Viernes, 23 de diciembre de 2011 | Hoy
PANTALLA PLANA
Con resabios de culebrón lujoso de antaño –léase Dinastía o Dallas–, la serie Revenge, vagamente inspirada en Alejandro Dumas, tiene como protagonista a una veinteañera revanchista con causa, que no ceja en sus planes destructores y va dejando el tendal a su paso.
Por Moira Soto
Paradigma literario del ejercicio metódico y tenaz de la venganza –por otra parte, motor recurrente del policial, el melodrama, la tragedia–, El conde de Montecristo vuelve a ser exprimido, por milésima vez, por Mike Kelley, guionista y productor de Revenge, la serie de 22 capítulos que empezó el 22/11 pasado por la señal de cable Sony. Se trata de una versión bastante emancipada del original de Alejandro Dumas: Amanda Clarke, personaje principal, va ejecutando fríamente, minuciosamente su plan de hundir, arruinar, exterminar a todos/as aquellos/as que tuvieron algo que ver con la injusta acusación que llevó a su padre a la cárcel y a una muerte temprana. Cosa que sucedió cuando Amanda era una niña, ya huérfana de madre para más inri.
En esta trasposición de inoxidable clásico, la vengadora –bajo el nom de guerre de Emily Thorner, e interpretada por Emily VanCamp, la Rebecca de Brothers and Sisters– se desquita no sólo del grave e irreparable daño sufrido por su progenitor (denunciado en falso por lavar dinero de un grupo terrorista que hizo explotar un avión con 270 pasajeros), sino también de la larga temporada infernal que ella pasó en una especie de reformatorio inhóspito, donde careció de todo afecto y –según sus recuerdos, que sobrevienen cada 15 minutos en los distintos episodios– completamente aislada hasta los 18, edad en que la sueltan al mundo en medio de un paisaje desolado. Menos mal que en su tierna infancia, antes de ser despiadadamente arrancada de los brazos paternos y del confortable hogar frente al mar en Los Hamptons, en la Costa Este del estado de NY, la chica recibió suficientes estímulos como para poder resistir semejante prueba del destino.
Si el conde de Montecristo –cuando todavía era el plebeyo Edmond Dantès– aceptaba a comienzos del XIX las lecciones y el mapa del tesoro de un compañero en las mazmorras del castillo de If, Amanda, nada más traspasar la puerta del reformatorio en la primera década del XXI, recibe de un desconocido un cofre con los diarios del padre ya finado, y un número de cuenta que la convierte instantáneamente en rica, muy rica. La bonita Amanda se toma entonces unos pocos años para armarse un CV convincente, amén de pulirse en materia de modales y vestuario, antes de mandarse a la costa a cortar cabezas. Es decir, a aplicar con creces la bíblica Ley del Talión. Cuenta para esos fines con la creativa colaboración de Nolan Ross, el extraño muchacho que le alcanzó el cofre y que se dice incondicional del papá de Amanda, devenida Emily Thorne.
Revenge arranca con un proverbio chico atribuido a Confucio, “Antes de embarcarte en un viaje de venganza, cava dos tumbas”, y con un aviso en la voz en off de la protagonista: “Esta no es una historia de perdón”. Acto seguido, escena de una fiesta rumbosa en una mansión suntuosamente kitsch, con esculturas de hielo sobre las mesas, y Van Gogh y Degas supuestamente originales colgados en las paredes. La dueña de casa, Victoria Grayson, anuncia sonriente el compromiso de su hijo Daniel con la mismísima Emily Thorpe. Inmediatamente, en un aparte, pone cara de villana para preguntarle a la novia dónde demonios está Daniel. En ese preciso momento, el cadáver del novio –tres tiros en la espalda– está tirado en la playa cercana. Ahí es cuando retrocedemos cinco meses, al momento en que, sofisticada y segura, Emily llega a Los Hamptons y alquila la casa donde pasó una niñez idílica junto al papá, según nos van informando las escenas retrospectivas, un recurso que también va dando cuenta de los pesares de la niña en el asilo. Como dice la voz narradora de la chica, a partir de ese momento, sólo le queda seguir la hoja de ruta que le dejó su padre, liquidando o dejando fuera de combate a aquellas personas que destruyeron la pequeña familia, y sabiendo que “habrá inevitables daños colaterales”. Así es que en los cinco episodios siguientes que se vieron hasta el martes pasado, ya cayeron el traicionero tío David, la falsa testigo Lydia, la psicóloga que maltrató a Amada en el encierro, el guardaespaldas del marido de Victoria...
Todo entre galas de beneficencia, partidos de tenis, comidas en sitios gourmet, sms y videos reveladores de secretos inconfesables, más las grabaciones del juicio a su padre que Emily mira y vuelve a mirar para darse ánimos. Todo con demasiada luz natural o artificial, demasiado brillo para un desfile de vestuario digno de una revista de modas.
Imágenes apropiadas para una historia lineal y previsible, con personajes de una dimensión y ningún espesor, dentro de una trama amena que puede causar ese placer culposo de ver algo de menguados valores artísticos, pero que sin embargo provoca cierta adicción, si se bajan las defensas, por los mecanismos que pone en marcha. Placer culposo pero inofensivo para noches estivales en las que puede resultar tentador dejarse llevar por las tropelías de una hija en tremendo raid vengador entre magnates y políticos corruptos.
Revenge, los martes a las 22 por Sony, repite los sábados a las 23 y los domingos a las 20.
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