Viernes, 14 de febrero de 2014 | Hoy
PANTALLA PLANA
Una joven desaparecida, una detective que le sigue el rastro y un potente matriarcado forman la trama de Top of the Lake, con Elisabeth Moss.
Por Malena Rey
Aunque el primer episodio de esta nueva miniserie de siete capítulos suscite comparaciones con la genial Twin Peaks de David Lynch, o con el ajustado policial The Killing, hay algo en Top of the Lake que se diferencia de sus predecesoras: la adolescente que en las otras dos series era asesinada y encontrada en el agua, en este caso no muere sino que desaparece. Y está embarazada. Y tiene sólo 12 años. Lo que sigue es una intriga tensa, por momentos asfixiante, situada en un pequeño pueblo de Nueva Zelanda llamado Queenstone, rodeado del lago del título. Y como en todo pueblo cerrado y conservador en el que alguien desaparece, las sospechas están a la orden del día y hacen brotar las viejas cuentas pendientes con suspicacia.
La protagonista excluyente es la poderosa Elizabeth Moss –más conocida como Peggy de Mad Men–, personificando a Robin Griffin, una detective seria y contenida que llega a visitar a su madre enferma y es convocada por los servicios sociales por su experiencia en el trato con menores en situación de riesgo. Vista en el rol de investigar no sólo la desaparición de la bella y frágil Tui Micham sino también de encontrar al culpable de su embarazo no deseado, empieza a tirar del hilo de su entorno familiar para desnudar sus miserias: la joven tiene un padre narcotraficante y violento, hermanos alcohólicos y prepotentes, una madre ausente, y mucho desamparo. A su vez, una trama paralela implica el pasado de la propia Robin, con una historia de abuso en manos de la misma familia, lo que vuelve el aspecto psicológico del caso un poco más complejo para ella.
A los etéreos paisajes boscosos en los que se desarrolla la intriga policial, y que generan un ambiente oscuro, opresivo, se suma la aparición de un excéntrico grupo de mujeres que, comandadas por una extraña gurú encarnada por la inoxidable Holly Hunter –caracterizada con una larguísima cabellera canosa y una mirada como extraviada–, se instala en un valle, terreno vendido de forma aparentemente ilegal. Estas mujeres en crisis, de distintas edades, apartadas de la sociedad, arman en contacto directo con la naturaleza una pequeña comunidad –un matriarcado– para vivir juntas y poner en orden sus emociones y deseos. La violencia, el maltrato sexual, el avasallamiento de los cuerpos y las marcas que deja en las mujeres es el eje de sus reflexiones colectivas, siempre coordinadas por la iluminada GJ, encarnada por Hunter.
En los papeles, Top of the Lake es una serie realizada por mujeres: a las dos célebres protagonistas se suma el trabajo de su creadora, la neocelandesa Jane Champion, una de las únicas cuatro mujeres que fue nominada al Oscar como directora, que veinte años después de su recordada La lección de piano –también con Holly Hunter– y dieciocho años después de Retrato de una dama vuelve a poner sobre la mesa tabúes sociales y un enfrentamiento entre sexos que lejos está de resolverse en manos de sus recurrentes heroínas. Porque aquí la fricción entre el espíritu guerrero y decidido de las protagonistas –que si bien la padecen, no se amilanan ante la explícita violencia de los hombres– y los personajes masculinos, más bien primitivos y estereotipados, se juega en un tire y afloje que hace que los episodios se desarrollen en tensa calma, entre la verdad y las apariencias, entre los hechos que se conocen y los que se callan. Y si bien no cuenta con actuaciones descollantes en los roles secundarios, ni con vueltas de tuerca complejas, Top of the Lake consigue en sólo siete episodios de una hora de duración todo lo que se propone: contar en clave policial una historia pequeña sobre la violencia de género y sobre el abuso sexual y sus indelebles marcas.
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