Viernes, 23 de noviembre de 2012 | Hoy
FOTOGRAFIA Las mujeres del taller de fotografía Luz en la piel, presas en el penal de Ezeiza, presentan su primer libro: aquí cuentan cómo es la experiencia de borrar los barrotes que las separan de la libertad.
Por Roxana Sandá
Luz en la piel es un taller de fotografía que funciona en la Unidad Penitenciaria 31 de Ezeiza. Es parte de un proyecto más abarcativo, la Asociación Civil Yo No Fui. Es ahora un libro precioso, artesanal y fruto de una autoría grupal sin fisuras. Y es, antes sí, un espacio propio que crearon las mujeres presas en esa unidad para transgredir la inhibición de los alambrados. Un día, tal vez en 2008, cuando Guadalupe Faraj y Cecilia Glik crearon el taller, el grupo de los lunes se arracimó en el patio de 5x7 adjudicado para la experiencia y, ante la vista de todos los ojos, un cielo inmenso se les abrió de golpe. Mirando hacia arriba a través del pequeño orificio de una cámara hicieron desaparecer esa geometría dura que les tijereteaba el horizonte. Casi todas dicen que hace cuatro años esas dos horas semanales las vuelve libres gracias a las imágenes producidas, que sacan “el adentro” hacia “un afuera” de paso interpelado, porque los boomerangs siempre deberían regresar.
“El taller no funciona sólo como una herramienta de expresión, necesaria en estos ámbitos de encierro, sino también como una manera de sociabilización, dentro y fuera del penal”, explica una de las profesoras, Alejandra Marín. “A lo largo de todo este tiempo, distintos fotógrafos y fotógrafas nos han visitado para compartir su trabajo con el grupo y hemos realizado numerosas muestras tanto en el país como en el extranjero. El taller, entonces, habilita un proceso de reflexión que nos permite pensarnos desde otro lugar, desde otro ángulo. Compartir nuestra mirada del mundo con los otros y descubrirnos con los otros.”
Hace un tiempo, Guadalupe Faraj dijo que “no es extraño pensar que el arte tiene ese don bondadoso de develar. Eso no es lo extraño. La extrañeza está en creer que una mujer o que un hombre tienen una sola oportunidad, una sola puerta por abrir”. Luz en la piel es un concierto de realidades diferentes que permitió abrir nuevas maneras de pensarse desde la imagen, entrelazando los discursos de un proyecto colectivo. También es una especie de huella digital urgente que completa la identidad del grupo. “Porque un nombre –admitió Faraj–, en gran medida, es lo que nos identifica. Simplemente hablamos de fotografía, pero fotografía que transforma, que permite ver otros rostros cuando les da la luz en la piel.”
María Medrano, coordinadora de Yo No Fui hace ya diez años, resumió este libro “en el resultado de esos encuentros que buscan la transformación social y la creación de nuevas formas de vinculación y construcción solidaria”. Primero llegaron las mujeres del Espacio Ecléctico y artífices de La Luminosa, Julieta Escardó y Julieta Rodeyro, con la propuesta de una edición necesaria y diferente. Pablo Grancharoff se encargó de la impresión del libro. Florencia Goldztein, encuadernadora y docente de Yo No Fui convocó a Carolina Podestá y Magdalena Gasquet para la encuadernación artesanal. Ana Paula Méndez y Marianela Portillo se abocaron al diseño, Julio Menajovsky prestó su mesa de reproducción, Alejandra Marín copió las fotografías en blanco y negro y Marcelo Delucchi las fotos color.
Marín, que se sumó al proyecto en 2009, desarrolla la técnica de la fotografía estenopeica, transformando otro espacio a préstamo, el taller de peluquería, en un laboratorio de día lunes. “Trabajamos con cajas de cartón que utilizan papel fotográfico y otras construidas con cajitas de fósforos y película de 35 milímetros como material sensible. El proceso comienza con la construcción de la propia cámara, repensando cada objeto utilizado: una caja de fósforos, una lata, una caja de cartón, son vaciados de significado para luego pasar a ser cámaras fotográficas. En todo este engranaje de construcción las chicas van entendiendo cómo se forma la imagen, cómo funciona, personalizándolas y decorando los soportes.” El camino conduce hacia una búsqueda interna, porque las cámaras construidas son hijas de la imagen que se desea encontrar, sea porque las modelos o los objetos elegidos proponen nuevos soportes. En esa instancia, cualquiera puede ser el material sensible: entran en complicidad películas, diapositivas, radiografías, película gráfica, paredes emulsionadas. “En medio de ese delirio colectivo se embarcan extranjeras y argentinas, muchas con sus bebés, para compartir el proceso de obtener la imagen, de revelado y positivado. Alguien piensa la imagen, otra modela, otra decide el tiempo de exposición, una revela y otra positiva.” Por eso las fotos que contiene el libro no están firmadas por una autora, “son producto de un trabajo colectivo. Todos los lunes se abren las puertas del patio para permitirnos este disfrute. Con frío, calor, lluvia, sol, siempre el mismo patio, siempre transformado por diferentes miradas”.
Las mujeres de esta experiencia concluyen que si el único lugar desde donde deben retratar y retratarse es en esa caja angulada por cemento y alambrado, entonces el afán por la sorpresa no debería estar tan lejos. En todo caso, el desafío es encontrar sin prejuicios. “Si la realidad es dinámica hasta en un patio de 5x7. Un tragaluz de edificio nunca proyecta la misma luminosidad”, dicen sobre lo que es fácilmente comprobable a lo largo de 59 páginas de espaldas desnudas en campos infinitos, pastos saturados de verde, relojes de pared arrojados como bolas de nieve, bebés que acordeonan la panza en un rincón, caras redondas delatando a unos plantines que la semana pasada no estaban. Sería mentiroso decir que ellas no tratan de trascender las rejas. Siempre lo hacen.
“Es que es muy difícil evitarlas”, reconoce Marín. “Pero una vez lo lograron azarosamente y no lo podían creer. Una de las chicas sacó una foto donde la exposición fue para el cielo, muy larga. La luz del cielo quemó la película y no salieron las rejas. Descubrieron que podían realizar fotos donde no estuvieran las rejas por más que las tuvieran frente a sus narices. Siendo fotógrafas lo sabemos y podemos buscar ese resultado, pero a ellas se les develó haciéndolo, y ahí está lo mágico, lo terrible y hermoso de todo esto. Esa es una de las cosas que la fotografía logra: durante dos horas somos libres no sólo porque nos distraemos, sino porque en nuestras imágenes no hay rejas. Son otras formas de libertad.”
Para las alumnas del taller tiene buena cara la batalla porque las ayuda, las visibiliza, las reconoce pacientes (más aún), las muestra artesanas, maestras, creativas y amorosas. “En el taller no sólo aprendí a hacer fotografía. Descubrí una parte de mí que ni yo misma sabía que ahí estaba; una artista dormida dentro mío”, sonríe Miriam López. “Creo que me dio posibilidad de tener otra mirada sobre las cosas a partir de un cambio interior. Y en un laboratorio improvisado, donde se produce la magia de la fotografía, para mí es un momento muy especial. Mientras trascurre el tiempo sólo pienso en quienes verán mi trabajo. Deseo que cuando lo vean pueda transmitirles que las personas privadas de libertad también hacemos arte y con mucho amor.”
El estímulo consiste en desentrañar que la fotografía no es una campana muda. Y ese hallazgo sólo se resuelve en la experiencia conjunta de un mano a mano generoso entre las propias mujeres. Con los años, fueron descubriendo que territorios impensados se conquistan desde la toma de una imagen. Es cierto que, como dice Liliana Cabrera, “es muy difícil encontrar diferencias a lo largo de los años en un patio de 5x7. Siempre los mismos bancos de cemento, el mismo pasto, el alambre de púa que parece enredar el cielo, los mismos alambrados que cortan en cuadraditos el horizonte. Sin embargo, muy pocos momentos provocan la magia de hacer cada lunes un día diferente al resto de la semana, como lo hace el taller de fotografía. Allí tuve la oportunidad de descubrir poco a poco la técnica de las cámaras estenopeicas. Aprendí a tomarme el tiempo suficiente para encontrar el ángulo apropiado y así preparar la idea que quería plasmar en cada imagen. Pude crear a partir de otros puntos de vista en un lugar que conocía de sobra y que nada hubiera tenido para ofrecer si no lo veía detrás de la cámara. Me ayudó a verme de otra manera, percibí otra realidad al conocer personas que venían con dedicación todas las semanas para enseñarnos cómo atravesar el cemento, el mínimo cuadrado de pasto por medio”. Para enseñar, posiblemente, que todos los lunes pueden crearse lugares sagrados.l
(El 14 y 15 de diciembre se realizará la feria anual de la Asociación Civil Yo No Fui, sobre los proyectos artísticos y productivos de las mujeres de los penales de Ezeiza y de aquellas que salieron en libertad. En Bonpland 1660. (www.yonofui.org.ar.)
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