Viernes, 25 de noviembre de 2011 | Hoy
ENTREVISTAS
Un equipo de investigadoras feministas escribió Grietas en el silencio, un trabajo en el que analizan el tema de la violencia sexual en el marco del terrorismo de Estado, haciendo eje en los testimonios de mujeres y varones sobrevivientes de campos clandestinos de la última dictadura. A instancias de la agrupación HIJOS de Rosario, y junto a las ONG Cladem e Insgenar, las autoras, cinco abogadas, una psicóloga y una periodista, bucearon en la memoria de las y los ex detenidos tras las huellas de abusos y violaciones hasta ahora subsumidos jurídicamente en el delito de “tormentos”. Marta Vassallo, editora del libro, habló de las motivaciones e implicancias del material dirigido al Poder Judicial que, en algunos casos, ya ha acusado recibo y propone considerar la violencia sexual ejercida por los represores como delito de lesa humanidad.
Por Noemi Ciollaro
“Después de los golpes, vendada y atada me pasaron a la sala de tortura, me desnudaron, me manosearon, eran varios que todo el tiempo me decían que me iban a violar, me picanearon en la vagina, los pezones, la boca, y después me violaron... había un trato degradante con las mujeres... porque éramos mujeres”. (Mujer 5).
–A raíz de su contacto con HIJOS de Rosario las organizaciones feministas Cladem (Comité de América Latina y el Caribe para la Defensa de los Derechos de las Mujeres) e Insgenar (Instituto de Género, Derecho y Desarrollo de Rosario) se presentaron como amicus curiae (amigo de tribunal) al tribunal de San Martín, después de la sentencia que condenó a perpetua por crímenes de lesa humanidad a Santiago Omar Riveros, militar de Campo de Mayo. El amicus curiae lo que decía era que Riveros había sido condenado por los crímenes de privación ilegal de la libertad, tormentos, desaparición forzada y homicidio, pero que no se habían tenido en cuenta las violaciones sexuales denunciadas por dos de las testigos sobrevivientes con el argumento de que las violaciones no eran sistemáticas sino eventuales y que por lo tanto no se inscriben en el marco de los crímenes de lesa humanidad.
–Claro, por eso lo que sostienen Cladem y el libro es que, independientemente de si son eventuales, esas violaciones y otros ataques a la integridad sexual, son sistemáticos porque integran el plan de represión ilegal que sí era sistemático. Y en esto se tiene en cuenta la dificultad particular que tienen las víctimas de violencia sexual de hacer las denuncias, a pesar de lo cual desde el primer juicio a las Juntas, en 1985, hubo denuncias de diferentes formas de violencia sexual contra mujeres y hombres secuestrados, y esas denuncias en el juicio del ’85 fueron expresamente excluidas.
–Sí, acuerdo entre los jueces... y si no me equivoco de la misma forma dejaron afuera el asunto del robo de bebés. La prueba es que no hay condenas por esos crímenes y que cuando hay denuncias, y son muchas las que hay, no hay repreguntas, no son atendidas esas denuncias. Durante los testimonios los miembros del tribunal intervienen con preguntas o comentarios, pero en las denuncias de violencia sexual no tienen ni repreguntas ni comentarios. Es como si no hubiesen sido escuchadas.
–El tema aparece a partir de ahora y, evidentemente, hay un cambio cultural y en la jurisprudencia. Para el Código Penal argentino recién en 1999 la violación deja de ser un crimen contra la “honestidad” y pasa a ser un crimen contra la “integridad” de la persona atacada. Además, mucha jurisprudencia se suma a partir de las guerras étnicas en los Balcanes, en el Congo y en Ruanda. Pero, concretamente, en el artículo de Florencia Barrera del libro se puntualiza cuáles eran los elementos legales que ya regían en los años ’70 y ’80, vigentes en el Juicio a las Juntas, que habilitaban a condenar por estos delitos. Después se añadió mucha más jurisprudencia, han avanzado las leyes locales y hay un cambio social y cultural que habilita más denuncias. Y hubo cambios en las personas que testimonian. Así fue como el grupo de abogadas de Cladem Rosario decidió que hiciéramos entrevistas a sobrevivientes de centros clandestinos de detención que hubieran padecido este tipo de delitos o que hubieran sido testigos de ellos. Hicimos catorce entrevistas en total en cinco provincias, cuatro de ellas a hombres, que es más difícil que se refieran al tema, no es que sea sencillo que las mujeres hablen, pero con los hombres resulta aún más complejo. A los testimonios se sumó la información que pudimos recoger en todo tipo de medios y la bibliografía a la que acudimos. Las abogadas Susana Chiarotti, Analía Aucía, Florencia Barrera, Celina Berterame y Alejandra Paolini se distribuyeron los diferentes aspectos de la cuestión jurídica; mientras que la psicóloga Cristina Zurutuza intenta una indagación en la subjetividad de quienes pasaron por la experiencia de los campos. En mi caso hice varias entrevistas y edité el libro además de escribir la introducción.
–Sí, la cuestión del silencio, de la negación de la violación, aunque sea a través del silencio, es el resultado de un legado cultural en el que la mujer ha sido inducida al silencio sobre estos ataques, porque así protege el honor familiar. Y en el caso de los hombres es más difícil aún.
–Sí, y hay algo interesante que escuché en el último seminario que realizó el Centro Cultural Haroldo Conti (en la ex ESMA) porque una de las cosas que yo advierto en la introducción del libro es que creo que hay una gran asimetría entre el gran aparato crítico que ha aportado el feminismo a la cuestión de la violación de la mujer, pero que no hay un aparato crítico y teórico comparable respecto de la violación contra hombres. Eso crea una asimetría inevitable en el libro. Una de las diferencias que marcan algunas de las autoras es que la mujer cuando habla de las experiencias de violencia sexual demuestra culpa, por ejemplo dicen cosas como “todavía me pregunto qué podía haber hecho yo para evitarlo”, cosa que no ocurre con los hombres. Y en ese seminario una antropóloga dijo que hay una diferencia y es que algunas de ellas pasaron por situaciones de servidumbre sexual, cuestión que en ningún caso ocurrió con los hombres. El hombre ha sido vejado sexualmente en el marco de la tortura, pero no hubo esa modalidad de servidumbre que sí se dio en casos de mujeres cautivas.
–Sí, lo recuerdo, y eso es algo que se escucha, incluso creo que una de las personas testigo de esos campos es alguien que habla en términos confidenciales, en ámbitos de confianza, pero por ejemplo no hizo esa denuncia cuando testimonió en público. Su argumento fue que no quiere que sus hijos escuchen y sepan lo ocurrido. Recuerdo algo que contó Hugo Cañón en un debate sobre el tema, de una mujer que por primera vez y sin haberlo premeditado, en su testimonio denunció haber sido violada, y cuando regresó a su provincia de origen se encontró con un terrible desquicio familiar porque el marido y los hijos se habían enterado. Incluso una de las personas entrevistadas, que se sabía que había sido víctima de ese delito, lo negó, muy presionada por su entorno.
–En general demuestran alivio y reconocen que tenían necesidad de hacerlo, de poder poner en palabras lo ocurrido, y justamente quienes así se manifiestan son los que aceptaron testimoniar, pero no todas las personas quieren volver sobre este tema. Algunos pidieron tiempo para pensarlo y no contestaron nunca. Hay quienes testimoniaron en el libro sin su nombre, pero ahora aparecen en las presentaciones del libro.
–Las mujeres del Poder Judicial con las que hablé, dos de ellas fiscales, estaban plenamente de acuerdo en que la violencia sexual en el marco del terrorismo de Estado sea crimen de lesa humanidad. Pero observan trabas en la Justicia. Una de ellas, que además tiene mucha experiencia como fiscal en casos comunes y corrientes, mide la dificultad de esto por cómo se reacciona y por los comentarios de los miembros de la Justicia en casos comunes de violación, y a lo que se expone una mujer cuando denuncia violación. También hay en esto una fuerte cuestión social.
–Una de mis entrevistas incluyó a un hombre que no era una víctima directa y que además resultaba muy significativo por la manera contradictoria en la que se refería a la cuestión. Era un sobreviviente de El Vesubio que, refiriéndose a una persona cautiva que aparecía como pareja de uno de los represores, sostuvo con énfasis en su testimonio que no hubo violación, que hubo consentimiento. Pero después ante el tribunal se dirigió al público advirtiéndole que no abriera juicio sobre lo sucedido especialmente a esa persona a la que él se había referido de esa forma. Fue un testimonio muy extenso e interesante, lleno de detalles terribles, que terminó diciendo algo así como que “todos fuimos violados”. En el testimonio esa persona decía que había represores cuyo deporte era hostigar a las mujeres, pero a la vez sostenía que la violación había sido algo excepcional; es decir que no resolvía la contradicción de lo que sostenía, pero la contradicción en sí misma me pareció muy significativa.
–Consulté eso con una abogada del CELS que es querellante en estos juicios y dijo que la reparación tiene muchas formas, que no es necesariamente económica. Que el solo hecho de reconocer el delito y condenarlo como un delito aparte, empieza a ser reparatorio. Dijo que las reparaciones pueden ser simbólicas, consistir en reconocimientos explícitos, en pedidos de disculpa, y también pueden ser económicas, pero ella no lo veía como necesario o como lo más característico de la reparación.
–No, esto se entiende para los juicios que se abran de aquí en más. Por eso justamente Grietas en el silencio se hizo con mucha celeridad, se imprimió no bien estuvo listo y salió en veinte días. La idea es que el libro incida en los operadores judiciales de los juicios que se están abriendo ahora.
–Yo no he hecho un seguimiento, lo debe estar haciendo Cladem Rosario. Pero está el caso del juez Sergio Torres que decidió reabrir un expediente específico para investigar los delitos de violencia sexual en la ex ESMA. La semana pasada por primera vez en Rosario, la Justicia Federal declaró que los hechos de violación ocurridos durante la dictadura son delitos de lesa humanidad e imprescriptibles, por el caso del represor Mario “Cura” Marcote. Y está la Unidad Fiscal de Coordinación y Seguimiento de las causas por violaciones a los derechos humanos cometidas durante el terrorismo de Estado. Ahí Pablo Parenti y Jorge Auat se hacen eco del planteo y elaboraron una guía para el abordaje de estos temas de parte de jueces y fiscales, subrayando que para la Unidad Fiscal esos abusos sexuales deberían ser juzgados como delitos de lesa humanidad.
–Porque fue hecho con un objetivo fijo y urgente, se priorizó el tema de que el libro circulara en los ámbitos en los que está la gente que debiera aplicar la propuesta que se hace. Pero no se descarta que llegue a las librerías más adelante.
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