Casi al mismo tiempo que la segunda ola del feminismo empezó a develar las trampas del ideal del amor eterno, edulcorado, monogámico y monolítico, San Valentín fue echado definitivamente de la Iglesia para convertirse en un pegote de corazones rojos y chocolates, en la fecha en la que se celebra y se ansía tener a quién entregarle la vida entera. La celebración pagana tardó en instalarse en este sur, pero apenas si se la necesita entre boleros, telenovelas y una educación sentimental que empieza muy temprano a demandar a las niñas que encuentren su príncipe azul –así, en masculino–. Ahora que el 14 de febrero se ha convertido en una excusa para vender bombones, cenas románticas y noches en hoteles, puede servir también para repensar de qué modo nos atrapa y nos encierra el ideal que propone San Valentín a través de la voz de cuatro filósofas que cargan contra las puntillas, los corazones y las promesas de eternidad, sin despreciar la utopía del amor y ese golpe de adrenalina tan necesario que genera el enamoramiento.