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Viernes, 30 de diciembre de 2011

RESCATES

Diva del aire

Colette Duval

(1930-1988)

 Por Marisa Avigliano

Tiene nombre de seudónimo o de actriz de telenovelas venezolanas. Colette Duval también pudo haberse llamado algún personaje engendrado en tiempos de Romay y su Canal 9. Tal vez la posibilidad de ser otra, de ser muchas, viene adosada con el nombre y quizá por eso la Collete Louise Duval real, la francesa nacida un 28 de julio en Ruesnes, vivió tantas vidas como pudo: fue modelo, deportista estrella del stock car (chocar y volcar autos viejos entre sí en un estadio), record mundial femenino en paracaídas, actriz, ecologista, escritora, dueña de una boîte francesa de moda en los años sesenta y de una casa de modas.

El maniquí ideal de las vidrieras parisinas era una adolescente cuando descubrió el vuelo sin motor y se enamoró del paracaidismo, en especial el de caída libre –ese en el que se espera hasta último momento para abrir el paracaídas– y que estaba unido por un historial militar a los valores tradicionales de la masculinidad –valentía, audacia, control técnico y privilegios físicos–. Desafiando bastiones, Colette –y también podemos recordar a Michèle Savary y a Odette Rouseau– fue una de las primeras paracaidistas en romper con el corset figurativo (veinte años antes Coco Chanel lo había hecho en las pasarelas) mostrando cómo vuelan las mujeres. Un don y un enamoramiento que le permitieron batir el record francés de descenso (4000 metros) y conocer a Gil Delamare, el galán de los efectos especiales, el de las acrobacias cinematográficas (Fantomas, Las tribulaciones de un chino en China, La gran fuga), el paracaidista y corredor de stock car que murió durante un truco en 1966 y que está enterrado en el cementerio de Saint Maurdes Fossés junto a Colette.

Juntos hicieron exhibiciones por el mundo (incluida la Argentina) y fueron una de las parejas glamorosas de los años 50. Se los conocía como “los novios de los cielos” y aparecían en noticieros y revistas saltando desde los aviones tomados de la mano, volando desplegados en el aire, cayendo victoriosos en el agua y besándose después de aterrizar.

En Brasil, en mayo de 1956, Colette alcanzó el record mundial en paracaidismo estableciendo una nueva marca de “salto libre en paracaídas de 11.147 metros, descendiendo en el Atlántico, frente a la playa de Copacabana”, una marca que además superaba en más de mil metros la marca anterior. Las noticias señalaban que “Duval ascendió desde una fortaleza aérea y abrió su paracaídas cuando estaba entre 200 y 250 metros del agua. Según la fuerza aérea, la paracaidista regresó a tierra en perfecto estado de salud, excepto por una ligera hemorragia en los oídos, causada por los cambios en la presión del aire” y lo primero que hizo –además de recuperar su sonrisa de modelo– fue mandarle un telegrama a su madre. Una foto de la época la muestra espléndida –como si se tratara de la publicidad de un perfume– en uno de los pasillos del hotel junto a su novio Gil doblando prolijamente el paracaídas.

“Habrá nuevos records que batir cuando haya aviones que puedan volar a mayor altura y yo estaré en esos aviones”, dijo en uno de los reportajes pero al poco tiempo una mala caída puso fin a sus vuelos y a su relación con Delamare y se fue a Africa. Vivió en una comunidad dedicada a la conservación de los bosques en Gabón hasta que volvió a Francia donde se casó, inauguró su propia maison de alta costura en Canet y un club nocturno en Font Romeu, publicó su autobiografía, La Sainte Pétoche, y filmó su primera película Une balle dans le canon (1958) a la que le siguieron más de diez, entre ellas Tendre Poulet (Ella Si... Yo También, 1977) con Annie Girardot y Philippe Noiret.

No importa si la vemos posando con aros y guantes negros hasta el codo o con los guantes toscos ajados sobre el volante justo antes del choque o con los otros, con los que tiró de la cuerda salvadora, no importa cuál sea la pose ni el accesorio porque lo que importa es saber que mordisqueó el aire para desalojar ambigüedades y lo mordisqueó esperando volver a tierra firme para sacarse el casco y lucir el pelo.

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