Viernes, 25 de mayo de 2012 | Hoy
SALUD
La tensión que ya es histórica –aun cuando no tiene demasiados años de desarrollo– entre las asociaciones médicas y de profesionales que asisten a las mujeres en el momento del parto y quienes, desde diferentes ámbitos, trabajan por lo que se llama “parto respetado” no ha servido más que para dejar a las mujeres de parto en la grieta de tener que someterse a las rutinas médicas institucionales o bien buscar alternativas como el parto domiciliario. Sin embargo, otras brechas se están abriendo. Parto respetado no es sinónimo de domiciliario, sino que es aquel que se vive y se protege como un proceso fisiológico y emocional saludable que no requiere intervención médica, sino acompañamiento y sostén. Dos experiencias, una en Morón, en una maternidad pública, y otra en Vicente López, en una privada, dan cuenta de que es posible atender el parto y nacimiento con respeto por quienes son protagonistas: la mujer que pare, el hijo o la hija que va a nacer y la familia que los acompaña.
Por Roxana Sanda
María Inés F. sonríe entusiasmada. Con una mano sostiene a su beba de diez días mientras que con la otra escribe en fibrón de colorado estridente “aquí nació mi hija el 4-5-12”. Lo hace en uno de los pasillos principales del Hospital Municipal de Morón, sobre una pared que se fue grafiteando durante años para dejar registrada la llegada de las criaturas al mundo. A María Inés ese nacimiento le regaló grandes motivos de festejo, porque es el segundo en esa institución, pero el primero que parió como quiso y con quien quiso. “Cuando llegué con mi pareja al hospital para tener a nuestra hija, la partera que me atendió nos comunicó que podíamos elegir cómo parir, en unos sillones especiales que hay en la sala de partos, ‘o en el banquito ése del rincón’, me dijo, y me mostró algo que nunca había visto en mi vida. Me la quedé mirando como si fuera de otro planeta y le pregunté si estaba segura de lo que decía, porque a mi primer hijo lo había tenido en este mismo hospital pero acostada en una camilla, con las piernas sobre unos estribos y con el famoso goteo. Se rió, me respondió que las cosas habían cambiado y que ahora yo era dueña de elegir. No sé cómo, el trabajo de preparto nos fue llevando de una cosa a la otra, y de ahí al banquito. Y fue increíble esa sentada: por primera vez en mi vida vi mi propio parto, sin sondas, y con mi compañero al lado. Lo cuento en el barrio y todavía lloro de la emoción.” Ella no lo sabe, pero su caso irrumpe entre los que vienen a marcar la cancha en las instituciones públicas y en unas pocas –muy pocas– privadas, donde se trabaja para instalar nuevas prácticas de nacimiento que prescindan de partos medicalizados, inducidos y/o conducidos. La experiencia es auspiciosa y da para el ejemplo en esta Semana Mundial por un Parto Respetado, de lema “El nacimiento y la economía” porque, precisamente, avisa que no sólo las mujeres de clases acomodadas tendrían derecho a gozar de esas prácticas, antiintervencionistas y humanizadas sí, pero siempre limitadas a los bolsillos más abultados.
“¿Por qué el parto debería ser domiciliario para que sea respetado y mínimamente invasivo desde lo fisiológico?”, se preguntó Delia Zanlungo Ponce, secretaria de Salud y Desarrollo Social del municipio de Morón, casi dos años atrás, cuando asumió en esa gestión. Había motivos de sobra para encontrarle respuesta al interrogante, desde su militancia feminista y a través del parto domiciliario que experimentó con su primer hijo, Facundo, parido hace cuatro años en una de las habitaciones de su casa, hasta hace apenas quince días con su beba, Juliana Eva, que nació en el agua templada de la bañera. Lo personal se alimentó de lo público en la promulgación en 2004 de la Ley 25.929, de derechos de padres e hijos durante el proceso de nacimiento, y desde que el entonces intendente Martín Sabbatella decidiera incorporar al municipio un área de Políticas de Género que Zanlungo Ponce dirigió. Hoy, con Lucas Ghi continuando esa traza, deberían alcanzarse en el ámbito hospitalario las metas que propone el parto humanizado. El hombre dejó clara la intención el 8 de marzo último, en el Día Internacional de la Mujer, cuando inauguró la misma sala que utilizó María Inés F. para facilitar el nacimiento de su hija. “Esta sala de preparto tiene que ver con un nuevo concepto de la maternidad centrada en la familia, humanizada y que expresa el perfil del hospital que estamos construyendo”, celebró Ghi. “El espacio añade la calidez, contención y seguridad que muchas veces trasciende a la pareja en este momento especial.”
En ocasiones, Delia explica a médicos y obstétricas (el nombre técnico de “parteras”) dispuestos a dialogar que “el embarazo y el parto son una de las pocas situaciones en las que una mujer ingresa al hospital porque está sana y vital. Es un cuerpo saludable, un cuerpo que se angustia, que necesita acompañamiento emocional y físico, mientras que el sistema de salud está preparado para recibir enfermos y, en cirugía, para trabajar con personas anestesiadas. El parto que irrumpe en la institución es un evento en el que hay que manejarse con la vitalidad del dolor; es un acto fisiológico, hormonal, físico pero principalmente emocional, en el que una tiene que abrir el útero y el pensamiento. El desafío es que el sistema aprenda a acompañar a las mujeres en sus tiempos”, aun cuando fueron perdiendo el poder memorioso de parir. “Si no hay complicación, nuestro cuerpo está preparado para esto. El tacto, los sueros, la episiotomía y la cesárea tienen que ser excepción.” ¿Pero cómo cuadrar los vaivenes del cuerpo y las emociones con el tiempo institucional? “Tiene que ver con los cambios culturales de todos y todas. Digo esto porque el hecho de que las parteras sean mujeres no garantiza que los modelos más instituidos, patriarcales, médico-hegemónicos no estén instalados. Creo que en la salud pública atravesamos un proceso en el que hay tanta resistencia a lo nuevo como adhesiones. En el caso del Hospital de Morón, las obstétricas, médicos y médicas van descubriendo que, cuando una mujer está acompañada, se practican menos intervenciones y resultan mejores partos. En este aprendizaje, lo rico del Estado es que tiene la posibilidad de garantizar los derechos al vulnerable.”
Los cambios son demasiado recientes y los tiempos aún cortos como para desterrar de un plumazo algunos síntomas de destrato hacia las mujeres, viejos conocidos del sistema hospitalario argentino. Las guardias que asisten los partos no son homogéneas y por tanto las experiencias de las parturientas siguen siendo variadas, aunque prima la decisión política del contacto humanizado. La episiotomía es una de las prácticas que dejó de realizarse con éxito por la decisión tomada hace unos cinco años, si bien no se la rechaza cuando suponen que peligra el desgarro. El fortalecimiento de derechos se profundizó en la creación de un espacio para los cursos o encuentros preparto. Unas 25 mujeres, con permiso de acompañamiento, se reúnen para escuchar a las parteras y escucharse ellas en sus dudas y anécdotas, con un refrigerio que las mantiene hasta la hora de la partida: muchas son adolescentes de entre 16 y 18 años. Otras vienen de distritos alejados, con poco refuerzo alimentario. Sólo las que pasen por una cesárea podrán gozar de compañía femenina porque la sala de internación reúne todos los casos que atiende el área de Tocoginecología y esa confluencia no da margen a pernoctadas. Parejas, familiares o aquella persona que la mujer requiera, podrá ingresar a la sala de partos. El horario de visita se amplió a dos horas y hasta no hace mucho los niños y las niñas tenían vedada la entrada para conocer a sus hermanos recién nacidos.
“En Morón conviven dos paradigmas, porque es un hospital tradicional”, relata el jefe del servicio de Tocoginecología, Roberto Espoile. “Venimos de la vieja escuela obstétrica y ahora empezamos a adaptarnos al nuevo paradigma de incorporar lo que se llama la maternidad centrada en la familia, que es como trasladar la casa al hospital, y respetar las decisiones de la madre en la forma de experimentar su parto. Pero hay que entrenar al personal.” Los 33 años de carrera de Espoile en el hospital debieron permearse a contrarreloj. “Vengo de una formación antigua, y los médicos somos muy reacios a los cambios. En una institución privada donde trabajo empezaron a entrar familiares a las cesáreas. Al principio no quería saber nada, pero después noté que era mejor, porque salen fascinados y porque si sucede algo están viendo todo lo que hacemos para que las cosas salgan bien. No todos los médicos viejos piensan como yo, y creo que su mayor temor es a la violencia, a la posibilidad de ser agredidos.” O al fracaso. “Es el clic más difícil de hacer, porque no hay límite entre lo bueno y lo malo. Si no actuaste en el momento adecuado, te reclaman por qué no hiciste esto o lo otro. Antes, los médicos decíamos ‘en mi experiencia, yo que hice un millón de partos, hacíamos tal cosa’. Hoy, eso no sirve.”
El director del hospital, Martín Latorraca, coincide en que “desde el médico se percibe la resistencia al cambio; algunos transitan esta experiencia por primera vez. Pero hay una decisión política de poner foco en el nuevo paradigma, y lo importante es el cambio que se va operando en todos los que trabajamos en el área de Salud. El hospital nuevo se construye pensando en este tipo de cosas y en el camino se van rompiendo ciertos prejuicios. Lo cierto es que tener a alguien al lado tranquiliza a la mujer y el parto se desarrolla de otra manera”. Sin embargo, la medicalización y mecanización de las intervenciones es una realidad que pesa y “estamos reevaluando, siempre cuidando la salud de la mujer y el bebé por nacer”. Prácticas incorporadas desde el inicio de los tiempos en la profesión, “ahora se están cuestionando y observando mucho, contra lo que uno creía antes”.
En tanto se construye el nuevo Hospital Municipal, que contará con habitaciones de trabajo de preparto, parto y recuperación o puerperio (TPR), el edificio actual, una estructura centenaria de sistema pabellonado, albergó unos 2500 partos en 2011. Durante los cuatro primeros meses de 2012 se registraron 400 nacimientos y a fin de año se estima que ascenderán a 3200. Las operaciones de cesárea alcanzan el 27 por ciento, “siendo un hospital con residentes”, advierte Espoile. “La cifra es baja si se la compara con la clínica más renombrada de la ciudad de Buenos Aires, con un 85 por ciento de cesáreas. La OMS quiere que bajemos a menos del 15 por ciento, pero por ser un hospital que además recibe población de La Matanza y Merlo, el número es bajísimo.”
Al plus vital de la sala de preparto con sus pelotas de esferodinamia, las barras de sostén y su condición implícita de libertad de movimientos, se le agrega el capítulo fundamental de los residentes formados según el nuevo modelo y a cargo de las parteras. La obstétrica Silvana Rodríguez explica que “tenemos dos espacios de trabajo, con los profesionales que están hace mucho tiempo y con los residentes de Tocoginecología, que van aprendiendo el nuevo modelo. Ya empezamos a notar diferencias en lo que era parto medicalizado, conducido, instrumentado, que es lo que se hizo siempre, y este nuevo parto donde la mujer está acompañada, se le respetan sus derechos, sus decisiones, sus pedidos y sus creencias. Los mismos profesionales notan las diferencias en la satisfacción de esa mujer”. El familiar deja de ser un posible agresor o un observador crítico para convertirse en un par que va a experimentar un nacimiento. “Es bueno aprender a trabajar con intervenciones sólo cuando es necesario”, afirma Rodríguez. “El parto respetado es tratar de hacer las menores intervenciones posibles, observar muy bien el proceso y sólo actuar en el caso que se requiera. Desde que empezamos a trabajar así, el caudal de partos aumentó. Las mujeres querían esto.”
La médica obstetra Alejandra Avendaño asiste desde hace diez años partos domiciliarios. El dato es procedente por la experiencia feliz que significó para ella y para las mujeres y parejas a las que acompañó, pero también por la grosera cantidad de formas de maltrato que soporta cada vez que se corre del sistema de salud tradicional. La tendencia pública, que se volvió más feroz tras el complejo final de un embarazo que transitaba la actriz Juana Viale, aun cuando no se trató de un alumbramiento en casa, dictamina “que todo es culpa de los médicos y las médicas que asistimos partos domiciliarios. El rechazo está exacerbado, incluso cuando es parte de una situación normal que las mujeres tengamos complicaciones en los embarazos, partos o puerperios. No es culpa de nadie”. El desprecio y la criminalización se perciben en hospitales o clínicas, sin discriminar ámbitos. Y la lista de Avendaño es extensa: neonatólogo que se niega a recibir a un bebé nacido hace apenas dos horas con cuadro de distrés respiratorio, porque la criatura fue parida en casa. Más tarde, médicas jóvenes de hospital público, una de ellas embarazada también, agrediendo a la madre de ese bebé “por no haber parido en una institución”. Obstétricas de guardias médicas tratando de ponerle un espéculo a alguien que parió hace tres horas. Anestesistas que se retiran ofendidos de la sala de partos porque se les pide que esperen un poco más antes de inyectar la peridural. “Nos está pasando a todos los que más o menos estamos fuera del sistema. Somos cada vez más rechazados. Cuando te ven llegar, afectan a la pareja que está con vos. Hace poco asistí un aborto espontáneo y luego nos trasladamos a una clínica: nos tuvieron como una hora esperando a un ecografista, que cuando llegó obligó a la mujer a pararse, caminar y hacer pis, porque la ecografía era transvaginal.” Profesionales en general y obstetras en particular “son durísimos, están muy amalgamados con este sistema. Hay un prejuicio, algo que genera temor. En cuanto a las obstetras, tienen la mirada femenina tapada por la ciencia, que brinda seguridad, como las normas, y para mí las normas nunca son tan rígidas como para no poder correrte. Por eso me focalicé en encontrar una institución que permitiera asistir nacimientos con una cultura diferente”.
Lo impensado era que ese sitio sería un lugar propio. Hace tiempo ya que trabaja en el sanatorio privado La Florida, en el conurbano norte bonaerense, y su proyecto siempre sobrevoló las charlas con el director de ese centro, el médico Carlos Mendoza, que dio su apoyo desde un principio. “La posibilidad se concretó hace semanas, con una pareja que estaba asistiendo. La mujer esperaba a su tercer hijo. El primero lo había tenido en el Mater Dei y el segundo en su casa, conmigo, pero el tercer embarazo no fluyó fácilmente, presentó algunas complicaciones. Ella pensaba que necesitaría una cesárea y no se sentía segura del parto domiciliario.” El día que sobrevinieron las contracciones, se entusiasmó con la posibilidad de parir en La Florida, al resguardo de su intimidad.
“Nos dieron exactamente lo que vengo ideando hace años: una habitación donde estamos la mujer que va a parir, su acompañante, el neonatólogo y yo para realizar allí el preparto y el parto, por ahora. El trabajo de recuperación se completa en el piso de Maternidad. La experiencia fue gratificante y con todo el tiempo del mundo: aquella mujer tuvo a su bebé y durante su internación respetaron todo lo que pidió. Si logramos seguir adelante, sé que sería un cambio muy importante desde lo institucional y para las parejas, ya que muchas se quedan en sus casas porque no tienen otra opción; hoy no hay demasiado para elegir. Alguien que busca un parto con emoción, sin intervenciones, debe optar por el parto domiciliario. En este caso logramos algo intermedio, con los beneficios de la clínica pero con los tiempos y la intimidad de la casa.”
Avendaño convocó a especialistas de compromiso histórico en el tema como Carlos Burgos, Claudia Alonso, Guillermo Lodeiro, Raquel Schallman y Cristina Solórzano, entre otros, con quienes se reunió esta semana para articular en el sanatorio la atención a futuro de nacimientos respetados, en lo que sería un centro de atención de partos de baja intervención. “Nos están dando esta opción para los obstetras que quieran utilizar el servicio. Además podrían armarse módulos especiales, permeables a las prepagas.” En la actualidad, las empresas de medicina prepaga no incluyen en sus planes de reintegro la atención de parto domiciliario, “pero si se plantea en la modalidad de parto institucional, podría recuperarse ese cobro. Es el primer paso para aceptar que el resto del sistema médico tiene otro pensamiento y que no debe ser condenado por sostener una idea diferente. Tengo muchas esperanzas de que eso no vuelva a ocurrirnos, ni a nosotros ni a las madres que paren, si las asistimos en lugares más amables”. Y si la experiencia se replica en otras instituciones privadas “como creo que va a suceder, el factor económico también se podrá equilibrar. Podremos demostrar entonces que el parto respetado no sólo es domiciliario o demanda de una minoría selecta”.
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