Resistencias La semana pasada se dio a conocer el caso de Amina Tyler, una joven tunecina militante de Femen que publicó en su cuenta de Facebook su propia foto en topless, donde escribió “mi cuerpo me pertenece”. Si bien las imágenes se publicaron a fin de febrero, fueron mundialmente conocidas ahora, por la declaración de un clérigo que dijo que Amina merecía una lapidación pública. Enseguida empezaron a correr las peticiones por la vida de Amina, pero Túnez abolió la pena de muerte en 2011. Cuál es el valor real de un gesto que se viraliza en pocos días gracias a las redes sociales, pero que en definitiva revela más de islamofobia que de feminismo.
› Por Flor Monfort
Fatua, ulema, Corán son palabras que tienen un velo para Occidente, pero un velo que pretende ser corrido a los ponchazos por esa creencia tan extendida de que somos nosotrxs, los civilizadxs, lxs que señalamos el camino correcto. Tal es el debate que se plantea con la ablación del clítoris en tantas tribus de Africa, un ritual a nuestros ojos aberrante pero sobre el que poco se ha querido entender desde los ojos de las propias protagonistas, muchas de ellas convencidas de que es un ritual de pertenencia necesario y deseable. Pensamos que están siendo engañadas por una tracción patriarcal que las domina tanto como a nosotras pero con resultados más sangrientos y definitivos, nada menos que la supresión del placer sexual de manera definitiva. Los casos de mujeres que lograron zafarse de sus destinos tribales dan cuenta de esos relatos sólo torcidos por alguna circunstancia excepcional pero que resultan eso, meras excepciones. Porque las chicas que son mutiladas morirán en sus comunidades, de manera que es muy complicado hacer ese trabajo de salvataje sin entrar en las historias y vericuetos propios de esas vidas, muy alejadas de las de civilizadas que pretendemos controlar. Como si la operación de salvataje justificara toda la acción, sin pensar en el antes ni calcular el después. Claro que sería hermoso intervenir en esas culturas para revertir una práctica que se lleva las vidas de tantas nenas como muertes por abortos clandestinos tenemos en nuestra región. Pero esa intervención debe ser mediada, custodiada, evaluada con tiempo y paciencia, y también cuestionada, puesta en duda.
La semana pasada, el caso de Amina Tyler dio la vuelta al mundo en pocos clicks. La organización a la que pertenece, Femen (el grupo feminista ucraniano que celebró, por ejemplo, la renuncia de Benedicto XVI con topless en la mismísima plaza San Pedro) lanzó una petición para salvar la vida de una de sus integrantes. Es que Adel Almi, un clérigo musulmán, había lanzado una declaración alarmante. Dijo: “Amina debe ser azotada 100 veces, y debido a la gravedad de su pecado (las fotos), la joven merece ser lapidada hasta la muerte”. Pero las declaraciones de Almi no fueron más que la suelta de una opinión, claro que con una historia de lapidaciones que avalan el llamado de atención, pero con la gravedad suficiente como para analizar bien la sentencia antes de largar cualquier pedido de ayuda. Según las leyes de Túnez, Amina podría ser instada a pagar una multa e incluso ser juzgada por exhibición pública y conseguir una condena efectiva, pero hasta ahora nadie realizó una denuncia ni su caso llegó a la Justicia. A muchos medios les encantan las lapidaciones, y el titular sobre la muerte inminente de una chica blanca, universitaria y linda que se quiso expresar libremente paga más que cualquier error, total con el tiempo se pueden aclarar los tantos. Con el correr de los días se dijo que Amina estaba desaparecida y las fotos en solidaridad que imitaban el gesto se multiplicaron de a miles: mujeres mirando a cámara que se escribían leyendas similares sobre la piel, leyendas que nos pertenecen a todas sobre la propiedad del propio cuerpo, nuestro deseo, el derecho a decir que no.
La petición de Femen que sigue firme en la web pide por ella y su urgente aparición, pero ni Amina está desaparecida ni la van a lapidar, a pesar del comunicado de Red Musulmana que explica el malentendido aclarando que manifiestan el apoyo a toda forma de protesta pacífica como la de Amina y reivindican el derecho de propiedad de las mujeres sobre sus cuerpos en lo que denominan “un ejercicio irrenunciable de recuperación de nuestra matria potestad”, pero aclarando algo que quién mejor que ellas: “Con este comunicado queremos aclarar cuál es el contenido de la noticia y qué es una fatua. En el Islam no hay jerarquías religiosas, no hay cabezas visibles que ordenen y manden. Ante sucesos novedosos, las personas que se dedican a estudiar la religión pueden emitir veredictos y contraveredictos que no son vinculantes. Cualquier ulema, y hay miles de ellos y de muy distintas facciones, puede emitir una fatua que será retomada o contradicha por numerosas otras fatuas y
contrafatuas (...). Sería sorprendente que tomáramos estas declaraciones como una fatua, esto es, un pronunciamiento legal vinculante, ya que en la jurisprudencia tradicional islámica no se contempla ni la lapidación ni los latigazos por posar desnuda. Así pues, ni existe fatua alguna, sino supuestas declaraciones misóginas y criminales muy graves, ni tienen peso legal ninguno, ya que en Túnez no existe la pena de muerte”. Y aclaran que el valor de la noticia habría mutado significativamente si hubiera instalado el debate sobre la necesidad de un cambio en la legislación que podría haber penado a Amina por el desnudo, en un país donde desde la Primavera árabe y el derrocamiento de Ben Ali, el gobierno provisional no logra generar un consenso que reordene la vida pública y económica y logre paliar el caos que se desató desde la inmolación de Mohamed Bouazizi, estudiante de 26 años y dueño de un carro ambulante que fue golpeado por la policía y privado de su única entrada de dinero. Su muerte a lo bonzo provocó el desencadenamiento de cientos de protestas en todo el país durante 2011. “Entender sus palabras como si fuese la voz del Islam lo único que hace es darles alas y poder a los radicales”, concluyen, aclarando que la islamofobia está a la orden cuando de noticias espeluznantes se trata.
Agrupar a todos los países islámicos en la misma bolsa es como creer que Sudamérica es un bloque donde todos bailamos capoeira o tomamos mate o adoramos a la Pachamama. Sin embargo la tentación de hacer del Islam una enorme etiqueta que aglutina identidades opresoras y mujeres con velo que mueren bajo las piedras es propia de ese etnocentrismo europeizante que cree que desde allí se mueve el mundo. Como si Europa fuera también una fuerza colonizadora, capitalista y patriarcal sin matices. Muchas veces en esta grieta se acomoda la trampa de las militancias, que necesita ponerse en una mano lemas y consignas para lograr efectos, muchas veces condenando verdades que en la realidad son más complejas o plurales. Como el caso de Amina.
Femen no dio los suficientes pasos atrás en su llamada de atención, ni siquiera citó a la Red Musulmana para compensar la información errónea y apresurada. Y mucho menos reprodujo aquello que es saludable entender: las voces que provienen del Islam son muchas más que las del clérigo Amin y no somos nosotras las que estamos en la lucha cotidiana por sus causas, por más peticiones que firmemos o fotos que nos saquemos. En cambio, Red Musulmana sí.
La periodista cultural y comunicadora Brigitte Vasallo escribió a propósito de este debate: “En numerosas ocasiones mis compañeras de Red Musulmana me han explicado con amargura de qué manera su voz es silenciada tanto por los feminismos hegemónicos, que desacreditan su visión feminista en tanto que atravesada por la fe, como por los sectores ortodoxos del Islam, que las consideran demasiado revolucionarias. Estos últimos días he podido vivir en primera persona su situación y darme cuenta de que el problema es aún más grave e incluye el machismo más rancio, la islamofobia y el odio intercultural”. Para Vasallo, el gesto de Amina es reconocible pero no universal, por tanto la bruma de la aclaración suma puntos en su pretensión de absolutismo. El comunicado de Femen insistía en mantener la alarma a pesar de que la pena de muerte fue abolida del país en cuestión y seguía la senda del pronunciamiento mundial: mujeres en sus casas a fotografiarse desnudas por Amina. “No es la única manera ni es el único código. Ni siquiera, pero eso ya es una opinión personal, me parece el gesto más interesante: Mi cuerpo es mío, sí, pero estoy hasta el coño (sí) de que la batalla se reduzca a mi cuerpo, cuando mi mente, nuestras mentes, están mucho más colonizadas aún que nuestros pechos o nuestras altamente colonizadas caderas. (...) ¿Para qué perder el tiempo tratando de entender cuándo podemos montar una guerra cibernética desde nuestras confortables casas, sintiendo que estamos salvando el mundo en cada click y sin poner ni una de nuestros valiosos pezones en riesgo alguno”, concluía Vasallo, poniendo el acento en la necesidad de repensar estrategias: si el clérigo y Femen finalmente no siembran para la misma cosecha, aquella que puso los dichos de un “él” en primer plano, el gesto de ella en uno muy superior al que puede lograr un cambio real (más allá de la novedad cibernética, las mujeres más necesitadas de empoderarse no están online) y los coletazos que podrían lograr un verdadero cambio de cabezas en las notas a pie de página de toda esta historia.
Vale preguntarse qué va a cambiar después de Amina. Si Femen pensará que el feminismo es suyo o de todas y si el patriarcado no termina triunfando finalmente porque sus tentáculos se enredan mucho más profundo: ¿quiénes son las dueñas de las consignas, de las causas, de los desarrollos críticos? ¿Para quiénes sirven las fotos? ¿Para quienes esperan ser rescatadas o para las que quieren participar aportando su juicio y su mirada? ¿Quién dijo que ellas, las indígenas del norte argentino o las musulmanes norafricanas, son pasivas, están esperando ayuda, la ayuda de las que pudieron pensar en ellas pero desde sus propios principios?
La avalancha de imágenes de mujeres de todo el mundo parece confirmar que las redes sociales son buenas y permiten una interconexión que de otro modo sería imposible. Y mucho de eso debe ser cierto, pero ¿cuál es su verdadero alcance? O mejor dicho, ¿no es válido preguntarse si además de la libertad que nos permite unirnos en un solo clic deberíamos unir voluntades para tirar del mismo carro, más allá de las diferencias? O que las diferencias son saludables si de pensar en la propia cultura se trata. ¿Quién mejor que las protagonistas para opinar sobre la lapidación, el uso del velo, la ablación del clítoris o la clandestinidad del aborto? Eso o el famoso desafío de unir la academia con la trinchera.
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