Viernes, 30 de agosto de 2013 | Hoy
URBANIDADES
Monstruo (Del lat. monstrum, con infl. de monstruoso): 1. m. Producción contra el orden regular de la naturaleza. 2. m. Ser fantástico que causa espanto. 3. m. Cosa excesivamente grande o extraordinaria en cualquier línea. 4. m. Persona o cosa muy fea. 5. m. Persona muy cruel y perversa.
Por Marta Dillon
¿Qué pueden tener en común las declaraciones de un perito de parte –de la parte de la defensa del único acusado del homicidio de Angeles Rawson– sobre la vida sexual de una víctima de 16 años con las múltiples repercusiones que tuvo la invitación al programa de Susana Giménez de un hombre embarazado en feliz pareja heterosexual y la definición puesta aquí a modo de acápite que da la Real Academia Española de “monstruo”? Son puntos en una misma línea que aun cuando a veces se torna sinuosa y flexible sigue protegiendo a quienes creen que el límite es necesario, que hay un aquí y un allá de la normalidad. Y es más, suelen hallar ese límite mirando entre sus piernas, dentro de su ropa interior, para confirmar que hay un universo congruente con su ser, su estar y su hacer; que tienen su lugar en el mundo, o mejor su trinchera, y que desde ahí pueden disparar sobre cualquier bulto amenazante que se mueva del otro lado de la línea.
En el caso del perito de parte, las cosas parecen estar claras: la indignación sobre su audaz suposición de que las marcas en el maltrecho cadáver de la adolescente podían corresponderse con las de una relación sexual “sadomasoquista consentida” fue unánime y no hace falta explicar demasiado, amén de soslayar de qué clase de consentimiento se puede hablar cuando se trata de una niña en paralelo con un adulto cuyas dimensiones, además, hemos visto sobradamente en todos los canales de televisión. Hasta el abogado defensor del supuesto homicida se indignó vía redes sociales y exigió en esa ágora pública que se disculpara con la familia de la víctima. Pero la declaración ya estaba echada y algo de la estrategia de la defensa puede advertirse en el juego de la audacia soez y la reprimenda dentro del mismo equipo: mientras Angeles siga siendo Angeles, esa adolescente en equipo de gimnasia a quien se mostró en los videos de las cámaras de seguridad tan vulnerable como cualquier otra, sacando las llaves de su morral para entrar a su casa, su agresor no podrá descender de la categoría de monstruo, categoría que la defensa intenta mitigar con una declaración de principios del abogado Miguel Angel Pierri, que sigue insistiendo en que de comprobarse el abuso o el intento de abuso sexual de su defendido dejaría la causa, sin explicar por qué ese móvil del crimen es más o menos aberrante que haber asfixiado a Angeles, haberla atado y envuelto en bolsas de basura para echarla al circuito donde los desperdicios se procesan. Es que el equipo de Pierri sabe dónde golpear, sabe dónde anida el germen de lo monstruoso en el consenso social, no en vano la sospecha de que Mangeri podía ser una víctima de un inexplicable complot para acusarlo se diluyó en la opinión pública al mismo tiempo que se conocían sus intentos de pagar por sexo, como si esa pincelada bastara para construir el perfil del asesino perfecto. El monstruo es el sexo, mal que nos pese a todos y todas.
Aun cuando lo monstruoso sea avanzar sobre el cuerpo de otro, el monstruo es una amenaza que anida en lo más profundo de cada quien y por eso es necesario trazar la línea, cercar el límite, acudir a esa palabreja de sentido ubicuo: normalidad. Y es aquí donde se abre el living de Susana, la diva platinada que esta semana recibió a Alexis y Karen, así en tándem, como se nombró a la pareja “de Victoria, Entre Ríos”, sin apellido pero con una biografía resumida: “El nació mujer, ella nació varón” y él está embarazado. Era casi conmovedor –subrayado por la musiquita romántica y el tono de estar hablando con unas “criaturitas”– ver los esfuerzos de la conductora por no perderse en el sistema de géneros y a la vez preguntar todo lo que su curiosidad le pedía, por ejemplo, si para concebir a la hija que esperan lo habían “hecho” como “hombre y mujer”. Perderse se perdió –hay que decirlo–, como cuando aludiendo a su miedo al error dijo que hacía unos años había ido “una chica”, refiriéndose a un hombre trans a quien entonces le preguntó si no le había dado miedo que le cortaran los testículos. La ley de identidad de género habrá tenido alguna influencia en la búsqueda de corrección política de Susana y en su puesta en acto del personaje ingenuo que tan bien sabe construir. No así en las carradas de brutalidades que se emitieron por Twitter mientras el programa estaba al aire y después. Menos aún en la canchereada nocturna de que se hace gala cada noche en el programa CQC, que puso un segmento de la entrevista para después mofarse a gusto descubriendo el monstruo en los otros y nunca en ellos, varones blancos y soberbios, escudados en el chiste, contentos de que “Susana haya vuelto a su perfil más deforme, nos baja el espíritu del enano Nelson y pronto nos va a presentar la mujer con cinco penes y nos explica cómo es”, Petinatto dixit, que siguió: “Si nos vas a presentar algo raro, anormal para nuestra sociedad conservadora, por lo menos aprendeteló, fucking Su”. Era él el que no había entendido, no es que nadie le pidiera su entendimiento, solo que lo hizo explícito, pidió que se lo explicaran otra vez –a lo mejor se salteó el graph, que rezaba: "es fácil, ella le infló el bombo a él"–. La explicación que recibió la podría haber usado Susana salvo que ahora había cierto aire de triunfo, como si se repusiera a los genitales el género que les corresponde. Pero qué vamos a hacer, muchachos, no hay tal cosa como género de los genitales. Y eso es lo que tal vez se pierdan los varones tan aferrados a bastones y micrófonos, agarrados del último mástil que emerge en un naufragio que está sucediendo.
El monstruo, como decíamos, es el sexo. El sexo de los otros.
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