Viernes, 26 de octubre de 2012 | Hoy
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Se estrenó Alumbrando en la oscuridad, un documental sobre la experiencia de la adopción y los lugares sociales que tiene cada quien en el complejo proceso de devenir madres y padres.
Por Marina Yuszczuk
El revuelo que se generó hace dos semanas cuando la jueza Miriam Rustán de Estrada frenó la realización de un aborto no punible a una mujer víctima de la trata que había sido violada puso otra vez sobre el tapete (en un año de por sí agitado por el fallo de la Corte Suprema del 13 de marzo donde se confirmó la constitucionalidad del aborto en casos de violación) la necesidad urgente de una discusión más amplia y colectiva sobre la maternidad, en una sociedad que como conjunto parece resistirse a pensar en las mujeres individuales y concretas frente a esa mujer ideal y entronizada desde hace tantos siglos, que es madre por sobre todas las cosas, porque ésa es su razón de ser y su destino privilegiado. Que tiene que ser madre, incluso cuando no lo desea, para cumplir con los sueños de otros que ven en ese tipo de maternidad, en el modelo de familia tradicional y en el lugar sometido del cuerpo femenino en todo el esquema, el fundamento mismo del mundo en el que quieren vivir (pero no viven). En un costado de ese prisma hecho de un material tan rígido se ubica toda la discusión sobre el aborto, pero otra de sus facetas también polémicas es el tema de la adopción, que anuda toda otra serie de tabúes con respecto a la mujer que da en adopción, las ideas de paternidad y maternidad basadas en la biología o la crianza, la identidad de los chicos adoptados y el vínculo con los padres que los eligen.
Con Alumbrando en la oscuridad, el documental estrenado ayer en el cine Gaumont, Mónica Gazpio (acompañada en la dirección por Fermín Rivera) se hace cargo del tema con la intención explícita de hacer foco en su costado luminoso. Porque su película toma como punto de partida lo afectivo, según se lee en las palabras de la propia directora: “Soy madre adoptiva. Era el primer cumpleaños de mi hijo, me levanté muy temprano para los preparativos. En un momento miré al cielo y me pregunté si ella, la mamá biológica, estaba mirando ese mismo cielo. Pensé en su dolor. Nadie que cuida un embarazo durante 9 meses y deja a buen recaudo al niño que acaba de nacer puede olvidar esa fecha ni puede pasar indemne ese día. Allí empezó mi deseo de hacer este documental, para darle un lugar en el cielo del imaginario social, para humanizarnos a ambas porque ni ella era ‘peor que un animal’ ni yo estaba ‘haciendo una obra de bien’”. Con esta escena, de una mujer imaginando a otra mujer, empieza el deseo de abordar el tema, haciéndose cargo incluso de ese gran tabú que es la ausencia del deseo de maternar, la elección de no hacerlo.
Por eso Alumbrando en la oscuridad, que en sus 60 minutos de duración alterna las voces de madres y padres biológicos y adoptivos, hijos adoptados, especialistas en crianza, psicólogos y médicos, entre otros, comienza por plantear casi como un hueco en la representación la imposibilidad de acceder al relato de cuerpo presente de las mujeres que eligen dar en adopción. De hecho, para darles voz a aquellas que pasaron por esta experiencia pero por razones más que comprensibles no quieren dar la cara para contarlo (en una sociedad en la que la mujer que rechaza la maternidad es casi la peor de las mujeres), Gazpio y Rivera optaron por recurrir a actores que les pusieran el cuerpo desde la ficción a testimonios reales, como Celina Font, Laura Azcurra y Cecilia Rossetto. En ellos se verifica lo que al parecer nadie quiere saber ni decir: que es totalmente posible, y de hecho sucede, no vincularse afectivamente con un bebé que no se buscó ni se deseó, concebido y gestado –también parido, muchas veces– en medio de una situación de hostilidad o de presión, a veces hasta traumática. Por un lado, lo que no puede dejar de oírse como un contrapunto implícito en estas experiencias son esas otras voces que muchas veces se dicen “provida” y que reclaman de parte de las mujeres, una vez que el embarazo existe, llevarlo a término y entregar a ese hijo para que otros lo paternen como la solución perfecta, práctica, una que parece hacer limpiamente borrón y cuenta nueva. Pero que no contempla, sin embargo –ni le interesa–, cómo pueden ser las experiencias del embarazo y el parto para cada mujer que les pone el cuerpo y la mente, una mujer que es siempre mucho más que un recipiente preparado y siempre disponible para gestar, con una historia que no se borra.
En ese sentido, una de las apuestas más interesantes del documental es la decisión de cuestionar las bases mismas de la idea de maternidad y paternidad ligadas a lo biológico, planteando, por ejemplo, que siempre son necesarios una elección y un proceso para que un niño se constituya en el hijo de alguien. Bien lejos de la tan mentada noción de “instinto”, de los testimonios que se dejan oír en la película, surge la idea de que no hay nada de natural en la decisión muchas veces implícita que madres y padres biológicos deben hacer para reconocer a un bebé como propio, cosa que a veces se da con dificultad y que hasta puede generar culpa o desconcierto. Es la terapeuta familiar y escritora Laura Gutman quien insiste sobre esta idea –que pocas mujeres estarían dispuestas a reconocer, exigidas por el modelo de amor materno incondicional y permanente– de que el apego no siempre se da de manera espontánea sino que a veces demanda tiempo y esfuerzo, tanto en las madres y padres biológicos como en los adoptivos. Está claro que en la experiencia real de los hombres y mujeres que todos los días se dedican a hacer de madres y padres, esa función tiene más que ver con el deseo y el cuidado que con lo genético, y que cada quien tiene que hacerse padre o madre antes que simplemente serlo.
Sigue siendo difícil comprender que estos hechos tan simples puedan resultar aberrantes para buena parte de la población, que prefiere en cambio seguir apostando por lo genético, a pesar de que se trata de un campo que muchas veces condena a los individuos reales a quedar atrapados en una red de miedos y prejuicios (especialmente en cuanto al origen biológico de los niños, un tema que afecta también a las parejas homoparentales o a aquellas que no logran concebir y recurren a donantes anónimos). Mientras tanto, las familias reales florecen y se multiplican en todas sus variantes sostenidas en las elecciones libres y el afecto. Por eso, aunque Alumbrando en la oscuridad hace su recorte en el tema de la adopción y arremete contra los mitos y tabúes que lo rodean, también se trata de un documental que concierne a todos en la medida en que se integra perfectamente en una discusión actual, y que surge en el marco de un proceso enorme de reformulación de las estructuras familiares y los imaginarios vinculados con ellas, que se abre cada vez más para incluir nuevos tipos de familias. La Ley de Matrimonio Igualitario vino a dar respuesta a una demanda que ya existía, pero desde ese punto de vista todavía queda pendiente por un lado –como quedó demostrado tantas veces a lo largo de este año– incluir en la agenda el tema de aborto y el derecho de las mujeres a decidir sobre sus propios cuerpos, y actualizar una ley de adopción restrictiva que hoy por hoy deja en situación indeterminada a miles de niños y adolescentes institucionalizados que tal vez podrían crecer en familia.
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