Viernes, 12 de abril de 2013 | Hoy
EL MEGAFONO
Por Daniel Jones *
UNO. A veces confundimos nuestros pequeños mundos de militancia y academia con aquellos más amplios que nos rodean y trascienden. Entonces, en un gesto tan ingenuo como etnocéntrico, pensamos que el devenir de la historia (moderna) es garantía de una inevitable secularización de nuestras sociedades. Y de ahí al aborto legal, seguro y gratuito, mediaría un paso, trabajoso pero ineluctable.
DOS. Al aprobarse la ley de aborto en el Distrito Federal de México en 2007, una de las principales activistas que la había promovido dijo en una entrevista: “La tendencia mundial a la secularización de las sociedades y la modernidad como un momento histórico hacen que muchas de las batallas que estamos dando ahorita se resuelvan a nuestro favor. Con lo que estamos litigando es con el tiempo”. La realidad se encargó de desmentir que la tendencia fuese lineal y el aborto legal sólo una cuestión de tiempo, cuando meses más tarde 18 estados mexicanos fijaron cláusulas constitucionales de defensa de la vida desde la concepción.
TRES. Mi percepción es que persiste, entre buena parte de la academia y el activismo por los derechos sexuales y reproductivos, una actitud que poco va a ayudarnos a entender y actuar en el nuevo escenario que supone un papa argentino: subestimar las dimensiones religiosas de los fenómenos sobre los que se investiga o interviene, omitiéndolas o desestimándolas explícitamente. A esta actitud subyace una versión simplificada, voluntarista y demodée de la teoría de la secularización, desmentida por esa realidad que, ay, se empeña en demostrar que la religión no se retrajo al ámbito privado, ni política y religión son esferas enteramente diferenciadas.
CUATRO. Ilustra esta actitud la nota de Mario Pecheny publicada en el Soy (22/03/2013): “Ahora, ya sin Ratzinger. ¿Cambia algo el panorama de los derechos sexuales en Argentina? Nada. En materia de derechos ciudadanos, no importa nada lo que diga, piense, haga o deje de hacer un papa con DNI argentino. (...) ¿El Papa? ¿A quién, seriamente, le importa? Yo no lo voté. Ninguno de mis conciudadanas ni conciudadanos tampoco (salvo quizás uno solo, el cardenal Leonardo Sandri). El tema no debería siquiera ser tratado en un corto artículo como éste”.
CINCO. Nos puede interpelar poco la religión, resultar sospechoso el “progresismo social” de Bergoglio o sentir rechazo por la jerarquía católica. Da lo mismo. Pero nadie que le interese analizar y/o actuar en la escena política local y sostenga el reclamo del aborto legal puede permanecer indiferente ante su nombramiento, sin ponderar las nuevas correlaciones de fuerzas (donde actores y discursos religiosos adquirirán nuevos bríos) y discutir sus impactos en las coaliciones construidas durante años. Es hora de repensar estrategias y alianzas. Sentarse a esperar (con caras indignadas por la mala nueva o impasibles como si nada hubiese sucedido) que nuestras sociedades se secularicen lo suficiente, para no tener asuetos en la escuela pública por razones religiosas o para lograr el aborto legal, seguro y gratuito, puede ser un ejercicio tan tedioso como políticamente estéril.
* Investigador del Conicet, Instituto Gino Germani/UBA.
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