Viernes, 6 de enero de 2012 | Hoy
PANTALLA PLANA
Más cerca del gran guiñol caprichosamente acumulativo que del genuino miedo que han provocado otras mansiones siniestras en el cine o en la TV, la serie American Horror Story apenas merece ser rescatada por el diseño de producción y algunos nombres de su elenco.
Por Moira Soto
Como elefantes en una cristalería, Ryan Murphy y Brad Falchuk, creadores y productores de American Horror Story, arremeten contra diversos tópicos del género fantástico y de terror, rubro casas malditas, en atropellado frangollo de fantasmas de carne y hueso, zombis, sexo tortuoso, chica con síndrome de Down que ve cosas, fetos en frascos, psicópatas de diverso pelaje, apariciones en pos de sobresaltos prefabricados.
Ya desde el arranque del primer capítulo, cuando los mellizos pelirrojos van amenazadores bates en mano hacia la mansión victoriana que protagoniza esta enmarañada historia y que tiene en las afueras un móvil de huesitos de animales, y una nena Down les avisa “Se van a arrepentir”, se puede vaticinar lo que sobrevendrá: los adolescentes en el interior oscuro de la casa, donde se cuelan convenientemente algunos rayos de luz del exterior, empiezan a dar palazos a diestra y siniestra. Planos inclinados, encuadres rebuscados, música explicativa, paredes descascaradas, un animal degollado en un charco de sangre. Por supuesto que los chicos descienden al sótano y ¿con qué se encuentran? Pues sí, con frascos conteniendo cabecitas de bebés, orejas, bracitos, instrumental médico sobre una mesa para que se entienda que por ahí anduvo un científico chiflado.
Este prólogo rebosante de obviedades sucede varios años antes de que el matrimonio Harron compre este caserón en pos de un cambio de paisaje (de Boston a Los Angeles) y con la esperanza de reconstruir su relación, muy averiada después de la pérdida de un embarazo de siete meses y de una infidelidad de él –médico psiquiatra– con una alumna. La pareja tiene una hija adolescente, Violet, que va cambiando de personalidad a medida que avanzan los episodios. ¿Hace falta decir que en vez de encontrar la paz y la armonía buscadas, Vivien, Ben y Violet van a atravesar incontables situaciones de pretendido horror, derivadas de los fantasmas que habitan la casa y se pasean por los alrededores como Pedro por su casa?
Porque esta mansión parece tener un imán para el crimen y la locura, a partir de su primer habitante –efectivamente, el de los frasquitos–, un médico chiflado y drogadicto que practicaba abortos y experimentaba con los fetos, seguido por un hombre que quemó a su esposa e hija mientras dormían, y por una pareja de gays, uno asesinado y el otro suicidado (desde luego, en el siniestro sótano). Aparte de los que regresan de la muerte y nadie parece reconocerlos, aunque seguramente aparecieron en las noticias policiales (los gays se ofrecen para hacer los arreglos de Halloween, la novia asesinada del protagonista vuelve de la tumba y se da un baño de inmersión...), hay otros personajes que se pretenden inquietantes, pero no lo logran del todo por la incoherencia de sus perfiles: la vecina metiche Constance (Jessica Lange, excelente actriz pese a su cara destrozada por la cirugía, que la llevó a figurar hace unos años entre las figuras peor intervenidas, junto a Mickey Rourke, Melanie Griffith, Faye Dunaway: basta con googlear imágenes de Lange para advertir las transformaciones que sufrió su otrora bello rostro), madre de la chica con capacidades diferentes que en el presente tiene 30 años y quiere ir de chica bonita a celebrar Halloween, lo que –inexorablemente– le costará la vida. También anda por ahí como bola sin manija el ama de llaves Moira, la cual por un antojo de los guionistas, cuando la miran las mujeres, tiene el aspecto de una señora madura (Frances Conroy, la inolvidable matriarca de Six Feet Under), y cuando la miran los hombres es una mucamita de soft porno (mini que deja ver el portaligas negro, etcétera), con los rasgos de Alexandra Breckenridge, estupenda brujita del grupo Wicca en True Blood, justamente una serie modélica en esto de sumar y mixturar sabiamente mitologías del género fantástico. También proveniente de esta producción de Alan Ball donde hacía a un magnífico rey de los vampiros, aparece Dennis O’Hare, aquí como el pirómano que se le aparece al pobre Ben a cada vuelta de esquina.
En este pastiche por acopio que es American Horror Story no faltan algunos tics de culebrón adocenado sin el menor anclaje en la realidad (ni se menciona el tema de la crisis inmobiliaria, que hubiese venido a cuento). A sus hacedores quizá les hubiera sido útil repasar algunos clásicos fílmicos del subgénero mansiones malignas, como House of Usher (1960), de Roger Corman; The Haunting (1963), de Robert Wise; The House that Dripped Blood (1970), Suspiria (1977), de Dario Argento, un par de la extendida saga Amityville y, por cierto, El ángel exterminador (1962), de Luis Buñuel.
American Horror Story, los martes a las 23 por Fox.
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