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Viernes, 6 de septiembre de 2013

ENTREVISTA

El juego más tramposo

La violencia intrafamiliar y en particular la agresión que se descarga contra las mujeres desnuda un fenómeno de vínculos compulsivos que ponen en jaque al propio cuerpo, sin armaduras que rescaten del horror. En su último libro, Mujeres maltratadas en la actualidad, la psicóloga, investigadora y docente Silvina Cohen Imach indaga sobre la elaboración y el desprendimiento de situaciones traumáticas para reconstruir sin heridas la historia personal.

 Por Roxana Sandá

Dejar el lugar de objeto de la violencia y ocupar el lugar de sujeto de derecho, ese es el primer paso en esta tarea.

“La infidelidad me impacta más que los golpes –balbucea Patricia en un intento de explicación–. Me intrigaba su mundo, qué pasaba con esas mujeres, las trolas –dice con culpa y llorando–. Siento pena por mí misma (...) Es tristísimo lo que me pasó... Me empezó a decir palabrotas mientras me arrancaba todo, hasta la bombacha, y me dejó así, tirada, desnuda, golpeada... Pero no puedo cortar. El significa mucho para mí.” El relato forma parte de la cadena de testimonios que descubre la psicóloga Silvina Cohen Imach en su libro Mujeres maltratadas en la actualidad (Editorial Paidós), para exponer lo que considera “una de las patologías más acuciantes de nuestra época, la violencia familiar”. Y dentro de ésta en particular, “la agresión que se descarga contra las mujeres por su fuerte impronta de lo social y por ser un síntoma que interroga el saber psicológico y al mismo tiempo el político, el jurídico y el histórico”. Para la especialista, sin embargo, no sólo los golpes sufridos definen a las mujeres como maltratadas: “Además es una posición particular en relación con el otro lo que le otorga ese lugar. Y se trata de un lugar que se va construyendo a través de las trampas del juego del otro y, por qué no, de su propio juego”.

Suele señalarse el lugar que se le otorga al que se inicia en un supuesto de hombre ideal, ¿pero cómo se posiciona la mujer en ese espacio donde la presencia del otro comienza a deformarse?

–La fuerte desvalorización y marginación que la mujer sufrió durante muchos años en nuestra sociedad occidental sigue produciendo aún hoy, en su subjetividad, sentimientos de inferioridad con respecto a la figura masculina, al mismo tiempo que su idealización. De allí que el lazo que muchas mujeres establecen es de idealización del partenaire, a costa de un empobrecimiento yoico y una fuerte desvalorización de sí misma. Punto esencial de enlace con figuras aparentemente protectoras, seguras, dominantes. Sin embargo, a medida que el otro va “deformando esa presencia”, o mostrando esa doble fachada propia del hombre violento, deja progresivamente de ser el ideal para transformarse en hostil, amenazante, peligroso. Y la mujer se encuentra ahora en la situación de decidir a cuál de las dos caras creerle más, a aquella que permitió el enamoramiento o a aquella que ofrece ahora de vez en vez, y cada día con mayor frecuencia: hostilidad, violencia, maltrato. En esa encrucijada muchas veces la mujer queda entrampada.

¿Cuál es el proceso por el que se llega a construir la figura de la víctima?

–El sujeto maltratado no es sólo resultado de un insulto o una cachetada. La mujer maltratada, al igual que los niños maltratados, ha sufrido una historia, larga la mayoría de las veces, de violencia, humillación, denigración. El haber sido maltratada constituye entonces un proceso que va desde la expresión del dolor en el cuerpo hasta la sensación de desamparo, falta de confianza y de seguridad en sí misma. No creer en el otro ni creer en uno mismo es tal vez la peor de las secuelas que imprime la violencia en el sujeto. “Frustración, ansiedad, fracaso y de nuevo la famosa soledad, el vacío o el descontento con mi persona... Siento que no valgo ni siquiera para cuidar a mis hijos...”, nos dice una paciente aun después de algunas semanas de iniciado el tratamiento. Historia entonces en la que no pudo encontrar los mecanismos para defenderse y para confiar aunque más no sea en sí misma. Y esto es lo que la mujer deberá reconstruir en el análisis, historizando ese pasado, y emprender el trabajo de desprendimiento, en el intento de recordar para no repetir.

¿Cómo eligen las mujeres maltratadas a sus parejas y qué tipo de vínculos establecen con ellas?

–No registramos una manera de elección de objeto singular en las mujeres maltratadas. Es en Tres ensayos para una teoría sexual, en 1905, cuando Freud introduce el concepto de elección de objeto en el sentido de elección de pareja, u objeto de amor. No se trata de una elección volitiva, sino una elección que responde a su historia singular. Pero es en Introducción al narcisismo, en 1914, cuando avanza sobre el modo de elección. Freud nos alerta en este texto sobre dos grandes modos de elección de objeto: por apuntalamiento y narcisista. Esto significa que es posible realizar una elección de objeto siguiendo el modelo de las figuras parentales, es decir, aquellos primeros otros significativos que ayudaron, o no, al niño a sobrevivir en su estado de desamparo (por apoyo, apuntalamiento o anaclítico) al estilo de los modelos de la infancia, o realizar su elección en la búsqueda del yo propio reencontrado en los otros (elección de tipo narcisista). Contamos con dos grandes modelos de objetos de amor originarios: el otro y el propio yo del sujeto. Ambos modos de elección constituyen momentos esenciales en la estructuración subjetiva en la infancia, que luego deberán dar paso a las elecciones libidinales de la pubertad y la madurez.

Ese análisis deriva inevitable, entonces, en rastrear la historia de esas mujeres.

–Analizar el modo de elección de pareja en las mujeres maltratadas nos lleva a indagar sobre el lugar que ocupó en la trama familiar, en esa constelación familiar tan singular de cada sujeto, donde al menos tenemos que bucear en el lugar que ocupó en la fantasmática de la madre, del padre y de la pareja parental. Es desde allí de donde el sujeto va moldeando su objeto de amor, que luego se definirá según las experiencias de la adolescencia y la adultez. Muchas veces, las mujeres que de niñas vivieron en hogares en los cuales su madre sufrió malos tratos, pueden llegar a elegir como parejas a hombres con características similares a su padre, repitiendo de este modo la historia familiar. Pero no todas han sido maltratadas en la infancia ni fueron testigos de violencia familiar. Estas mujeres reproducen con sus parejas el modo de relación establecido no ya con el padre, sino más bien con la madre. Madre que caracterizan como exigente y severa, con cierta preferencia por otros hermanos, dejándola a ella en un lugar marginal, desvalorizado.

La negación patológica

Días atrás condenaron a reclusión perpetua a Juan Carlos Cardozo, el autor del triple femicidio conocido como la Masacre de Benavídez, de agosto de 2012. Causó conmoción que la pareja del asesino, Romina Martínez, le hubiera perdonado la matanza de su hija Marisol, de 6 años; de su hermana, María Florencia, de 15, y de su abuela, Nilda Ludovica Ham, de 76. El caso de Martínez, que además está embarazada del acusado y ahora se le imputa presunta complicidad, remite a algunas aristas del femicidio de Carla Figueroa y el debate sobre la figura del avenimiento.

Cohen Imach señala que la “Masacre de Benavídez vuelve a enfrentarnos con la violencia, la muerte, el horror. Pero además con una mujer que no corta el vínculo con el agresor sino, por el contrario, lo reafirma. Este caso nos interpela, nos interroga sobre por qué las mujeres ‘perdonan’. Sin embargo, cada mujer maltratada es distinta, tiene una historia y una subjetividad que le es propia”.

Aquí asoman los relatos sobre la dificultad de “cortar” el vínculo con el maltratador.

–A muchas les resulta harto difícil “cortar” esa relación, pero eso no significa perdonar, sino más bien sostener una ilusión y el miedo a fracasar. El caso de Benavídez se trata de una renegación de una realidad, de una renegación patológica de aquello que debiera ser horrorizado. Y en relación con el avenimiento, que constituye una figura legal y no psicológica, y que fue eliminado de nuestro Código Penal, es totalmente engañoso, tramposo, ya que también reniega de una realidad aterradora que deja a la mujer frente al desamparo subjetivo.

En su investigación plantea que víctima-victimario no son conceptos propios de la psicología. ¿Desde dónde centrar lo analizable entonces?

–No es que la psicología no comparte la idea de hablar de víctima y victimario, sino que se trata de un concepto propio, más bien, de las ciencias jurídico-legales. Dado que la violencia familiar tanto como el fenómeno del maltrato a la mujer se trata, como señalo al inicio del libro, de un síntoma social, es decir de un síntoma que excede el saber psicológico, demanda para su tratamiento la articulación de saberes de distintos campos disciplinares tales como las ciencias jurídicas, la medicina, la sociología, la historia. Hablar de víctima y victimario rápidamente nos ubica en relación con una ley, con lo permitido y lo prohibido. La posición subjetiva que denuncia la víctima es lo específicamente analizable: es el haber sido golpeada, maltratada, humillada, vejada por un otro que se posiciona como victimario. El victimario sería entonces aquel sujeto que comete o permite la vejación, la humillación, la violencia.

Usted traza un paralelismo con las víctimas de la Shoá.

–Desde esta concepción de la violencia es que se compara a las mujeres maltratadas con las víctimas de la Shoá, el Holocausto. Tanto Víctor Frankl como Primo Levi, ambos sobrevivientes del Holocausto, narraron los horrores vividos por la deshumanización a la que fueron sometidos los prisioneros forzados a una lucha por la superviviencia. A lo largo del tratamiento psicológico se le permitirá a la mujer pasar del lugar de víctima al de protagonista de una historia y retomar las riendas de su vida. No significa que ella debe hacerse cargo de la violencia del otro, sino producir un corte en ese círculo mortífero.

Se define víctima como persona sacrificada o que sufre un daño y en muchas de las víctimas aparece cierto empuje al sacrificio. ¿Cuál es la raíz que lo caracteriza?

–Cuando Freud nos brinda el concepto de pulsión analiza su empuje, es decir su aspecto motor, la suma de fuerza o la cantidad de exigencia de trabajo que representa. Alude al carácter activo de toda pulsión, más allá de tener un fin pasivo. En las mujeres maltratadas, este empuje al sacrificio se lo observa en esa entrega a pesar del sufrimiento, a la desubjetivación y deshumanización que el otro hace de ella; a esa dificultad para poner fin al circuito mortífero de la violencia, que en demasiadas ocasiones termina con la muerte misma. Es a lo que hace referencia la metáfora de “dar los ojos”, tan patente en el film de Icíar Bollain. Entrega que no es sino el resultado de una larga historia de intentos sin salida de defenderse. Indefensión aprendida, la llamarán desde la teoría del aprendizaje social.

¿Se puede establecer una estructura psicológica que determine a las mujeres maltratadas?

–No existe una estructura psicológica previa común a todas las mujeres maltratadas. Mujeres con trastornos de tipo neuróticos, psicóticos, narcisistas, débiles mentales, pueden haber sido o ser objeto de malos tratos. Lo que sí encontramos, en cambio, son ciertas características comunes, a modo de marcas en la subjetividad, más como consecuencia que como base del maltrato. La falta de confianza en sí mismas y en los otros, los sentimientos de apatía y vacío, altos montantes de ansiedad, la fuerte desvalorización y el pobre concepto de sí mismas, y la ausencia de proyectos propios son algunas de esas marcas. Características que, de todos modos, no describen una estructura psicopatológica particular.

En el actual panorama social, en que las violencias contra las mujeres constituyen un fenómeno visibilizado, discutido y abordado desde diferentes disciplinas, ¿la mujer maltratada deconstruye y reconstruye con más posibilidades su historia personal?

–La sociedad toda está cambiando y empieza no sólo a visibilizar, sino a hablar de las violencias, sobre todo de aquella que se descarga ferozmente sobre las mujeres, niñas y niños. Si bien eso ha facilitado el incremento de las denuncias y ha permitido que muchos sujetos que atravesaron situaciones de violencia puedan reconstruir una historia y reconstruirla de modo más saludable, esto es, historizar su pasado y lograr el desprendimiento de aquellos recuerdos intolerables, aún seguimos siendo herederos de una sociedad patriarcal y autoritaria, por lo que la violencia contra la mujer no deja de ser un grave problema social. Tal vez la falta de condena social, la lenta resolución jurídico-legal y las dificultades de los modelos teóricos y terapéuticos son algunos de los obstáculos en este recorrido.

¿Los traumas de las situaciones dolorosas por las que pasó una mujer se replican o vuelven a revelarse en futuras relaciones?

–La violencia sistemática no hace sino arrasar con la subjetividad, inscribiéndose en el sujeto que la sufre como traumático, ya que lo enfrenta a un encuentro con la muerte. La violencia constituye un choque impactando de frente en la subjetividad, por lo que dejará marcas físicas a veces, pero sobre todo una fuerte conmoción psíquica. Y la restauración del equilibrio perdido dependerá de las defensas con que cuente el sujeto para resolver ese impacto, pero también del apoyo social y profesional que le hacen el holding (sostén emocional) para atravesar lo doloroso. La elaboración de lo traumático supone un trabajo de poner en palabras el sufrimiento vivido. La voz del agresor, la posición de la víctima humillada, los miedos sentidos requieren ser metabolizados para que cese su efecto devastador. Dejar el lugar de objeto de la violencia y ocupar el lugar de sujeto de derecho, ése es el primer paso en esta tarea.

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