Viernes, 23 de diciembre de 2011 | Hoy
EXPERIENCIAS Por expulsión o por abandono, hoy los autores del libro Cinco Curas están apartados de la jerarquía eclesiástica. Sus testimonios hablan de una Iglesia que oculta y avala hábitos autoritarios y apoyo a las dictaduras militares; corrupción y abusos sexuales. Rompen un silencio secular –que también abarca a las monjas– que aporta reflexiones distintas para la misa de gallo.
Por Noemi Ciollaro
El libro editado por Raíz de Dos no tiene prólogo. La tapa en gris y negro muestra una imagen sombría en la que un sacerdote impone su mano absolviendo acaso a otro sacerdote patéticamente posternado. Detrás, iluminando la escena, una cruz blanca. Confesiones silenciadas es el subtítulo.
Adrián Vitali (48) proviene de una familia grande de origen italiano, su abuela fue quien le enseñó a rezar y lo llevó a misa. A los 12 años se sumó a los jóvenes de la parroquia barrial. Cuando ya noviaba, en un campamento decidió que tenía vocación sacerdotal.
“Me ordené en el ‘94. Fui sacerdote en Villa Libertador, Córdoba, habíamos formado comunidades de base y trabajábamos en las cárceles de menores, había muchos chicos presos. Así conocí a Alejandra que es mi esposa y que participaba en la pastoral carcelaria. Nació una relación de afecto que continuó con ella embarazada y el cardenal Raúl Primatesta diciéndome que podía seguir siendo cura si renunciaba a la paternidad y no la veía más a ella. Debía irme al exterior a desarrollar mi tarea, ellos le otorgarían una cuota a Alejandra para que mantenga a mi hijo y se calle, es algo que muchas mujeres aceptan. Le dije que no y a partir de esa decisión comienzo a salir de ese espacio estructural monástico de la Iglesia, tenía 44 años. Hablaba con curas amigos, uno me dijo que rezara para que no naciera mi hijo, y era un amigo, funcionó corporativamente y no lo juzgo. ¿La ética cristiana es dejar un chico huérfano? En Roma hay varios en esa situación. Con Alejandra, resurgieron también cuestiones ideológicas, afectivas, la recuperación de la sexualidad. Hoy tenemos dos hijos de 11 y 14 años”, concluye.
“Cuando ingresé al seminario pensaba que el sacerdote seguidor de Jesucristo era un militante por la justicia, por la vida, por los pobres; que había que jugarse entero por eso. Pero ahí te formatean, te convencen de que el cura no es un militante, que sólo tiene que dar misa, bautizar, confesar y rezar. La santidad no es el compromiso con la Justicia sino la cantidad de oraciones que tengas. Y a la palabra justicia te dicen que no tenés que usarla en los sermones”, sintetiza Nicolás Alessio (53).
El Nico, como lo llaman todos, es el segundo de once hermanos, sobrino de un sacerdote que regresó de Roma “asqueado por la mediocridad de los monseñorinos”, hijo de un “militante peronista de la Resistencia encarcelado, y una madre de alma”; creció en una casa de los Planes Evita. Era enamoradizo, pero no le preocupaba, “podía renunciar a todo por ser cura si Dios así lo quería”. Y fue ordenado sacerdote por Primatesta en 1981.
“Con los grupos desparramados del Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo en todo el país fue con lo que formamos el Movimiento de Sacerdotes en la Opción por los Pobres, hoy vigente.” En ese contexto comenzaron las diferencias con Primatesta, “un obispo de los más conservadores y tradicionalistas; y uno hace un trabajo en otra dirección a la que mandan el Episcopado y Roma. Pero como ellos tienen pocos curas, te sostienen porque no tienen para el recambio”, cuenta. Pero todo tiene un límite y el suyo llegó con el debate por el matrimonio igualitario; ahí se terminó la posibilidad de hacer la vista gorda y el Episcopado finalmente optó por cortar de raíz la situación planteada.
“Me hicieron un juicio canónico, una formalidad para borrarme, me suspendieron, me quitaron la casa donde vivía, el trabajo de párroco y no me dejan ejercer más mi ministerio. Ahí me convencí de que bajo el período de Benedicto XVI, vivir con cierta sanidad mental es imposible. Y dije me voy, más allá de si me echan. Me siento fuera de la jerarquía de la Iglesia porque es una jerarquía cómplice, con atropellos, con perversidades, con mucha mentira. Hice mi vida de pareja, tuve un hijo hace siete meses, Simón; Mariela es mi esposa y yo me siento mucho más libre que antes.”
Los cinco sacerdotes –siguen siéndolo de por vida, pero tienen prohibido ejercer su ministerio públicamente– están a favor del casamiento igualitario y la despenalización del aborto. La aparición del libro y la revelación de situaciones ocultas provocaron reacciones de inmediato, entre ellas la prohibición de su venta en Córdoba en librerías de propiedad de las monjas dominicas.
Es el primer libro prohibido desde la última dictadura, dicen. Los libreros pierden plata, pero no quieren tener problemas con las dueñas de los locales.
“El argumento es que no pueden vender cosas que ofendan el honor de la congregación y es un gesto coherente con todo, es como decir `no importa si lo que escribieron sucede o no, pero que no se haga público’, así de simple. Nosotros hicimos la denuncia ante el Inadi y citaron al Obispado y a las monjas. El Obispado dijo que ellos no hicieron nada y que es un reclamo de las monjas.... obvio.”
A su vez sostienen que la mayoría de las monjas padecen los mismos problemas institucionales, “imaginate que si la voz de los curas tratan de acallarla, a la voz de las monjas la sepultan, les pegan un manotazo y las corren, está mucho más oculta su historia y son cosas tremendas, abuso de poder de curas, de obispos, a veces no llegan al abuso sexual, pero son abusos de poder: ‘Dios quiere que vos hagas esto, yo te lo mando, te lo ordeno en nombre de Dios’. Que un cura deje los hábitos es noticia en el pueblo, si una monja se va nadie se entera, están absolutamente controladas, hay todo un cono de sombra sobre la vida de ellas, tienen el mismo problema o más que nosotros porque normalmente tienen menos estudios, menos posibilidades. Abandonar la institución es ir a la calle; no todas son aceptadas por la familia, no tienen trabajo. Muchas se quedan solamente porque no tienen adonde ir; a algunos curas les pasa, pero a las monjas más porque la discriminación es distinta y muy fuerte”.
Lucio Olmos tiene 69 años, su opinión acerca de la actitud de la Iglesia con las mujeres es tajante, “la Iglesia a la mujer siempre la tuvo como la pecadora con la que había que tener cuidado porque traía malos pensamientos, traía el pecado y nosotros nacimos de un vientre de madre... Cuando estaba en el seminario e íbamos a casa un fin de semana, los curas nos decían: ‘Chicos, hoy van estar con su papá, su mamá, la madre Virgen María. ¡Cuidado con las primas!’ Y venían familiares de visita y ¡uno tenía miedo de darle un beso a la prima hermana!
Lucio fue cura obrero, metalúrgico, los compañeros le decían “¿cómo te vas a engrasar las manos con los estudios que tenés?”“Es lo que dice Jesús, así llegó Jesús a los apóstoles”, explicaba hasta que lo aceptaron.
Poco después Lucio ingresó a la organización Montoneros, “estuve preso en el ‘72, en ese tiempo fue nada comparado con lo que pasó después. Más tarde, la contradicción se me hizo terrible, decía no me voy a quedar metido en la Iglesia vieja del poder, del apoyo a los monopolios, las dictaduras y la burguesía”.
En 1976, perseguido por la dictadura militar, vivió escondido en parajes del campo. Luego abandonó la jerarquía en disidencia total “y conocí la mujer, especialmente a una, Mary Olave, con ella me casé y tuvimos tres hijos maravillosos y cinco nietos hermosos”, sonríe.
Elvio Alberione tiene 74 años, está casado con Dinora y tiene dos hijos. Nació en el caserío de Media Luna, en Río Primero. Elvio cuenta que 1955 fue un año crucial en el seminario. “Yo tenía 18 años y comenzaron a cambiar nuestra formación por un adoctrinamiento antiperonista muy fuerte que me hacía entrar en contradicciones importantes, yo respetaba mucho las enseñanzas de mi padre que era peronista. Después del bombardeo en Plaza de Mayo aparecieron tres personas que se quedaron a vivir en el seminario, nadie explicaba quiénes eran. Cuando fue el alzamiento definitivo en septiembre, vimos el auto del cura Ecónomo pintado con cruces rojas de ambulancia, en el que sacaron a los tres tipos que iban a sumarse al alzamiento de Córdoba. Después hubo festejo por el triunfo de la Libertadora y aparecieron los tres personajes misteriosos con uniforme de guerra y fusil al hombro, eran militares... En esos días se nos autorizó a no usar sotana en público, por el repudio a los curas que se expresaba en las calles”, recuerda.
Elvio estudió Filosofía y Teología en Argentina y Chile, fue párroco en dos ciudades de Córdoba; en 1967 lo dejaron sin parroquia por hablar a los fieles sobre aborto y planificación familiar, y abandonó la institución. En el ‘69 la policía allanó su casa y pasó a la clandestinidad, en el ‘73 trabajó en el gobierno de Obregón Cano y en el `76 debió exiliarse.
“Hay cosas que vas conociendo en el andar, patologías que la Iglesia calló y sigue callando como la de los torturadores... Yo denuncié ante el obispo Ramón Castellano que un fulano no podía ser ordenado porque era abusador de menores. Sin embargo, lo ordenaron; ese cura, Vitalino Trecco, fue párroco de mi pueblo y no sólo abusó de un menor, sino que lo mató. Una jueza, a pesar de todo lo que hizo la Iglesia por silenciar el caso, lo condenó y terminó en la cárcel”, finaliza Elvio.
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