era alguien que estaba dispuesto a atacar y yo sabía que había herido a mucha gente, pero con nosotros siempre fue correcto. La locura empezó cuando yo decidí irme de la casa. El estaba teniendo actitudes muy raras, empezó a desaparecer por varios días, apagaba el teléfono y yo no sabía dónde estaba. La verdad es que para estar con alguien así preferí separarme, pero jamás pensé que se iba a volver tan loco. Con esa respuesta por parte de él, más lejos lo quise”, cuenta. Deferrari empezó a hacerle una marca personal a Gabriela, la seguía a sus trabajos y se quedaba esperando afuera que ella saliera y volviera a su casa. No se acercaba a hablarle, sino que seguía sus pasos y le respiraba en la nuca: se convirtió en una sombra permanente de la mujer. No sólo quería asegurarse de que ella no saliera con nadie y que no alterara de ninguna manera el itinerario de casa al trabajo y del trabajo a casa, sino que controlaba que la luz estuviera prendida a la noche y que las persianas estuvieran arriba o abajo, según la hora del día. Gabriela sabía todos los detalles en los que se fijaba Deferrari porque él se los relataba por teléfono, con mensajes de texto o largos discursos en el contestador. “Al principio quería volver conmigo, recuperar la pareja, me decía, después ya sólo me controlaba como un custodio. Para mí era horrible, vergonzoso y obviamente tenía miedo, pero el tiempo pasaba y el tipo seguía haciendo lo mismo”, cuenta y aclara que a la intención de hacer la denuncia siempre le aconsejaron que, mientras no pasara nada, no la hiciera porque sería archivada. “Si no tenés ningún golpe o marca, mejor volvé a tu casa, sobre todo porque él es policía”, le decían los mismos colegas de Deferrari que la atendían en la segunda. Gabriela pensaba en insistir, pedir otro tipo de ayuda, pero su ex aparecía y desaparecía por semanas. Cuando pensaba que se libraba de él, volvía al ataque.
La historia cambió en febrero, cuando Gabriela conoció a otro hombre y empezó a verlo, alterando los horarios que el acosador conocía de memoria. Enseguida el policía empezó a insultar a su ex pareja, redoblar los mensajes y la intimidación, pero en el último mes había desaparecido. “No sabía qué pensar, un poco me alivió porque fueron muchos días, pero había algo que me inquietaba. Sin embargo yo quería seguir con mi vida”, dice Gabriela. La noche del 28, ella y sus hijos cenaron en la casa de Luis y cerca de la medianoche volvieron en el auto de él a la casa donde Deferrari estaba esperando. “Yo lo vi adentro del auto pero fue todo muy rápido. Apenas Luis frenó en la puerta de casa, él prendió las luces altas de su auto, aceleró y nos chocó de atrás. Se bajó y empezó a pegar patadas y trompadas. Luis se bajó y forcejearon, pero enseguida Cristian sacó el arma y empezó a disparar. Estaba la nena, mis hijos más grandes, estábamos todos ahí mezclados. La verdad es que nos salvamos de milagro”, relata Gabriela, todavía shockeada por el hecho. Luis recibió tres impactos de bala: en la ingle, en el muslo y en la rodilla, tuvo que ser intervenido quirúrgicamente en el hospital San Martín y hoy está recuperándose en su casa. Al día siguiente, Deferrari siguió amenazando a Gabriela, pidiendo ver a su hija desde el mismo número de celular de siempre, (equipo que podría haberse rastreado) y descontando que la policía no va a detenerlo. “Es algo que dice en algunos de sus llamados delirantes. Y yo pienso que, a pesar de mi denuncia y mi insistencia, debe tener razón, porque mis teléfonos fueron intervenidos después de varias semanas y todo avanza muy lento. Recién ahora se libró una orden de captura, aunque hay miles de testigos, miles de pruebas, todo apunta en su contra”, reclama.
La causa está radicada en la fiscalía 7 de La Plata, a cargo de la Dra. Virginia Bravo. Deferrari está imputado por intento de homicidio y sigue prófugo. Gabriela, además, apunta a la fama de Deferrari en la ciudad, donde fue custodio de jueces, trabajó en el club Estudiantes, y conoce personalmente a jugadores y técnicos. “Sé que tiene protección. Más que nada tengo miedo por la nena, yo sé que en algún momento va a aparecer, me da miedo que pare un auto y alguien me la saque. La cambié de jardín, y después de traerla a la tarde, la dejo encerrada en casa. La nena entiende todo pero no habla de lo que pasó. Nosotros estamos asistiendo a un servicio de prevención de la víctima porque no salimos del shock. Yo pido que él esté preso, porque ahora tengo la atención de los medios, pero después pasa un año, las cosas se calman y el tipo aparece. Es como que siempre lo voy a tener respirándome cerca, como un fantasma.”
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