Viernes, 23 de noviembre de 2012 | Hoy
RESCATES
Marie Marvingt 1875-1963
Por Marisa Avigliano
“Que el cuerpo resista, que el cuerpo aguante, que se mueva y haga todo lo que tiene que hacer” podría ser el aforismo de vestuario que mejor describe a Marie Marvingt, la alpinista que llevó a cabo la travesía en solitario del Grépon, en el macizo del Monte Blanco, y que fue primera figura en esgrima, sable, espada, florete y tiro de pistola. Era una amazona excelente, jugaba polo, tenis y golf. El “anfibio rojo” (como la llamaban por el color de su traje de baño) nadaba desde los cinco años. Después de esta primera enumeración su currículum deportista parece un placard de Barbie. Pero la lista real sigue porque Marie, la temeraria trotamundos que nació en Aurillac (Cantal) el 20 de febrero de 1875, fue además de ciclista –entrenó y pidió participar del Tour de Francia pero el comité organizador se lo prohibió por ser mujer– una aviadora extraordinaria. Cruzó el Mar del Norte en globo en 1909 y un año después tuvo su título de piloto. Título que quiso renovar a los ochenta y seis, cuando todavía tomaba los mandos de un helicóptero de reacción. Más de mil aterrizajes, exhibiciones y espectáculos en el aire fueron apenas parte del divertimento para la mujer que no le temía a la muerte: “Conozco el peligro desde niña y esta familiaridad no ha creado en mí sino desdén, por lo menos indiferencia. (...) En Havre estuve a punto de ahogarme, yendo en bicicleta por una calle de Londres me atropelló un coche, en Brest me agredió un ladrón y me dejó sin sentido (...), me han pronosticado que moriré a consecuencia de un accidente. Lo espero y no lo temo. Cuando voy a hacer algo peligroso dejo mis asuntos ordenados”. Pero el territorio deportivo no limitó a la “novia del peligro”, porque más allá de los premios y records alcanzados estaba esperándola la guerra. Fue ahí cuando su pasión por volar asumió su soberanía y se convirtió en piloto de combate, bombardeó un cuartel alemán en Metz, luchó vestida de hombre en las trincheras –hasta que la descubrieron– y fomentó el uso de las ambulancias aéreas. Corresponsal, enfermera y oficial de salud militar en Marruecos, inventó un sistema de patines –o esquíes– metálicos que le permitían a los aviones despegar y aterrizar en la arena atemperando riesgos. ¿Qué más dicen sobre ella las calles y los edificios de algunos suburbios franceses y de Laxou (Nancy), donde murió el 14 de diciembre de 1963? ¡Que hablaba muchas lenguas, que su libro de memorias recibió un premio literario internacional, que cuando cumplió ochenta años sobrevoló su ciudad a bordo de un avión de combate de la OTAN acompañada por un oficial de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos y hasta que fue actriz y escultora!
Cualquier escena de la vida de Marie tomada al azar da en el blanco de la palabra osadía, como si un esquema métrico marcara el ritmo justo que impone la intensidad del cuerpo puesto a prueba y lo viésemos justo cuando rompe la cinta de llegada. La reina del aire, la “más extraordinaria desde Juana de Arco”, la curiosa incansable da pequeños saltitos de nena cumpleañera, se ríe y va de la mano de sus dos compañeros de aventuras cuando baja del helicóptero, el festejo –una escena del documental de Michèle Larue y Noël Burch– es la huella, la resonancia subterránea de una vida febril, como los remaches de un trasatlántico a toda velocidad por el agua. Música para Marie Marvingt que adoraba la razón de los motores y que, como en el verso de Rupert Brooke “la apasionante belleza de una gran máquina”, nunca ponía en duda que un corazón latía debajo de la carcasa.
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