Viernes, 18 de noviembre de 2011 | Hoy
¡MIRá!
Nora Aslan incursiona en la fotografía y provoca con un libro de 500 páginas llenas de sueños, desilusiones y pérdidas, pero también de la vida y obra de una artista de altura.
Por Irupe Tentorio
No deja de sonreír y tampoco de moverse. Anda atenta, chispeante, como si fuera una cazadora. Tampoco se le nota el peso del tiempo, pero sí la vivacidad de los años. Lo que el transcurrir hizo de ella, una mujer que no se acobarda por el “etcétera”, que no necesariamente significa la nada misma, sino que en su caso es la sucesión de imágenes archivadas en cajas, cajones y discos rígidos. Porque ahora, con la era digital, es más fácil, se bajan y se guardan. Eso lo dicen, quizás, los que son menos románticos, o tal vez, los que agarraron la cámara cuando ya el laboratorio y la experiencia religiosa de revelar había quedado como segunda opción. El caso de Nora Aslan es el primero, tomó la cámara a sus sesenta y pico de años. Dice que estaba con ganas de hacer “otra cosa”. En su juventud ya había pasado por la experiencia de enseñar y aprender en la carrera de arquitectura, sin embargo no encontró su final, pero sí su compañero. “El fue mi alumno –cuenta–. Nos casamos y decidimos irnos de viaje a Europa. Viajamos durante un año. No teníamos mucha plata pero sí tiempo, así que navegamos en aquellos barcos de carga. Nos alquilamos un departamento en el centro de París y nos dejamos deslumbrar por su arquitectura.”
No hubo lugar a preguntas sobre el porqué de su vuelta. Nora se precipita y dice que ambos regresaron para tener a sus hijos en la Argentina, la patria esperaba. “Trabajé en diseño de interiores durante catorce años. Todos mis embarazos los pasé investigando sobre el trabajo artesanal. Antes no era como ahora, que con las máquinas todo finaliza pipí cucú. Pero además, me gusta la tarea minuciosa, las terminaciones impecables, prolijas... para mí no desaparecieron con la nueva tecnología, al contrario, ese oficio fue mi gratitud y mi campo de trabajo.” Ella no lo dice, pero se nota que es su marca registrada. Su libro de fotografía Etcétera tiene casi 500 páginas. Las imágenes congeladas se eternizan bajo una tapa metalizada. “La tapa es una foto de una remera de lentejuelas que nunca usé. Me gusta mucho, pero nunca encontraba la ocasión para lucirla”, dice.
No hay exposición, pero hay planes. Nora sabe de memoria el camino y los vértigos que dan las exposiciones, sabe lo que es estar ante la mirada de los demás, recibir lo que le devuelven y sobre todo que no necesariamente es una meta, un camino o el fin. “Sí, sería lindo, pero la ansiedad por ver obras mías colgadas ya pasó. Varias de ellas se expusieron en Nueva York, Europa o acá en el Museo de Bellas Artes.” La obra a la que hace mención pertenece a la serie que exhibió en el Museo Nacional de Bellas Artes en 1997 y que recibe el nombre de “Alfombras, Manteles y Acolchados”. Aslan necesitaba volver al plano, y es por aquellos años que eligió la técnica del collage. De una manera más contundente y ácida trabajó con la realidad humana. “Empecé a usar imágenes fotocopiadas y luego las utilizabas a modo de collages. Decidí tomar imágenes de seres humanos en cantidad, ya que de esta manera se puede armar una textura ambigua. Multitudes de cuerpos que pasan a ser una textura, pierden su valor individual, pierden el valor que uno le daría a un sujeto u objeto frente a nuestra mirada y se transforman en una especie de fondo texturado que no existe”, señala.
Nora nunca puso a marchar el cronómetro para que indique el conteo de años que existió y existe entre un cambio de actividad y otra. Lo que sí sabe que lo último que la cautivó fue el collage. Esa fue la puerta de bienvenida hacía la fotografía, que tampoco siguen una línea o un eje temático repetitivo. Lo que aquí se repite es la vida, las formas, los colores, sus vecinos, viajes, amores. Ella sólo quiere eternizar la vivacidad de lo cotidiano. Nora fotografía lo que la rodea, como si su vida no dejara de sorprenderla, como si quisiera enaltecer el placer por las pequeñas cosas, los hijos, los amores, el sol en la cara, un jardín. Testimoniar con una cámara pocket que lleva en cada una de sus salidas: “Si no la tengo conmigo, me siento mal”.
Dice que le interesa la chispa que se da al juntar dos imágenes, lo que nace de esa chispa creativa, infinita. “Lo que hice fue armar relaciones provisorias y personales, cada uno verá diferentes cosas. Me gusta escuchar los comentarios que hacen las personas cuando ven mis fotos. A veces coincidimos con la misma idea, y muchas otras me devuelven lo que no había visto. Para mí el collage es el eje, la cámara en la mano y el mundo alrededor.”
A Nora no le molesta que su vida sea un collage de tiempo, actividades y amores, ella no podría vivir sin esa diversidad de tiempos y estados, porque sin ellos no lograría eternizar el brillo de la vida.
Fotografías Etcétera, con texto de Paula Jiménez, Julieta Escardó, Sandra Santana Mora y traducciones por Bárbara Belloc, se encuentra a la venta en la librería del Malba, en Kabinett, la Boutique del Libro en San Isidro y en Cúspide. También vía mail [email protected] / www.noraaslan.com
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