Viernes, 11 de noviembre de 2011 | Hoy
TEATRO
En 170 explosiones por segundo, Damiana Poggi y Virginia Jáuregui no sólo comparten un dolor generacional, sino también la convicción de que es necesario ponerle el cuerpo al relato heredado.
Por Carolina Selicki Acevedo
No se conocían, pero la historia personal de cada una las unió: sus padres fueron presos políticos en la última dictadura militar. Las ganas de hacer carne escénica sus historias las acercaron y así fueron construyendo el relato, alguno obtenido de modo “cuasi quirúrgico” y fragmentario de familiares, de gente que se les acercó y decidió abrirse al pasado que aún late, pero principalmente de sus puntos de vista sobre lo acontecido.
Esta puesta es la ampliación de la obra titulada Bajo las nubes de polvo de la mañana es imposible visualizar un ciervo dorado, que se estrenó en septiembre del año pasado en el marco de Teatro x la Identidad y ganó el Concurso de Dramaturgia de dicho ciclo, representada en el Teatro del Pueblo, bajo la dirección de Andrés Binetti. En esta ocasión, durante noviembre, las actrices y dramaturgas cuentan con el sostén de las acotaciones y preguntas en clave ficcional del actor Marcelo Aruzzi –quien también agrega efectos sonoros y sentencia los momentos donde pueden caer en los “golpes bajos”– y el acompañamiento musical a cargo de Guillermina Etkin. Ironía, realidad y dispositivos teatrales varios se ponen en juego para que el espectador –a quien no dejan de hacerlo partícipe– se indague sobre lo que está presenciando. No se intenta en ningún momento establecer verdades absolutas y la obra demarca por dónde va la enunciación: cómo fueron “afectadas” estas dos mujeres por la lucha y el destino de sus padres, que si bien influyó para ser lo que son escapan del cimiento de la herencia para ir en busca de su propia lucha, a su modo. Así, el hermetismo del “cuidado” en el abordaje de la historia familiar se traslada a cómo se conocieron sus padres, sus primeros recuerdos del jardín de infantes, la mirada más inocente pero no por ello ingenua de la niñez, el primer amor, canciones adolescentes que aún resuenan o el eco de un partido de fútbol. Dos mujeres que siguen redefiniéndose en las experiencias cotidianas.
La idea surgió gracias a que una amiga en común las convocó al conocer sus historias por separado. Damiana era de Bariloche y Virginia se había mudado allí de pequeña. Luego, ya en Buenos Aires, apareció el concurso y conscientes de que querían “contar pero sin culpas ni resentimientos, desde un intento de objetividad pero con una posición ideológica, cómo transitamos nuestra adolescencia en los ’90 y el vaciamiento cultural después de nuestros padres”, como señala Virginia, decidieron presentarse.
Al momento de representarse a sí mismas y revivir el pasado disgregado pero “compartido” con sus padres se apartan del sufrimiento porque son “actrices haciendo de...” y gracias a este arte que tienen como “su modo” de militar pueden lograrlo. “El resto se resuelve en terapia”, dicen. Pero si se quitan por un instante los recursos ficcionales, varios “datos duros” del texto sirven –o no, cada uno sacará sus conclusiones– para plasmar los hechos, que no dejan de conmocionar, aunque “luego de más de 30 años sigue habiendo personas que no parecen creer que esto sucedió”, como dice Damiana. Su padre es Guillermo Hugo Poggi, alias “Goyo”, quien militaba en el PRT al momento que lo detuvieron a mediados de noviembre de 1977: “Fueron tres años durante los cuales pasó por La Perla, Campo de la Rivera, cárceles de Córdoba y La Plata, hasta que salió en 1979. Luego se exilió en Italia. Como su salida fue un 17 de octubre, a pesar de que no era peronista, festejamos esa fecha como si fuese su segundo nacimiento. Lo naturalizamos sin conceptualizar demasiado lo que significaba. Su historia era algo que no podía nombrar, costaba ponerla en palabras, incluso si me preguntan fuera del escenario, me cuesta recordar. Creo que con la obra empezó a habilitarse un espacio nuevo”. El padre de Virginia, Rubén Hugo Jáuregui, también militaba en el PRT. En enero de 1975 –con 24 años– lo detuvieron y hasta octubre de 1983 “lo pasearon” por las cárceles de Devoto, La Plata –donde permaneció en los “pabellones de la muerte” de la Unidad 9–, Sierra Chica y Trelew. Luego conoció a su mamá, nació ella y en 1985 murió de un ataque al corazón. “En el proceso de los pabellones de la muerte es donde mataron a mi abuelo, Toto Jáuregui, y a mi tía, Alicia Haideé Jáuregui, también detenidos y hoy, desaparecidos.”
El nuevo título de la obra encuadra perfecto para una pieza que no cesa de generar estallidos, sobre y fuera del escenario. Con una puesta sencilla, los cuatro actores componen la “máquina dramática”, ya lejos del texto final denominado Cómo funciona un motor –escrito por el papá de Damiana– donde el mecanicismo se reducía a ellas. En enero del próximo año la representarán en la Sala Mirador de Madrid. A su vez, es interesante cómo ficción y realidad continúan mezclándose en cada representación: “El mismo día del estreno de este año, se juzgó y encarceló a Jorge ‘el Tigre’ Acosta, a Alfredo Astiz y al grupo de tareas liderado por Massera –en el marco de los crímenes de lesa humanidad durante la última dictadura– y no podíamos creer las vueltas de la vida. Esto es importante no en función de nosotras como hijas, sino del pueblo. Si a nosotras nos cuesta ver lo verosímil de esto, a los que no lo han vivido de modo ‘tan cercano’, seguramente les sea más difícil aún”, refuerza Virginia. Si continúan sucediendo estas “extrañas coincidencias” seguramente se deba a que todavía es necesario indagar en el pasado, no tan lejano, y aún fragmentario.
170 explosiones por segundo: Miércoles de noviembre, a las 22, en El Portón de Sánchez. Sánchez de Bustamante 1034. Entradas $40.
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