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Viernes, 21 de diciembre de 2012

EL MEGAFONO

“Ante cualquier médico, consulte a su duda”

Dra. Monica Gogna (Cedes)

La frase se la escuché hace muchos años a una comprometida trabajadora de la salud mental, con mucho barrio recorrido en más de 15 años de desempeño profesional en un centro de salud del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Esta psicóloga argentina, maestra de la ironía, invirtió el slogan “Ante cualquier duda consulte a su médico” para indicar a propios y ajenos que frente al poder de la biomedicina (medicina occidental o medicina alopática) bien vale ejercer alguna duda. Sobre todo si una es mujer. Se supo decir que la ginecología era una clara expresión del patriarcado. Los médicos “desplazaron” a las parteras y otras mujeres en la atención del parto. Desde entonces, la comodidad del profesional hace que las mujeres den a luz en una posición muy poco “natural”. Nuestras sociedades (machistas aún en muchos aspectos) han establecido una fuerte conexión entre la ciencia, lo masculino, lo objetivo –por un lado– y lo femenino, la naturaleza, lo emotivo –por otro–. La Sociedad Argentina de Ginecología y Obstetricia, que ha cumplido 100 años, aún espera que una mujer ocupe su presidencia. Es la primera vez que la Organización Panamericana de la Mujer (también centenaria) está presidida por una mujer, nuestra compatriota, la Dra. Mirta Roses. Y no es que la ginecología, la obstetricia o la medicina en general no sean campos en los cuales las mujeres se han destacado y continúan haciéndolo. Ahora bien, como todos sabemos, ser mujer no es garantía de nada. En cambio, el feminismo es una corriente de pensamiento y una práctica cotidiana que puede arrojar luz sobre este tipo particular de inequidad social. Mediante la reconstrucción de la experiencia de las primeras generaciones de obstetras y ginecólogas, la historiografía feminista ha realizado valiosos aportes a las ciencias sociales, que vienen a cuento aquí. Los resultados de estos estudios muestran que, aun cuando las médicas compartían muchas características con sus colegas varones, tenían más conciencia que sus pares respecto de cuestiones tales como la discriminación, la inflexibilidad del trabajo y de los programas de entrenamiento y el comportamiento de los médicos hacia las mujeres, tanto pacientes como colegas. Estas mujeres, señala la historiadora británica Rosemary Pringle, contribuyeron a poner en la agenda pública temas como el abuso sexual, las escasas posibilidades de elegir que tienen las mujeres y las intervenciones quirúrgicas innecesarias (en particular, las cesáreas), etc. Otras investigaciones también muestran a las primeras ginecólogas atrapadas entre la lealtad a la profesión y las alianzas parciales con feministas, parteras, defensoras del parto natural y activistas del movimiento de salud de las mujeres. Aunque incómodo, ese “espacio intermedio”, sostiene Pringle, tenía el potencial necesario para modelar la profesión de manera de acercarla un poco más a los requerimientos de las y los usuarios de los servicios de salud. Qué ha pasado con ese potencial es todavía un asunto con final abierto. Pero –como dice Pringle– no sólo hay que ver si (y de qué manera) las mujeres “hacen una diferencia” en la práctica de la ginecología, la obstetricia o la pediatría (por mencionar las especialidades a las cuales han ingresado masivamente en las últimas décadas). Tanto o más importante es preguntarnos cómo su “larga ausencia” ha afectado los marcos discursivos a través de los cuales opera el poder en este campo. Mientras tanto, como académica, paciente y cuidadora de adultos mayores, recomiendo que –en situaciones cruciales– consulten a su duda.

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