Viernes, 23 de diciembre de 2011 | Hoy
RESCATES
Por Marisa Avigliano
“La tierra es la verdad definitiva, es la primera y la última: es la muerte” es la cita (de Radiografía de la pampa, Martínez Estrada) que David Viñas eligió para que Los dueños de la tierra abrieran surco y es también el grito de Mamá Tingó, la mujer dominicana a la que asesinaron mientras defendía su tierra y la de sus compañeros, la líder natural de los campesinos que solía cantar décimas convirtiéndolas en un manifiesto sagrado: “No me dejen sola, suban la vó/Que la tierra e mucha y dá pa tó”.
Mamá Tingó se crió con su abuela (nunca tuvo padre y su madre murió cuando era una nena) y a los cinco años empezó a trabajar con sus hermanos vendiendo carbón por la calles de Santo Domingo. Muy joven se casó con Felipe Muñoz, se mudó a Hato Viejo y trabajó en la tierra hasta que le dispararon un tiro en la cabeza. Tuvo diez hijos y otro marido, Jesús María de Paula. Soportó los desalojos de los terratenientes de turno, la dictadura de Trujillo, las apropiaciones de los generales (también de turno) que usaban la tierra como pasto para ganado y la burla de un juicio que nunca empezó y que terminó con su vida, porque en lugar de presentarse en el tribunal, Pablo Díaz (el terrateniente) mandó a su capataz con una escopeta para que cerrara el caso.
Mamá Tingó, a la que habían bautizado Florinda en la parroquia del Espíritu Santo en diciembre de 1922, se había integrado al Club de Madres y a la Federación de Ligas Agrarias Cristianas (organizaciones comunitarias de campesinos negros y mulatos en su mayoría analfabetos que habían sido estafados por Joaquín Balaguer y su gobierno) y enfrentó a cada una de las fraudulentas reparticiones de tierra que siempre tenían el mismo destino: robarles a las familias rurales las cosechas y dejarlos sin tierra. Líder natural, sindicalista incansable, Mamá Tingó fue asesinada en noviembre de 1974 en Gualey, Hato Viejo, Yamasá, delante de su familia y de sus amigos y es una de las víctimas de lo que se conoce como “los 12 años” (referencia al gobierno de Joaquín Balaguer) en la historia política dominicana.
Ahora su nombre es un mantra, decir Mamá Tingó es decir el nombre de una santa y el nombre que muchos cantan en merengues caribeños. Es siempre imagen de lucha contra la opresión –aunque nunca faltan oportunistas que desvirtúan las razones del pasado–, un hito en medio de la impunidad terrateniente, el nombre de una mujer que, como dicen quienes la siguieron, “fue más que un hombre”; es que Mamá Tingó con su mirada recóndita, su cara angulosa y su fulá colorido era una mujer “diestra” y ya se sabe... “Me molestan las mujeres diestras” –contestó el comisario, como si sintiera un gusto ácido en los labios (vuelvo a citar a Viñas).
Madre tierra, Pachamama caribeña, la silueta de Mamá Tingó surgió naturalmente como una figura vertiginosa para defender (en el comienzo fue la voz de 350 familias campesinas) y defenderse de abusos y atropellos y fue entonces implacable y dura como esas esculturas de contornos cerrados cuya anatomía parece surcada desde afuera. Estrategias de combate que escondían la silueta de otra escultura, la verdadera, ésa que le otorga vida a la madera.
La campesina que vuelve a morir cada vez que matan a otra mujer con tierra en las uñas y semillas en los bolsillos, la que suspendía su voz esperando la cosecha: “Para quitarme la tierra tendrán que quitarme la vida, porque mi vida es mi tierra y la tierra es de quien la siembra”, resucita victoriosa cada vez que se lucha contra el miedo y la injusticia social. Lucha minuciosa –como si se tratara de un cuadro de Richard Estes con ese efecto hiperreal que está más allá de la capacidad del ojo– e imprescindible.
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