Viernes, 12 de abril de 2013 | Hoy
TEATRO
Lola Arias retoma la premisa de su última obra, Mi vida después –reunir a jóvenes nacidos durante los setenta y los ochenta para que hablen de su vida desde la de sus padres–, para convertirse ella misma y su madre en la materia prima de la puesta en escena. Nacida en 1976, Arias explora en Melancolía y manifestaciones el límite endeble entre la vida en primera persona y el contexto político.
Por Dolores Curia
¿En qué se parecen la llegada de una beba al mundo y el comienzo de una dictadura? El último trabajo de Lola Arias no puede responder esa pregunta. Sí puede ser catarsis. Sí puede pelar capa tras capa a un personaje aunque se encuentre con un techo: el núcleo duro de su depresión. Así lo hace en Melancolía y manifestaciones, proyecto de teatro, literatura, artes visuales, música, estrenado en 2012 en el Wiener Festwochen y que ahora se puede ver por unos días en Buenos Aires.
La madre de Arias entró en la melancolía cuando Lola nació. Por eso en esta obra se pregunta si lo que sufre su madre desde su nacimiento es una depresión posparto estirada ad infinitum o si habría que responsabilizar al contexto. Lola cuenta en vivo lo que le trasmitieron sobre el día del parto, describe un bombazo de sangre entre las piernas de su mamá que salpicó las sábanas. También ése fue un momento de estallido y derramamiento nacional: Lola Arias nació en 1976.
De la mamá de Lola –a quien se escucha, se la imita, se la evoca– se omite el nombre pero no una cantidad de detalles que tal vez sean mucho más personales aún. Se la presenta como una señora que en sus picos de actividad toma clases de danza contemporánea para mayores, se pelea a los gritos –teléfono en mano– por la poca transparencia del concurso de una cátedra. Y más: cruza la ciudad en taxi a alta velocidad, se viste, se desviste, y hasta se convierte en madrina a distancia de una niña africana. Aprende francés, toma clases de tragedia griega, abre y cierra talleres literarios y baila son cubano. La madre bipolar es, según la hija, como las dos caras del teatro: la eufórica y la melancólica, una cara que ríe y otra que llora. La mamá de Lola entra y sale de esos roles, como lo hace la actriz que la representa, Elvira Onetto. El audio la hace presente y la aleja, la vuelve objeto de homenaje, de risa, de empatía.
Un bebé –que duerme, toma la leche y gatea dentro de su corral– como actor principal, una pieza que transcurre en total oscuridad para evocar una Buenos Aires posnuclear o una tortuga que indica si habrá o no una revolución en la Argentina son algunos de los elementos que se pueden encontrar en sus trabajos. En El amor es un francotirador (2008) los actores contaban anécdotas amorosas mientras tocaba en vivo una banda. En Familienbande (2009) se preguntaba si la familia es un grupo humano que se arma y se desarma por la sangre o por el amor. En That Enemy with in (2010) inspeccionó la vida de aquellos nacidos de un mismo óvulo y cuestionó cuánto de la identidad está escrito en la sangre. Junto al artista Stefan Kaegi dirigió Chácara Paraíso, una instalación biográfica con policías, ex policías y sus familias, y en Airport Kids trabajó con hijos de ejecutivos, habitúes de aeropuertos, nómadas, trilingües. En mi vida después –estrenada en 2009 pero puesta y repuesta, en 2010, 2011 y 2012– una generación de nacidos en los años setenta y los ochenta contaba la historia de sus padres poniéndose sus ropas e interactuando con los objetos que habían sido de ellos (recuerdos, cintas de audio encontradas, fotos descoloridas, juguetes rotos). Melancolía... es también la vida después de Lola que, atada a un colchón y con los anteojos de su madre, trasmite con humor sus dudas sobre esa bomba de tiempo que podría explorar también adentro de ella (la depresión es muchas veces hereditaria). Con El año en que nací exportó la idea de Mi vida después a Chile para armar rompecabezas de recuerdos personales en torno de la dictadura de Pinochet. El cruce entre la historia del país y la historia personal está vivo (tan vivo que basta pensar cómo el testimonio escénico de Vanina Falco se convirtió en un elemento de prueba para la Justicia en el juicio contra el apropiador de Juan Cabandié). Lejos de las butacas de terciopelo, como es costumbre en la línea del teatro posdramático –dentro de la cual se la puede ubicar a Lola y a otros teatristas jóvenes contemporáneos, como Federico León–, Melancolía y manifestaciones hace pedazos todas las definiciones sobre lo que significa un personaje, una trama y la línea que separa la realidad de la ficción. Lola ya subió al escenario actores, no actores, niños, músicos y plantas. Y ahora, sube abuelas y abuelos –quienes acompañan a la actriz que interpreta a su madre– para mostrar otros cuerpos y otras velocidades.
–Uno en general va al teatro a ver gente bella, joven, pero a mí me interesa lo que aportan en escena los actores mayores, esa lentitud, esa fragilidad, esa experiencia. Me interesó hacer un retrato sobre la melancolía de mi madre con performers de su generación. Es un retrato de una mujer de setenta y tres años y los que están en escena tienen aproximadamente la edad de ella. Mi texto refiere a la vejez en varios momentos, el perro viejo que cuida de mi madre, las viejas compañeras del coro, la proximidad de la muerte. Incluso hay un texto que escribió mi madre sobre la vejez donde habla de lo difícil que es para una persona convertirse en vieja y dejar de ser protagonista para volverse espectadora de la propia vida.
–La diferencia es que esta vez es mi propia historia familiar la que está en escena. Por supuesto que tiene que ver con Mi vida después, porque cuenta la historia de otra persona de esa misma generación y su madre. Pero también está en serie con todos los otros trabajos que hice. Para mí la exposición es la que tienen las vedettes o los actores de televisión que cuentan su vida a los periodistas de chismes. Lo que yo hago es literatura. Escribo un retrato literario de la melancolía de mi madre. Si la obra tiene valor o no depende de la calidad del texto, de los recursos formales utilizados, de los performers, no depende de si cuento o no la verdad.
–Al principio lo pensé pero me pareció mejor que lo hiciera la actriz. Mi mamá participó muy activamente del proyecto. A los audios que se oyen en la obra los grabamos juntas en su casa. Lo mismo para el video del final, donde mi madre aparece cantando. Mi mamá no fue un objeto de estudio sin participación en el asunto. Tuvo un lugar en el proyecto. Opinó sobre detalles, vino a los ensayos para ver cómo se ponían en escena esos textos que la describen de manera muy aguda. Además aportó bibliografía. A muchos de esos libros que consulté me los recomendó ella. Ella, como profesora de literatura, trabaja mucho con los temas del arte y la vida. No es alguien ajeno a lo que significa trabajar con material y documentos reales. Está muy entrenada en eso. Claro que no es lo mismo cuando esos materiales son sobre la vida de uno, pero ella supo en todo momento que esta obra que escribí y monté es una versión mía sobre ella. Refleja mi visión sobre ella, mis dramas, con mis recursos, y no tanto lo que mi madre es. Porque eso sólo lo sabe ella.
–Mi madre además de profesora de literatura es una lectora empedernida. De niña me leía todo tipo de libros: ediciones infantiles de mitología clásica, libros de cuentos o fábulas. Creo que los mejores libros de mi biblioteca los heredé de mi madre. De hecho siempre me dice: “No encuentro este libro, ¡seguro que me lo robaste!”. Y aun ahora es una gran fuente de lecturas. Como es una persona muy curiosa, sabe mucho de literatura argentina contemporánea. Incluso, hay muchos autores de mi generación que leí gracias a ella. Ella fue la que me dio a leer Open Door de Iosi Havilio y 76 de Félix Bruzzone. Dos libros geniales que me hicieron conocer a dos autores que ahora admiro mucho.
–Para hacer esta obra leí mucho. Sobre melancolía, sobre enfermedades psiquiátricas, sobre pintura. Hubo algunas cosas más influyentes: La anatomía de la melancolía de Richard Burton, El hombre de genio y la melancolía de Aristóteles, Sol negro de Julia Kristeva, Duelo y melancolía de Freud. De literatura contemporánea Desarticulaciones de Silvia Molloy, que es sobre el Alzheimer pero tiene mucho que ver con mi texto. Y un libro sobre una exposición formidable que se realizó en todo el mundo llamada Melancolía, genio y locura en Occidente, que hacía un recorrido de todas las representaciones de la melancolía en la historia del arte desde la Antigüedad hasta ahora. Va mostrando cómo se transforma la percepción de lo que es la melancolía: desde la Edad Media, en que era un humor del cuerpo (la bilis negra) hasta el Renacimiento, donde se convierte en el atributo de los genios y los poetas, pasando por el romanticismo como momento de furor melancólico, llegando a la percepción de la melancolía como una enfermedad.
Melancolía... es, además de un biodrama con música en vivo de Ulises Monti, un cruce entre el drama personal y el drama social, donde uno aparece para salvar al otro. La mamá de Lola escribió una vez, en una crónica sobre su vida: “Murgas de bancarios, bajo la lluvia. Los de uniforme atraviesan la calle y aferran la cachiporra. El griterío frente a la embajada vecina me impide quedarme en la cama, con mi propio llanto. Y esta mañana yo la había destinado a llorar”. Entonces la hija se pregunta “si podría curar a mi madre llevando su cama a Plaza de Mayo para que los gritos de los manifestantes no la dejen volver a llorar. Es obviamente una idea un poco delirante, una idea utópica. La idea de que la pulsión política de cambiar las cosas puede curar la depresión de mi madre”.
Melancolía y manifestaciones, desde el 14 de abril, viernes, sábados y domingos de abril a las 21. Centro Cultural San Martín, Corrientes 1551.
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