Viernes, 6 de septiembre de 2013 | Hoy
PANTALLA PLANA
Malas muchachas y Bendita outlet confunden vulgaridad con libertad sexual. O la legitimación de un paradigma quebrado que no quieren dejar caer.
Por Rosario Bléfari
En la televisión, en un programa nuevo, algunas mujeres hacen supuestamente sonar la otra campana en un enfrentamiento de géneros que no propone sino que reafirma conceptos ojalá vencidos. Se trata de Malas muchachas, con Any Ventura como Beto Casella, y en el rol de los “muchachos” Sofía Gala, Moria Casán, Carmen Barbieri y Cecilia Milone. Los comentarios de muchas televidentes condenan la vulgaridad y las malas palabras y otras festejan la sinceridad y la libertad de las muchachas. Ni una cosa ni la otra. En otro programa, Bendita outlet, Edith Hermida, la conductora, también reemplazando a Casella, defiende lo que podría llamarse una exhibición sexual de la Mona Jiménez en un show con una mujer del público argumentando, junto con el panel, que la mujer lo consintió y que Miley Cyrus hace lo mismo en sus shows y a nadie le parece vulgar. Pero aunque a algunos les moleste la vulgaridad, no es la cuestión en juego sino la amplificación de una escena confusa en el teatro simbólico de la fiesta popular –chequéense gestos– que no es analizada siquiera, sino solamente exhibida y además festejada ante los televidentes, horrorizados por ciertas razones si son puritanos, horrorizados por otras si son feministas, inteligentes, o simplemente sensibles, y la repetición de la escena que vuelve a machacar para borrar ya todo posible razonamiento después del natural asombro y quedar solamente como “excitados televidentes”.
Al criticar manifestaciones sexistas, dos maneras muy distintas de pensar pareciera que terminan compartiendo la vereda: feministas y puritanas. ¿Lo hubieran imaginado las mujeres que lucharon por el voto o las que quemaron los corpiños? Para evitar la confusión de puritanas disfrazadas de progresistas, para diferenciarse de puritanas y finas reprimidas y contestar habría que revisar los cambios producidos en los últimos tiempos en relación con la pornografía y la prostitución, que en las antípodas de la liberación sexual eran vistas con cierta simpatía, habitando una frontera con el arte. Los artistas se relacionaban con prostitutas, espíritus más libres que sus novias o esposas, que conocían de sexo, podían hablar de eso y de la vida en general. Una mujer liberada miraba pornografía y el cine arte coqueteaba con el género al igual que algunas actrices que cruzaban la raya con el pasaporte de la liberación. Hoy se cuestionan ambas prácticas por la violencia que conllevan, el sometimiento y la mentalidad que forjan. Este cambio tal vez sea el origen de la confusión. ¿Por qué se empecina la televisión en querer entretenernos insistiendo en que compartamos un imaginario erótico cuestionado desde hace rato? El humor o el comentario transgresor que se define como tal en relación con determinada moral, enfrentando la acusación de “vulgar”, confundiendo esa batalla con la de la libertad sexual, no hace más que legitimar un paradigma quebrado y no dejarlo caer. ¿Qué importa la vulgaridad? Es más importante y difícil construir una erótica desde el lugar adonde hemos llegado, tanto hombres como mujeres, ya seamos gays, lesbianas o transexuales, retomando seguramente muchos elementos existentes propios de la cultura a la que pertenecemos, pero en una recombinación nueva, desarmando el viejo cuento simbólico, desistiendo de él. Son las mayorías sexuales las más afectadas por estos aparentes enfrentamientos o retruques de género inocuos, amparados en la misma eterna carpa cultural, como ocurre en Malas muchachas o en las declaraciones de Silvia Süller, deschavando intimidades y debilidades de los hombres como si se tratara de venganzas personales. Pero también las minorías, que en su transgresión real, histórica y obligada quebraron prejuicios, viven la opresión sobre sus cuerpos e imaginación de las mismas trilladas cosas a las que se apela para entretener, porque la historia se repite en todas las claves: que el tamaño, que el Viagra, que el fútbol, que la previa, que los cuerpos “hot”, que el orgasmo, que la primera vez, que fingir o no fingir, que la infidelidad, sexo oral o flatulencias, empobreciendo cada vez más el desgastado imaginario erótico que hay para compartir para vivir la sexualidad, que en cualquier caso es algo que se comparte.
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