Viernes, 6 de enero de 2012 | Hoy
PERFILES > ANNE SINCLAIR
Por Alicia Dujovne Ortiz
Empecemos por el principio: me gustan las parejas pero no la Pareja, con esa Pe explosiva que en la Argentina se pronuncia inflando los cachetes con alarmante convicción. En Francia también se habla de couple y hasta de Couple, como enseguida veremos, pero esa pe situada en la segunda sílaba y ablandada por la ele resulta, en apariencia, menos perentoria.
Las parejas en minúscula que me gustan están compuestas por dos personas que comparten algo, la vida, por ejemplo, pero sin adoptar la actitud que más miedo me da: la de plantarse lado a lado unidos por los codos. ¿Quién no ha visto esas fotografías de casamiento donde los casados se emparejan como si el accidente de haber nacido divididos se remediara soldándose a la altura del antebrazo? Los codos imantados son otra cosa, la energía que fluye de un huesito a otro suele ser bienhechora, pero los que se ayuntan como reparando una fractura no pueden sentir la vibración, porque se los impide el yeso.
Por suavecito que en Francia se pronuncie la palabra Couple, la imagen que los franceses acaban de premiar es la de una mujer que encarna el ideal de la perfecta siamesa. Para los votantes de una página web llamada Terrafemina, esa mujer ha superado a la directora del FMI, Christine Lagarde, y a la ex candidata socialista Martine Aubry. Me refiero a Anne Sinclair, que antes de haber sido la mujer de Dominique Strauss-Khan era ella, y que acaba de ser designada Mujer Francesa de 2011 a causa de “su coraje y su tenacidad frente a los problemas legales de su marido”.
Ironías de la historia, y del arte, Anne Sinclair es la nieta y heredera del gran galerista Paul Rosenberg, que fue el marchand de Picasso. Cuando le hicieron falta los cinco millones de dólares para pagar la fianza de su marido, acusado de violación por Nafitassou Diallo, no tuvo más que descolgar del salón de su casa un cuadro de ese pintor cercano y familiar que había retratado a su abuela Micheline.
Pues bien, existe una fotografia de Picasso saliendo del mar en 1936 junto a su amante de entonces, Dora Maar, que parece retratar con gran exactitud a esta otra pareja formada por un macho insaciable y una mujer aguantadora. Como Dora Maar, Anne Sinclair es hermosa e inteligente. Como ella, abandonó una carrera exitosa para soldarse a un hombre brillante. Y como en su caso, el deseo de ser la cabeza femenina del Minotauro se ha sobrepuesto a toda otra consideración. Alguien ha dicho que en esa fotografía, Pablo y Dora parecen dos divinidades antiguas con sus cuerpos rotundos y sembrados de gotas: el Hombre y la Mujer en su más mitológica expresión. Es cierto que a Dominique y a Anne se los veía menos relucientes saliendo de la comisaría neoyorquina, ese día de siniestra memoria, pero tenían eso, un aire, casi diría un perfume que a esta odiadora de Parejas con P soplada no la engaña: eran indisolubles.
Decididamente las mayúsculas nos conducen a los dioses, en particular a Juno, la protectora del matrimonio y del hogar, esposa y hermana de Júpiter y muy celosa, pero que siempre se las tomaba con las amantes del marido y rara vez con él: una diosa simbiótica que los votantes de Terrafemina, de ser consultados, seguramente preferirían a Venus o a Diana, porque de ninguna de estas dos puede decirse que hayan sido codito.
El misterio de Anne Sinclair nos ha turbado a todos, es cierto. Es lo que afirman algunos de los votantes, vergonzosos: “No es que la admiremos, es que nos impresiona mucho”. Tanto nos impresiona que, por una vez, y no en la peluquería sino por Internet, me he puesto a leer artículos sobre ella para tratar de ver qué le pasa”.
Que nació en Nueva York en 1948, que tenía la doble nacionalidad francesa y norteamericana pero que abandonó esta última debido a la carrera política de su marido, que fue presentadora de varios conocidísimos programas de televisión, sobre todo 7 sur 7 donde entrevistó a Bill e Hillary Clinton, a Gorbachov, a Mitterrand, pero que los abandonó en 1997 cuando su marido fue nombrado ministro de Economía para no interferir en su carrera política... todo eso lo sabía. La lectura de estas notas me permitió refrescar también la visión de aquella morocha de ojos azules que les formulaba preguntas atinadas a los grandes de este mundo. Una morocha tan bella que, después del escándalo, se ha pensado en Isabelle Adjani para representar su papel (la película aún está en veremos). Pero entre lo que sabía y lo que no sabía, pude extraer algunas frases y observaciones que me han dejado absorta.
La primera es de Elizabeth Badinter, escritora, feminista militante y amiga suya: “Hay una Anne de antes y otra de ahora. La de antes era rebelde, la de ahora, dócil”. La segunda es de una chica a la que durante una comida, DSK le ponía la mano en la pierna delante de su mujer: “Yo la miraba sin saber qué hacer y ella se quedaba quieta, con una sonrisita que no se sabía si era de sufrimiento o de complicidad”. Complicidad con el marido, entendámonos. Y las otras son de la propia Anne Sinclair. Cuando una periodista le pregunta cómo se siente frente a las infidelidades de su esposo, ella contesta: “Estoy más bien orgullosa. El es un seductor, a mí también me ha seducido”. Y cuando la jauría de periodistas la rodea para interrogarla sobre la denuncia de Nafitassou Diallo: “El mal que le hacen a él, me lo hacen a mí”. Como si esa criatura bifronte llamada Pareja lo compartiera todo, el placer, el mal, y como si una de las dos cabezas no pudiera ofuscarse por lo que hace la otra, ¿acaso no forman parte de un solo cuerpo?
Cuando estallaron los escándalos, el de Nafitassou, el de la periodista Tristane Banon, que también acusa a DSK de haber intentado violarla (en su libro Le bal des hypocrites lo llama “un chimpancé en celo”), los de las call girls de Nueva York que no querían ir más con él porque era violento, o los del Hotel Carlton de Lille, donde DSK participaba en camas redondas (está acusado de haber pagado viajes por el mundo a unas cuantas prostitutas y a unos cuantos proxenetas amigos suyos con plata del FMI), varios hombres sabios salieron a decir que Anne Sinclair conoce la diferencia entre el amor y el deseo, que su marido la ama y ella lo sabe y que la pareja que forman es abierta.
Lamento disentir, pero mi experiencia me indica que desde los felices años sesenta en que se empezó a emplear el término, y a llevarlo a la práctica, al menos en Buenos Aires, las parejas abiertas siempre lo fueron más para el señor que para la señora. Los dos tenían permiso, pero ella lo utilizaba menos. Si DSK y Anne Sinclair fueran realmente abiertos, el caso no merecería gastar tanta saliva. Es la docilidad de la mujer que pone su fortuna a los pies del hombre y que le aguanta todo sin permitirse una escapada la que nos vuelve verborrágicos.
Uno de los mencionados artículos sostenía que Anne había pedido el divorcio y el reembolso de lo que les pagó a los abogados de DSK, y del alquiler de la casa donde rodeó de mimos al prisionero de lujo. Es falso. Los dos esposos han protestado ante la Justicia por esos dichos. En cambio, la excelente periodista que ella nunca ha dejado de ser, por lo menos desde un blog donde analizaba la política norteamericana a falta de poder hacerlo con la francesa, ha decidido volver a trabajar. Ahora puede, ahora no interfiere en la carrera política de nadie. Se rumorea, y ella no lo ha desmentido, que dirigirá la versión francesa del Huffington Post, cuya directora norteamericana es una griega teñida y cubierta de perlas, casada con un gringo millonario y autora de una de las peores y más ridículas biografías de... Picasso. Pero bueno, en periodismo es difícil elegir a los patrones y, en este momento, para Anne Sinclair ha sonado la hora de la revancha. No la de la dignidad sino la del relumbrón: más brillo todavía, más éxito, más poder.
Si no fuéramos románticos, el final de la historia podría parecernos feliz: ella abandonó su carrera por él, él fue tan estúpido como para perderse la posibilidad de ser presidente de Francia, todo por violarse a una negrita fulera, y ella retoma su lugar en un mundo que siempre ha sido el suyo. Pero como somos románticos habríamos deseado otra salida.
Anne Sinclair agarra el teléfono y llama a Nafitassou Diallo. La blanca rica le dice a la negra pobre que al fin le cree. Como se ha sacado el yeso, ahora siente la vibración de los codazos. Al desprenderse de esas mismas ataduras que Picasso dibujaba sobre el cuerpo de Dora, confundiéndola con el sillón sobre el que estaba sentada y volviéndola cosa, entiende que la han premiado por su tradicional actitud de esposa que mira para otro lado y se hace la sonsa. De repente descubre lo que de veras significa ese aire majestuoso, tan de diosa Juno, que adoptó durante el proceso de un Júpiter con las ojeras abolsadas y entrado en carnes, ella divina y misteriosa con su indiscernible sonrisita de mujer cómplice. Al descubrirlo, prefiere ser una persona a solas con su conciencia y no parte de un Todo compuesto por un hombre que se agarra el espacio íntegro, y una mujer achicadita resuelve dejar a su marido adicto o hacerlo curar, o las dos cosas, aprovechando de paso para curarse ella, y concluye que quienes se deben sostener por los codos son las víctimas, aunque la solidaridad se pague con soledad.
Tranquilicemos, ha habido alguien en Francia a la que esta elección le ha resultado triste, alguien que se ha animado a decir “estoy consternada, esto es un retroceso, Anne Sinclair no puede ser un modelo para la mujer francesa”. Es una sueca que en Francia, de jovencita, trabajó de niñera, que enfrentó a los poderosos del mundo de las finanzas con peligro de su vida y que ahora, como candidata a la presidencia por el partido ecologista, lucha contra la energía nuclear. Se llama Eva Joly, y, pese a su carácter de perros, ella sí es un modelo.
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