Viernes, 25 de noviembre de 2011 | Hoy
Ríos de tinta han corrido para denunciar el rol que las feminidades ocupan en los medios, pero poco y nada se ha avanzado más allá del diagnóstico. ¿Por qué el sentido común consiente y naturaliza esta violencia? ¿Intervenir, penalizar, poner el grito en el cielo podría servir de algo?
Por Adriana Amado *
Esta no es una columna sobre violencia ni sobre mujeres. Apenas si intenta hacer una reflexión sobre el escenario donde exhiben algunos de los peores actos que una perpetra sobre las otras. De los medios, que de eso se trata, se ha dicho mucho y, sin embargo, seguimos sin saber algo que evite el próximo golpe. Ríos de tinta sobre los ríos de sangre que no mueven las convicciones ni de los especialistas ni de los criminales.
Primero el imperialismo cultural, después la denigración de la figura femenina, hoy la violencia intrínseca que atraviesa clases y ámbitos sociales, la cuestión es que cuando se habla de los medios se confunde la consecuencia social con uno de sus síntomas. El mundo es violento, dicen, los medios son violentos, ¿entonces? ¡Los medios reflejan la realidad!, se justifican unos ante los que piden un poco de moderación de lo que se muestra. ¡Pero no!, dicen otros. ¡Los medios no reflejan la realidad! La realidad no es tan insegura como cuentan los diarios, protestan aquéllos. Es cierto, no la reflejan pero porque la realidad es peor de lo que se ve en la tele, dicen los sorprendidos por crímenes sociales que aun no habían pensado ningún guionista. Es cierto, no la reflejan, decimos, porque nosotras, las mujeres cotidianas, las minorías, las postergadas, las sufrientes, las nuevas feminidades, no estamos en los medios. Podríamos seguir discutiendo sin ponernos de acuerdo, básicamente porque medios y realidad son dos cosas diferentes.
El hecho de que los medios atraviesen la vida contemporánea ha llevado a postular que los medios son la vida. Pero casi nunca lo que se ve en los medios coincide con lo que pasa en la nuestra. Pero la vida social viene tan brava últimamente que necesitamos buscar culpas. ¿Yo, señor? ¡No, señor! Pues, ¿entonces, quién la tiene? ¡La gran conspiración! ¿Cuál de ellas? ¡La mediática! ¿Cuál otra? Lo curioso de esta condena es que suele venir de gente que no estudia los medios, o que se siente por fuera de ellos al punto de que supone que los medios generan atrocidades a los otros. Manipulan esas masas desprevenidas que nunca los contienen, porque ellos, los críticos, los que no ven televisión, los que leen solo lo que hay que leer, son inmunes a esos medios que consumen indolentemente gentes peores de ellos. La solución que se dio hasta ahora es intervenir en los medios.
Las investigaciones en comunicación vigentes señalan lo contrario, que hay que mejorar las condiciones sociales de las sociedades en las que se insertan esos medios. Son más poderosos en situaciones de debilidad vincular, pobreza cultural, amenaza social, inestabilidad económica.
Se atenúan sus efectos cuando estas cuestiones se revierten. Los efectos de los medios no están determinados por un poder mediático intrínseco. Lo que ocurre es que es más fácil acusar qué le hacen los medios a la sociedad, que preguntarse, como aconseja Zygmunt Bauman, qué tipo de sociedad es la que produce esos medios. Es fácil concluir que esa construcción de la imagen femenina que hacen los medios no se nos parece en nada. Es difícil asumir que se parece también a los peores prejuicios que la sociedad tiene de nosotras. Frívola gastadora, obsesiva de su cuerpo, abnegada en la cocina, o cualquiera de las imágenes de esas que circulan por las tandas. Si nos tratan de tontas, dijimos, desarticulemos los mensajes para despertar las conciencias dormidas. Sin embargo, años de trabajos y denuncias sobre el sexismo en los medios no han generado los cambios profundos que se esperaban. Militancia de organizaciones y campañas de concientización no han propiciado mejoras contundentes en la violencia doméstica. ¿Por qué? Porque los estudios de la comunicación demostraron la falacia de uno de los mitos heredados de la Ilustración, ese que decía que la verdad nos haría libres. Mucho menos nos vendrán a liberar los medios.
Así lo sostiene George Lakoff, lingüista cognitivo que hizo estudios experimentales sobre las reacciones de la sociedad norteamericana frente a temas como el aborto y el matrimonio igualitario. Concluye que no importa cuánto se diga en los medios, ni importa siquiera que a veces les asista la razón y la ley, cuando lo que dicen va en contra de los marcos conceptuales que predominan en una sociedad, se ignoran los hechos y se ratifican los preconceptos. De ahí su ineficacia para cambiar actitudes o educar en nuevos valores. En nuestras sociedades, por ejemplo, el marco conceptual del hombre poderoso y la mujer débil sigue implícito en casi todos los mensajes que nos involucran. Aun en esos bien intencionados, que hablan de víctimas inocentes, que tienen implícito el marco conceptual de que hay víctimas no inocentes, que merecen su muerte, su violación, sus golpes. Así de horrendo es como para reconocerlo.
La causa primera de los mensajes circulantes no son los medios, sino un sistema (político, social, cultural, económico, religioso) en el ue se apoyan las creencias que marcan roles femeninos y masculinos.
Las investigaciones sistemáticas sobre efectos de los medios (que no son los estudios de los mensajes, que nada dicen acerca de qué generan en las audiencias) confirman que están claramente condicionados por factores sociales. No hay evidencias de sociedades educadas a través de los medios, y sí de que las sociedades educadas son indiferentes a los medios (que eligen para instruirse instituciones más sólidas y confiables que la televisión).
Esto no significa desconocer el importante papel que juegan los medios en la circulación del “sentido común”. Pero como insiste el reputado sociólogo Manuel Castells, los medios no son un poder: son el espacio donde se juega el poder de otros actores que estuvieron encantados de que todos estos años nos la agarráramos con los mensajeros mientras ellos seguían haciendo lo suyo. Podríamos seguir haciendo investigaciones, congresos, discusiones públicas, para demostrar que los roles de la mujer en los medios son subordinación, decoración, abnegación. Pero verdaderamente novedoso sería explicar por qué el sentido común sigue aceptando que aparezcan esas imágenes sin inmutarse. Nunca, en la breve historia que los medios tienen en la humanidad, se vio que los cambios sociales vinieran de ellos, y sí que tardan bastante en incorporarlos. Creer que se combaten los crímenes de género porque el actor que acaba de hacer de marido maltratador pasa el teléfono del centro de ayuda a la violencia familiar podría ser ingenuo si no fuera un tanto peligroso.
* Dra. en Ciencias Sociales. Docente e investigadora UNLAM .
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