ENTREVISTA
Referente del periodismo gonzo, la peruana Gabriela Wiener se mueve entre la crónica y el ensayo abordando temas tan disímiles como la maternidad y la pornografía. Su último libro le saca la pátina almibarada al embarazo y la llegada de un hijo, un tema que ya había abordado en un texto sobre su experiencia como donante de óvulos. Sobre el arte de narrar poniendo el cuerpo habla en esta nota.
› Por Marina Navarro
Gabriela Wiener escribe en primera persona. Aunque es más que eso. Imprime su mirada cuando cuenta. Sus primeras notas de periodismo gonzo salieron en la revista peruana Etiqueta Negra, y luego se convirtieron en Sexografías, su primer libro, donde Wiener aborda y explora temas diversos y controvertidos en torno de la sexualidad. Como por ejemplo, “Ovocitos”, un relato sobre su propia experiencia como donante de óvulos. O la entrevista a Rocco Siffredi, el último porno star. También escribió sobre su experiencia swinger, entre otras historias que incluyeron temas tales como fetichismo, sadomasoquismo y pornografía.
Nació en Perú pero reside junto a su esposo Jaime Rodríguez, también escritor, en Barcelona, desde 2003. Periodista, escritora y editora, publica en el diario El País y las revistas Esquire, Soho, Paula, Quimera, Letras libres y Orsai.
Sobre sus deseos de ser madre va su segundo libro, Nueve lunas, un diario íntimo que llevó durante su embarazo, donde la escritora echa por tierra el imaginario de una maternidad dulce y edulcorada. En su lugar contó su experiencia. Un relato que pone el foco en los deseos, las frustraciones y la angustia que implica transitar un embarazo, dejando en claro que la maternidad poco tiene de “estado ideal”.
Sus crónicas fueron incluidas en las recientes antologías Mejor que ficción, crónicas ejemplares (Anagrama 2012) y Antología de la crónica latinoamericana actual (Alfaguara 2012). Su último libro, Mozart, la iguana con priapismo y otras historias (Sigueleyendo) compila sus últimas notas en diferentes medios.
Wiener encuentra en la crónica gonzo, a medio camino con el ensayo testimonial, el mejor vehículo para sus historias. Sus textos tienen una mirada propia y descarnada sobre las cosas que nos pasan. Y escribir es la única forma de contarlo.
–La diferencia entre un artículo de periódico y una crónica es la ambición de la segunda y su apuesta por una escritura literaria y de profundidad. Yo sigo un poco ese principio y hago lo que puedo en este trabajo de rascar más abajo de la superficie. Todo el mundo sabe que en literatura y en periodismo hay que huir del lugar común, esto normalmente significa que hay que investigar y experimentar con las formas narrativas y con el lenguaje, pero para mí supone también ir más allá y buscar el sentido más hondo y humano de una historia. Una crónica entraña siempre una visión del mundo, la de su autor, por lo menos. Por supuesto, mis crónicas siempre son un asunto personal, muy personal.
–Los límites son los confines de lo que escribo, esas 3 mil o 10 mil palabras. Intento no contar nada que no sea productivo dentro de la narración. Así que lo primero que no me permito es contar la simple experimentación por la experimentación. Ese es mi límite. La crónica gonzo que he hecho tiene una parte de experimentación pero no es lo más importante. Luego por supuesto hay cosas que pasan, que son magníficas pero peligrosas o incómodas para alguien más, y por eso no se cuentan. Si hay algo de lo que escribo que mis entrevistados no quieren que comparta, no lo hago. Para qué. No hago periodismo de denuncia. Sólo intento contar una historia real. Vidas ajenas, de Emmanuel Carrere, tiene un epílogo estupendo con respecto al obligatoriamente sutil arte de narrar la vida de los otros. En cuanto a mí, conmigo soy menos sutil, mucho menos, pero siempre cuidando de no herir a la gente de la que escribo, o sea, mi familia, amigos, amores... o al menos intentando ser justa, proporcionada. Quizá me falta escribir con odio, desprecio, jactancia, revanchismo... podría hacerlo, pero creo que sería más pornográfico que todo lo que he hecho antes y no sé si quiero que la gente mire esa parte de mí. Puede que sea un límite.
–La diferencia entre el yo y el narrador se hace en la ficción. En lo que hago esa diferencia se estrecha, se hace más difusa, nadie puede negar que al trasladar una experiencia al lenguaje ya estás adoptando un punto de vista y en consecuencia creándome como personaje. En el caso de mis crónicas, es más sencillo porque se trata de ser lo más auténtica posible. Este proceso puede resultar a veces violento, porque la tentación de construirme como personaje en una versión mejorada o más estilizada siempre está latente. A pocos les gusta retratarse a priori por sus defectos, sus gorduras, sus inseguridades. Yo creo que lo hago bastante.
–Un escritor de no ficción no escribe desde su biblioteca, no todo el tiempo. Yo por lo general me muevo de mi silla, no creas, viajo, busco gente, me quedo a vivir con ellos, pero también leo mucho y toda clase de libros que puedan iluminar pasajes de la historia. Uno se documenta durante toda la escritura de la crónica, antes, durante y después.
–Me parece imprescindible y siempre que pacto una historia con algún personaje intento acordar que nos veamos muchas horas, la mayor cantidad posible. Si es un perfil, primero: hay que leerlo todo del personaje, entrevistas, libros, todo. Segundo: hay que entrevistar a gente de su entorno, amigos y enemigos. Y más que entrevistarlo, hay que estar con él, mucho, para tener escenas, para que pasen cosas que a la gente le interese leer (¡hay tantas insufribles crónicas donde no se cuenta nada porque no pasó nada!). También hay que buscar alguna conexión muy personal con el personaje y llegar muy lejos en todo. Por último, hay que escribir de gente que nos parezca muy interesante o que no nos interese nada, no valen los términos medios.
–Ninguna de las dos cosas, me mueve la curiosidad, pero uno siempre se acerca a las cosas que quiere conocer con todo su inevitable bagaje, esto incluye prejuicios de todo tipo, pero si hemos hecho bien nuestro trabajo, algunos de ellos quedarán pulverizados en su contacto con la realidad. Este proceso debe verse en la crónica. Hay que incluir el making of dentro de la historia.
–Escribir, corregir, escribir, corregir hasta el fin, y pedirle a mi editor de cabecera que me lea y me edite con amor sin pedirme nada a cambio (y que le quede claro que, aunque me edite, el texto es mío y no suyo).
–Importa todo, todo el tiempo, sólo el respeto al lector puede impulsarte a hacer un texto bello, divertido y con algún sentido trascendente.
–Sí, más que por las antologías o por los artículos al respecto tengo la impresión de que tiene mérito porque nunca se habían leído tantas crónicas como ahora, gracias sobre todo a Internet. Hay nuevas crisis, nuevos medios, nuevos formatos, nuevos cronistas. Lo que a veces me temo es que nos estemos leyendo sólo entre nosotros los periodistas. Hay que evitarlo a toda costa. Huele mal.
–El libro contiene mi experiencia personal pero también se zambulle en otras experiencias materno-filiales que fui encontrando en la historia, la literatura, el periodismo, y en mi propio entorno. Desde luego parte del trabajo fue cargarme varios mitos sobre el embarazo confrontados a la realidad, que es mucho más cruda pero también más profunda.
–Supongo que sí, eso espero, creo que soy cada vez menos técnica, menos apegada al decálogo del cronista, y más yo, más intuitiva, desbocada. Hoy me siento muy cómoda en el ensayo personal.
–Me gusta trabajar con autores en los que confío plenamente y que se tomen en serio la escritura y el hecho de contar, y por supuesto que tengan una voz propia. Leer y editar textos escritos por gente así siempre es una delicia. En efecto estoy preparando una antología para Debate de ese tipo de no ficción, disidente del periodismo y también disidente de la ficción, que se encuentra en el límite entre el periodismo gonzo y la narrativa personal.
–Cuando empieza a parecerse a una magnífica novela lisérgica.
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