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Viernes, 19 de octubre de 2012

LA VENTA EN LOS OJOS

La distancia de la zanahoria

Según las publicidades del Día de la Madre, la maternidad es una tarea tan pero tan heroica que la vida cotidiana parece algo más que una suma de frustraciones. La zanahoria de los premios siempre está un poco más lejos.

 Por Luciana Peker

En estas fechas –Día de la Madre, del Padre, del Niño, del Amigo– se suele decir –para minimizarlas– que Día de la Madre son todos los días. Sin embargo, si se tiene en cuenta que las publicidades muestran a madres “a mil” (como un celular que intenta vender un equipo a ese precio mostrando que las madres no pueden parar un segundo), que son responsables de que sus hijos sean genios (dedicándose a cocinar con electrodomésticos), que la palabra madre ya no alcanza con su molde y que además tienen que ser psicólogas (como dice un chocolate) o que necesitan irse de spa porque su labor es tan agotadora... pareciera que no hay reparación posible.

No se trata de andar regalando desde flores, electrodomésticos, masajes con piedras calientes o equipos para postear en Facebook las 24 horas. En realidad, lo fuerte es que todas las argumentaciones comerciales para vender regalos apelan a un sacrificio que hace de la maternidad una vivencia extrema. Si ellas tienen –tenemos– que ser tan maravillosas o tan multifunción –sí, como una multiprocesadora que pica, ralla y hace jugo–, las simples mortales nos preguntamos en qué fallamos, porque seguro que fallamos.

Si la maternidad se vuelve una baldosa siempre floja, en la que nos manchamos por estar o no estar, por creer en el apego extremo y dormir con los críos o por trabajar y olvidarse la vianda; si somos responsables de los insuficientes en el boletín por no saber las fracciones equivalentes pero también de no llevar a la niña o niño a violín para que desarrolle sus dotes, ser mamá se reproduce; la foto que queda es la de la frustración permanente. Nada que ver con la heroína cotidiana de los comerciales.

“Todas las compras superiores a $ 500 se llevarán de regalo un perfume de Prüne, ideal para mimar a las madres en su día en el Tortugas Open Mall”, dice una promoción de un shopping de zona norte. Enaltecer a las madres tiene sus beneficios. Entre ellos, el de tener diván privado para que la madre escuche las penas de amor bajo la premisa de: “Tu mamá es mucho más que tu mamá” (también tiene que ser psicóloga, algo que la publicidad de bombones pone en palabras). Todas las argumentaciones para darle valor a la maternidad la dejan en un lugar imposible de abarcar y, por lo tanto, de disfrutar.

En otro enfoque, más clásico, está una madre reproductora. En estos tiempos en donde todo se reproduce (música, textos, fotos, videos) eso parece no ser poco. Y menos si se reproduce a un hijo genio. “Soy Mateo Zabala, hice el puente más largo del país, construí cuatro torres ecológicas, autopistas y plataformas”, dice un símil MacGyver con título. “Y yo hice a Mateo”, dice una tal Silvia en la campaña de electrodomésticos Liliana. “Para que las madres sigan haciendo cosas únicas”, se propone. Pero, en realidad, lo único que estaría bueno sería poder gozar de una maternidad elegida, singular y siempre imperfecta.

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EL PSEUDO MACGYVER DE LA PUBLICIDAD DE LILIANA.
 
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