Viernes, 23 de noviembre de 2012 | Hoy
URBANIDADES
Grupos de mujeres se unen para tocar y bailar candombe o afro y se adueñan del espacio público para apoyar distintas protestas. La danza es su modo de militancia, una forma de expresar y decir desde el baile en las calles.
Por Silvina Herrera
Caminan lento, avanzan a un ritmo extraviado de silencio y acompañan los sonidos que hacen las palmas de sus manos cuando rozan los círculos del tambor. Alrededor los cuerpos bailan, fluyen y se deslizan por los adoquines y la tierra gastada debajo de las antiguas vías de la Plaza de los Bomberos en La Boca. El barrio se congregó para acompañar la convocatoria abierta de IyaKerere Lelikelen, una cuerda de candombe compuesta sólo por mujeres, que invitó a participar con danza y música en el Día Internacional contra la Explotación y la Trata de Personas, con el lema “Bajale la mano a la trata”.
Las agrupaciones de tambores y danza se adueñan de las calles para apoyar causas sociales. Se congregan en alguna esquina de la ciudad, se cuelgan los tambores y marchan en fila para tocar y bailar siguiendo el compás del candombe o la música afro. El espacio público se vuelve escenario de una manifestación artística con una fuerte tradición de resistencia, que estas nuevas formaciones recuperan para hacer visibles reclamos actuales, a través de encuentros festivos. “Creemos que la vida es militancia. Los tambores surgen desde las personas esclavizadas, víctimas de la trata. Era la forma de expresarse de los esclavos, representaba la libertad y la sigue representado desde la toma de un espacio en la calle”, dice María Navarro, una de las integrantes de IyaKerere Lelikelen, que reunió en 2007 a un grupo de mujeres que además de bailar quería tocar candombe. “La resistencia de las mujeres es distinta, a nosotras estar en la calle nos genera problemas, hay denuncias y contravenciones. Y siempre lo resolvimos sin violencia, desde la palabra”, afirma sentada en la vereda, frente a la casa donde ensayan y se reúnen, a una cuadra de La Bombonera, para debatir y decidir entre todas, por consenso, en qué movilizaciones participar. IyaKerere quiere decir en yoruba, “madre pequeña” y Lelikelen, en mapuche, “abrir los ojos”, dos nombres que unidos reflejan ese nacimiento para hacerse ver y expresarse con el cuerpo y con el ritmo de los tambores. Por lo general, son los hombres los que tocan y las mujeres las que bailan, pero esta formación porteña quiso revertir esa tradición, calzarse los tambores para salir a tocar y transformar la fuerza masculina en una energía femenina muy personal. “Se genera otra energía desde lo natural, por la cuestión física. Y como somos mujeres participamos en cuestiones que tienen que ver con el género porque nos sentimos más responsables”, agrega Laura Ruffa, otra de las integrantes de la comparsa autogestionada.
“Mujer que quiere ser, mujer que se libera saliendo de la quietud, mujer que se estremece tocando un tambor” es la frase de presentación de Mwanamkembe, otra cuerda de candombe también compuesta sólo por mujeres de La Plata que participa con su música en movilizaciones. “Tenemos una extraordinaria fuerza de transmisión respecto de lo que comunicamos. Somos un grupo de mujeres luchadoras y creo que eso se transmite en nuestro candombe, ya sea en el toque o en la danza. Además, en tanto mujeres seguimos siendo un grupo minoritario y eso nos conduce a tomar más postura al respecto. La justicia y la libertad se pueden reclamar de muchas maneras, en nuestro caso el cuerpo es nuestra herramienta, como lo fueron para los negros en la época de la esclavitud”, dice Gabriela Hoz, integrante activa de la comparsa compuesta por psicólogas, biólogas, periodistas, docentes, diseñadoras, artistas, artesanas, abogadas de entre 22 y 40 años. Cuando se juntan a tocar y bailar, sus cuerpos se ponen al servicio de la misma causa, enfundados con calzas o babuchas de colores. Gabriela aclara que su participación es política, pero no partidaria: “El candombe es militancia y está cargado de ideología. Toda decisión acerca de dónde y cuándo o en qué contexto tocar es una decisión política. Nosotras debatimos en dónde participamos y por qué lo hacemos. Estos cuatro años de constitución de la comparsa fueron de buscar caminos. Siempre tuvimos claro que no queríamos vincular nuestro candombe con cuestiones partidarias, por eso no tocamos en actos políticos ni nada por el estilo. Pero sí creo que hicimos camino en debatir ciertas cuestiones ideológicas de fondo, como la inclusión/exclusión”.
Antes de empezar una movilización por los derechos de los Qom, por la legalización del aborto, en contra de la megaminería a cielo abierto o en un nuevo aniversario de la masacre de Avellaneda, suele verse sobre el asfalto una fogata rodeada por tambores acostados. Es un ritual que hacen para templar el cuero de los tambores y lograr que se endurezca y adquiera más sonoridad. Luego se los cuelgan al hombro y antes de iniciar el baile se toman unos minutos para comentar los motivos para apoyar cada protesta. Los tambores no callan es una construcción colectiva que se arma y desarma en cada encuentro y que realiza convocatorias abiertas cada vez que se reúne para acompañar alguna causa.
“Danzar es un acto de libertad, es gritar, decir y ser libre desde el cuerpo”, explica Lorena Tapia Garzón, integrante de La Revuelta Candombe Cimarrón, y participante habitual de las convocatorias de Los tambores no callan. “Es para mí un modo de hacer escuchar un reclamo colectivo o una reivindicación colectiva, pero desde la danza, porque es cuando bailo en las calles el momento en el que más libre me siento”, agrega.
Desde 2001, el grupo de danza afroamericana Oduduwa convoca cada 24 de marzo a marchar bailando hasta la Plaza de Mayo para recordar el aniversario del último golpe militar. El primer año fueron cuatro bailarinas y el último pasaron el centenar. “Se genera una energía que tiene que ver con las mujeres llegadas de diferentes lugares que intentan encontrarse con ellas mismas. La danza relata historias y personajes, que convocan a un encuentro diferente. Significa una nueva instancia de comunicación porque el cuerpo habla mucho más que lo que se puede decir con palabras. El cuerpo es el que está contando”, dice Cecilia Benavídez, una de las mujeres que inició la convocatoria.
Los últimos años las marchas comenzaron a filmarse y las imágenes quedarán plasmadas en el documental Piedra Libre, que incluyó una campaña de financiamiento colectivo. Cecilia apunta que se trata de “un proyecto colectivo que tiene vida en sí mismo. En manos de más de 100 mujeres. Todo hecho artístico es político, construimos ciudadanía y una sociedad más justa a través de manifestaciones estéticas. El arte y la política están unidos, no se los puede pensar por separado”. Cecilia cree que el baile de cada 24 de marzo sirvió para apoyar la nueva etapa de los juicios a los represores de la dictadura y que se abre un camino para generar nuevos espacios de participación, para ella “podemos hacer mucho poniendo el cuerpo”.
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