Viernes, 7 de noviembre de 2003 | Hoy
POR FLORENCIA GEMETRO FOTOS: BERNARDINO AVILA
SEXUALIDADES La marcha del orgullo gay, lesbiano, travesti, transexual y bisexual –qué extensa es la corrección política– se ha convertido, desde hace doce años consecutivos, en un lugar de encuentro y visibilidad para quienes gozan de una sexualidad distinta de la heterosexual. Como siempre, se escucharon denuncias y reivindicaciones, aunque el principal gesto político es haber convertido la marcha en una fiesta de la diversidad en la que se pueden escuchar historias como las que siguen.
Lesbentajas |
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PIqueerTERAS | |
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Soy Mariano | |
Un hermoso muchacho estilo neopunk camina de la mano con su novia por las cercanías del Congreso, marchan alejados de la música, van a paso lento, hablando, riendo. Hace cuatro años que asiste a las marchas, nada tiene que ocultar, dice, tampoco su nombre: Mariano Breppa, y no el apócrifo que figura en sus documentos. Ese otro, el falso, llevaba una “a” en vez de una “o”. “Fue como conservar algo de aquella identidad” en otra identidad que se celebra cada día más allá de la marcha. Fue afortunado, no tuvo problemas con sus padres, se vistió y se consideró hombre desde chico, a pesar de su cuerpo de mujer. “Me defino como hombre, como transgénero, porque mis pensamientos, mis formas de ser son así, aunque no quiera tener pelos en la cara”. El tono dulce de la cadencia en sus palabras le da un aspecto no estereotipado en cualquier masculinidad tradicional. Una masculinidad propia que desafía, interpela, cuestiona las regulaciones sobre los géneros, que ha decidido terminar de conseguir al operarse. “No el sexo de abajo sino las mamas, porque después cabe la posibilidad de que no sientas.” Este año planean tener un hijo/a con María Eva, su actual pareja desde hace tres años. Ya averiguaron tratamientos, será por inseminación artificial, un óvulo fecundado por un donante anónimo, el nombre, por ahora, será Jothuel.
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Rebelde gay | |
Una adolescente mira cándidamente los labios de su amiga: “Si querés, nos damos un beso”, dicen las dos, lo hacen in situ, y sus miradas se des/cruzan, se inquietan, se desvergüenzan. “Si la veo y me gusta, ¿por qué no?”. ¿Por qué no iba a darse un beso con su amiga, ella que desde siempre sintió la libertad, el desprejuicio, la autonomía y la franqueza de decir que le gustan las mujeres? Aunque no lo diga en su casa, aunque sus compañeros de la secundaria se pongan “pajeros”. Jimena es dueña de unos escasos quince años, pero desde los doce, desde que es chica, señala, pensó que el sexo debe ser vivido en libertad. Hace unos meses cambió de amigos, abandonó las salidas en Moreno, comenzó a frecuentar la Capital. Así conoció “la Bond”, el lugar donde por primera vez vio a esa chica linda, sensual, atractiva, explica, la encaró, se escabulleron por entre los pocos escondites de una galería por demás pública, se besaron hasta saciar el deseo y se marcharon. A Marcos lo conoció después, en el medio se distanciaron, cuando supo sobre su beso lésbico se disgustó, pero siguen juntos: “Porque los chicos se mueren por tener una novia bisexual, les da morbo; y cuando la tienen, se quieren matar”. |
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