Viernes, 21 de diciembre de 2012 | Hoy
MONDO FISHION
Por Victoria Lescano
Vestido con un traje gris que lucía hecho a medida, un sábado de comienzos de diciembre Juan Gatti ingresó a la sala de proyecciones del Planetario de Buenos Aires, que cobija el complemento de su gran muestra retrospectiva Contraluz, y fue ovacionado. Se trata de proyecciones sobre moda y fetichismo, odas al cuerpo masculino y femenino, orgías de estética, una ópera rock de moda y cine susurrada desde la cúpula del Planetario por Rufus Wainwright. Reclinados sobre las butacas, los asistentes al ritual (los fotógrafos Luciana Val y Franco Musso, la actriz Marilú Marini con sombrero canotier para la ocasión, la directora del Museo del Cine Paula Félix Didier, el diseñador español David Delfín) vieron pasar sobre sus ojos las aguas danzantes que reproducían una lluvia estridente y torrencial que señala el comienzo de Contraluz, Sound+Vision. Le seguirían secuencias de moda scifi, en blanco y negro, sesiones de moda rescatadas de una sala cuasi medical o de un gabinete del Dr. Frankenstein à la mode pero que, de inmediato, con la irrupción de una coreografía de medusas, pasaban a una secuencia de moda fetiche al tiempo de coreografías en homenaje a los musicales de Busbey Berkeley (allí la cantante y modelo Bimba Bosé, otra de las musas de Gatti, emulaba a una Bettie Page andrógina y bellísima, encorsetada y bailando desde la cúpula del Planetario).
Pero un rato antes, cuando no había caído el sol, cruzando la troupe de patinadores tenía lugar la apertura de Contraluz –que alude apenas a una sala en penumbras con imágenes inéditas y experimentales de Gatti en blanco y negro desarrolladas en las pausas de sus trabajos editoriales. Hubo una pasarela de estilos madrileños de la cantante Alaska junto a su pareja Mario Vaquerizo, cultores del glam rock; un reportero del diario El País en busca de la primicia “La Buenos Aires de Juan Gatti”, pero también el blogger Pelayo, autor de Kate loves me, donde documentó sus atavíos de verano tanto para pasear por el cementerio de la Recoleta como por las calles y los anticuarios de San Telmo; la estilista Noemí Vázquez, el productor Patricio Binaghi, y de la escena local, los artistas Juan Stoppani, Dalila Puzzovio, el diseñador de joyas Marcial Berro, la periodista Felisa Pinto –quien fue homenajeada en un póster de cine apócrifo trazado por Gatti desde una sala de la muestra, aludiendo al film Come fly with me– en un cast integrado también por esta cronista, los diseñadores Pablo Ramírez, Gonzalo Barbadillo y Horacio Gallo. El sarao culminaría con el cantante y bailarín Carlos Casella, en un tablado improvisado en los jardines del Sívori para cantar clásicos de Miguel Bosé y de Alaska.
Porque la coartada musical era imprescindible en la muestra antológica de Gatti, en cuyo hall y galería inicial se exhiben sus míticas portadas para discos que cimentaron los comienzos del rock nacional, del collage de figuritas pinup y pastiche de iconografía argentina –Carlos Gardel con un tocado de bananas a lo Carmen Miranda a David Lebón con cristalitos Swaroski. Frente a ellas, asoman sus desarrollos para la industria y la cultura pop madrileña: del reloj elegantísimo para Mecano a portadas para Miguel Bosé, Alaska y Dinarama, que pregona sadomasoquismo gore con una motosierra en mano.
Entre una y otra, un simulacro de tienda, exhibe los numerosos desarrollos para moda de Gatti –de los elegantes packagings de perfume para Jesús del Pozo al reciente del Pozo In black black, pero también los flamantes y taquilleros prints de uvas que compusieron estampas para Kenzo– desde que los diseñadores Humberto León y Carol Lim irrumpieron en la firma, devinieron fundas de ipods y el ornamento de unas zapatillas Vans. Allí asoman además gráficas multicolores para la diseñadora Sybilla –de quien Juan cimentó su fascinante identidad visual. Cautivan documentos sobre la noche madrileña circa 1990. Una invitación para la disco Morocco y su prima hermana, la disco con bowling Stella, dictaminaba que los hombres debían asistir vestidos de mujeres y recurrir a 103 dedos de maquillaje para la ocasión.
Otro de los grandes momentos de moda implícitos en la muestra del Sívori remite a su labor como director de arte en la revista italiana Vogue: de allí surgieron portadas que documentan la moda de comienzos de 1990, Linda Evangelista fotografiada por Peter Lindbergh, Naomí Campbell posando con orejitas de Minnie Mouse diseñadas en lamé por el inglés Stephen Jones, Claudia Schiffer emulando un homenaje a Brigitte Bardot, supermodelos en motocicletas y abrigos de visón, pero también citas cinéfilas y paródicas. De Cher ataviada por Bob Mackie, a Louise Brooks, Liberace, homenajes a Bowie, los Eames y David Hockney.
Entre la profusión en tonos pop irrumpe una colección de tomas en blanco y negro realizadas para editoriales y para campañas de Zara, Purificación García y Loewe que aluden a su gusto por el interiorismo, la estética de los años treinta y cincuenta, así como uno de los primeros cameos de Gatti en la moda y el rock remiten al film Hasta que se ponga el sol, donde baila un rock junto a la supermodelo Mercedes Robirosa, él vestido con un jean ceñido y plataformas. Corresponde aclarar que por entonces Juan diseñaba accesorios en cuero, atavíos de las colecciones Medio Luto, en su mayoría camisas blancas y negras cosidas por su madre y Ropa para Ferroviarios, citas a los uniformes de trabajo y también que cada una de sus secuencias de títulos para el cine español alude a su gusto por la moda: de los figurines y modelitos que irrumpen en los primeros planos Mujeres al borde de un ataque de nervios, con tomas macro y rescates de campañas de pintalabios, de sombreros y de zapatos de Roger Vivier a las crisálidas , las calaveras y los loops florales que resumen su iconografía y que Juan Gatti trasladó a una edición limitada de pañuelos de seda a la venta en la tienda del Sívori.
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