Viernes, 21 de diciembre de 2012 | Hoy
VIOLENCIAS
El crimen de Tomás Santillán fue una forma de venganza hacia su mamá de parte de su ex pareja. Adalberto Cuello fue condenado a prisión perpetua por el Tribunal Oral 1 de Junín. Pero la representación de la Justicia va más allá de los años de la condena: el fallo visibiliza la triangulación de la violencia de género. Desde el 17 de noviembre del año pasado hasta la misma fecha del 2012 hubo 21 femicidios vinculados de niños y niñas.
Por Luciana Peker
Tomás Santillán tenía nueve años. Fue asesinado por Adalberto Cuello, ex pareja y papá del segundo hijo de su mamá, que lo interceptó a la salida del colegio. El Tribunal Oral 1 de Junín, integrado por los jueces Miguel Angel Vilaseca Parisi, Karina Piegari y Claudia Dana, lo condenó, el 18 de diciembre, a la máxima pena –prisión perpetua–, ya que los jueces consideraron como agravante la alevosía de la indefensión del niño y sostuvieron que el crimen se enmarcó en un caso de violencia de género. El fallo afirma que Cuello le “pegó donde más le podía doler” a su ex pareja, Susana Leonor Santillán, porque para él Tomás “era una forma de herir a la madre”.
El 15 de noviembre del 2011, al mediodía, cuando salió de la escuela rumbo a su casa, en Lincoln, Tomás desapareció. Dos días después apareció muerto, con tres golpes en la cabeza, en el predio rural La Vieja. Al principio, Cuello (padre de otro hijo de Santillán) participaba de la búsqueda. Pero muchos testigos indicaban que él no tenía buena relación con Tomás, ya que le echaba la culpa de la ruptura amorosa con Susana.
También forzó a su novia posterior, María Inés Márquez, a mandarle mensajes de texto como coartada. Las pruebas resultaron suficientes. Se encontró ADN de Tomás en el asiento trasero del Fiat Palio Weekend de Márquez que Cuello manejaba el 15 de noviembre del año pasado. Pero además de las huellas genéticas, también dejó su impronta la violencia cultural de la posesión sobre las mujeres y la obsesión por dañar a Susana a cualquier costo. Ya que, según la sentencia, había “un vínculo patológico con la madre de la víctima”.
“La sentencia es justa, demostrativa de la permeabilidad del tribunal a la opinión de otras disciplinas y tiene perspectiva de género. Claramente consideró el asesinato de Tomás como una expresión de violencia de género y seguramente, de haber estado vigente la reforma del Código Penal al momento del hecho, los/as magistrados/as hubiesen sentenciado por femicidio vinculado”, remarca Perla Prigoshin, al frente de la Comisión Nacional Coordinadora de Acciones para la Elaboración de Sanciones de la Violencia de Género (Conavig).
No fue un error. No fue un enfrentamiento. Ni fue un exceso de pasión. Fue un crimen. No fue un crimen pasional porque la pasión nunca es criminal. Pero tampoco fue un crimen salvaje. Susana Santillán denunció dos veces y en la comisaría a Cuello por violencia. Tomás Santillán murió. No es el único. Desde el 17 de noviembre del año pasado hasta el 30 de noviembre del 2012 hubo 21 femicidios vinculados de niños y niñas según el monitoreo de La Casa del Encuentro. Ada Rico, cofundadora de La Casa del Encuentro y directora del Observatorio de Femicidios en Argentina, explica: “En los casos de femicidios vinculados de niñas y niños vemos cómo el agresor considera también a ellxs como objetos, o como el medio para lograr su propósito: seguir controlando al objeto de su violencia, a esa mujer a quien considera de su propiedad. Porque el varón violento piensa que puede hacer con la mujer con la que tiene o ha tenido un vínculo afectivo lo que desee, incluso atacar los afectos más queridos de ella, como es un hijo o una hija. El objetivo que tiene el agresor es destruir psicológicamente y ‘castigar’ a esa mujer que decidió no ‘obedecer’ o terminar una relación. El violento utiliza a los hijos y a las hijas como un medio para lograr su fin y para demostrar su supremacía, le saca lo que más quiere y lo que más le importa a esa mujer. De esta forma, él piensa que ella nunca podrá olvidarse de él y de esa forma cree que sigue en control de su vida”.
“Aprovechando las cámaras” tituló Página/12 la presencia del ministro de Justicia y Seguridad bonaerense, Ricardo Casal, en el juicio. “Es un hecho gravísimo, terrible, una víctima inocente, nos dio un dolor enorme, nos conmovió a todos y que se haya trabajado judicialmente tan bien como se trabajó y se haya podido orientar la investigación a una responsabilidad clara sobre Cuello nos da mucha satisfacción”, expresó el ministro. Pero no es la primera vez que Casal se refiere al caso Tomás. El año pasado calificó el crimen de salvaje. Sin decirlo, al decir que es salvaje, dice que –como en la selva imaginaria, donde no hay leyes ni Estado– es un crimen con una ley: la del más fuerte. Y en la del más fuerte siempre se imponen los varones y los varones adultos.
Si el crimen es salvaje, el crimen de Tomás es un crimen que la civilización no podría haber evitado. Y ahí lo salvaje se vuelve una enredadera que bloquea la posibilidad de ver salidas y de prevenir dolores y crímenes. Claro que el crimen es horrible. Incluso salvajemente horrible si se quiere usar la palabra salvaje como un calificativo de placa roja para descargar el horror del crimen de un niño. Pero cuando un ministro de Seguridad dice que un crimen es salvaje usa algo más que metáforas de la náusea social ante la exacerbación del asco de la muerte. Decir salvaje es decir ajeno, foráneo, bárbaro, pasado, pisado, apolítico, irremediable, imprevisible, lejano. De otro espacio. De otro tiempo. De otro territorio. Es decir que a Tomás lo mató alguien tan parecido a un Tiranosaurio Rex que se vuelve un carnívoro sin pensar a quién. Sin pensar. Salvaje.
Sin embargo, ahora se sabe que la familia y el pueblo sabían que Cuello era violento y la mamá de Tomás había dejado asentado su miedo en la policía. Tenía un miedo que contó y que no fue escuchado ni respondido ni resguardado.
“La vida sigue como la he llevado durante este año y tengo otro bebé más que criar. Hay que vivir día a día, de a poco”, dijo, a la salida del tribunal, Santillán sobre su futuro. El bebé al que se refería es el hijo que tuvo con Cuello y que también fue motivo de la disputa de la pareja, ya que luego de echarla de la casa que compartían el condenado se negaba a pagar alimentos. “El crimen de Tomás se convirtió en un caso emblemático por la repercusión mediática y, aunque en los Informes de Femicidios que presentamos todos los años –dice Rico– hay muchos casos así, en éste, además, se agrega que el asesino también tuvo un hijo con la madre de Tomás y ese hijo es también una víctima colateral de este femicidio vinculado. Aunque, esta vez, se hizo justicia.”
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