Viernes, 25 de noviembre de 2011 | Hoy
PANTALLA PLANA
Al borde del agotamiento del formato GH, creado hace más de una década, la casa panóptica reabrió sus puertas en Telefe a comienzos de noviembre, con una población muy joven, obviamente seleccionada por sus cuerpos antes que por sus mentes, que no brillan.
Por Moira Soto
El ojo de Dios encerrado en un triángulo, de la iconografía católica destinada a controlar hasta el mínimo acto de sus fieles, ha encontrado su réplica pagana en el ojo rodeado por un círculo de Gran Hermano, reproducido hasta la saturación en la pantalla de Telefe, en programas en vivo desde la Casa, debates, galas, emisiones por la Internet. El ojo de Dios se supone que es una presencia constante, de una visión omnisciente, que mientras te sigue todos los pasos te va juzgando. Algo semejante a lo que sucede en GH, ese invento que arranco en Holanda en 1999 y que como todo el mundo sabe, tomó su nombre de la novela 1984, de George Orwell: cámara y micrófonos grabando de continuo a gente encerrada en una casa, de la cocina al living, de la piscina a la ducha (todavía no se muestra cuando los/as integrantes orinan o defecan...), y desde luego, sus dichos, que son descifrados por distintos panelistas que se obstinan en discurrir sobre toda suerte de futilezas.
Asimismo, para el público televidente que mira esta nueva edición –que ha provocado menor adicción que la del año pasado– se trata de espiar, controlar, juzgar, aparte de votar (elegir los nuevos integrantes que ingresarán entre los/as que aguardan en la Casa de al lado). Hay distintos horarios para el fisgoneo: lunes, martes y jueves a las 16.30, con chistes de Mariano Peluffo, panelistas que platican sobre supuestas estrategias de chicas y chicos aislados en la Casa, y escenas editadas de la vida cotidiana de GH (presumiblemente las más significativas y/o picantes sexualmente); quienes se pierden ese espacio vespertino pueden optar los mismos días por un programa parecido a las 23.15, con el mismo conductor, mientras que los miércoles a las 22.15 y los viernes a las 21 se emite la gala a cargo de Jorge Rial, sobreactuando la emoción o el suspenso de ciertas situaciones (hasta el cierre de esta nota, dos mujeres expulsadas, ingreso de dos pares de gemelos en la Casa de al lado, entrada de la pareja masculina votada en la inestable comunidad GH).
Cobayos de un experimento que se ha repetido en los más diversos lugares del mundo –de la India a países africanos y europeos, de Estados Unidos a Hungría...– y cuyos resultados se miden exclusivamente en números de rating (y en la explotación de la fama de contados participantes), la edición argentina actual, luego de rozar los 26 puntos en su inicio, no ha concitado el interés masivo. ¿Agotamiento del formato, superado por múltiples sucedáneos? ¿Poco atractivo de los participantes llegados vía casting, evidentemente buscando atributos físicos que respondan a patrones impuestos? Lo cierto es que la incorporación de alguna nueva regla, la inclusión de representantes de varias provincias y de un par de gemelos como dos gotas de agua (reconocidos como gays esta semana) y el hecho de que haya habido sexo (bajo las sábanas) antes del tiempo considerado “normal”, no ha aportado demasiados/as voyeurs al programa. Esta telerrealidad que quiere pasar por espontánea e íntima cuenta con un equipo de guionistas con Sergio Vainman a la cabeza. Y las chicas y chicos, además de la evidente total conciencia de moverse y hablar para las cámaras, han tenido la oportunidad de ver al menos el GH del año pasado y de conocer algunos recursos para manejarse con un poco más de autonomía que ratas en el laberinto.
Las chicas –convencionalmente lindas, todas pelilargas, siempre vestidas para matar de minishort y minifalda (cuando no en minikini), escotadas– vienen mal aspectadas. Ninguna descuella ni por su personalidad ni por su originalidad. Ya fueron echadas dos –Fernanda y Cynthia–, mientras que los varones han sumado ahora a los gemelos Fabrizio y Leonardo, votados por el público en desmedro de Jimena y Jessica, las provincianas naïves que se la pasan alardeando de transparencia y que vertieron amargas lagrimitas al ser descartadas. Pero igual siguen participando, claro, en entrevistas con conductor y panelistas. Y quién no te dice que terminen ingresando en la Casa, si el rating lo demanda. Es llamativa la rancia misoginia que campea en los ámbitos de GH: los chicos subestiman a las chicas, y las propias interesadas se desvalorizan (Ailín dijo lo más fresca que “los hombres son más vivos que las mujeres, acá y en la vida”), salen a relucir prejuicios (las mujeres no saben ser amigas), el tamaño de las lolas (naturales) de Victoria es tema prioritario... Aunque más pretenciosa y altisonante a veces, tampoco la fraseología de los chicos va más allá de la banalidad y el lugar común.
Y todo por los consabidos minutos de fama y por el millón de pesos que se llevará –quizás con descuentos– el ganador. Los programas chismosos y el sensacionalismo general de la TV abierta, sin olvidar el suceso del softporno de Tinelli y su escandeletes, más el auge de la Internet y las tecnologías digitales, hacen que a esta hoguera de pequeñas vanidades exhibicionistas le ande faltando combustible.
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