Viernes, 9 de mayo de 2014 | Hoy
POLíTICA
La foto que viralizó la probable mirada de Mauricio Macri sobre la delantera de Violetta no es el derrape de un chistoso que marca tendencia política, sino el botón de muestra de una estrategia comunicacional que le entra al corazón de un sector importante del electorado, gustoso de que sus referentes mantengan encendida la llama de un orden simbólico desigual, donde el mirón manda y la mironeada obedece, en una reproducción obtusa de los estereotipos de género.
Por Roxana Sandá
Mauricio Macri tiene la insana costumbre de desfigurar los hechos. Así, un piropo en clave de galantería, según el diccionario MM, puede convertirse en exabrupto del tipo “lindo culo el que tenés” que, agregará de paso el alcalde porteño, “a qué mujer no le gusta que le digan” estas tales o cuales cosas referidas al cuarto trasero o a otros cuartos halagados según la ocasión. Muchas, muchos, cientos creyeron estar frente a una nueva desfiguración el fin de semana pasado, cuando se viralizó una foto del hombre y la actriz Martina Stoessel –Violetta–, 17 años ella, carne en estos días de bullying periodístico, cincuenta y pico él, probablemente escaneándole las tetas mientras un reportero gráfico congelaba ese instante al calor de un recital para 250.000 personas. El hecho en sí mismo no registraría mayor importancia y acaso no se le pueda pedir mucho más al propio Macri, que es lo que es y a esta altura se siente cómodo en esa faceta alla Marley, que hasta genera simpatías en ciertos sectores del electorado. El problema (en absoluto para él, desde ya) es que no se trata de episodios ocasionales, cuestiones fortuitas o souvenires mediáticos que nos van dejando para tener de qué hablar, sino de algo más complejo, la sustancia de que está hecha la matriz conceptual del macrismo, para muchxs modelo acabado de conservación de lo dominante. Una dirigente social que no es PRO ni K y con extenso kilometraje de recorrida política afirma que “Mauricio no derrapa, y si en todo caso desfigura la realidad lo hace con la lógica esencial de prestarles atención a los humores circunstanciales del vecino, como le gusta decir”. En ese sentido común, señorxs y señores, calza como guante el orden simbólico donde varones y mujeres representan dos estratos opuestos en esta vida. Y desiguales, como pudo comprobarse en el binomio señor mirón-niña mirada, por su reproducción –lastimosa, en tiempos de tantos derechos adquiridos– de estereotipos de género.
“Vamos, que no ha variado mucho respecto de lo que venía haciendo años atrás, con el eje fijo en ser un dirigente que un poco representa lo que es la voz de la gente, el colectivo. El discurso está dirigido a aquel que no piensa en política, alguien con denominado ‘sentido común’. Y en ese contexto Macri se presenta como un ser falible, de carne y hueso, que no apela al bronce”, dice la socióloga Analía del Franco, directora de la consultora Analogías, y viene a la memoria algún acto de campaña en un barrio con calles de tierra, donde el candidato pidió un piso de deck para discursear junto a una nena, tomado de su hombro con incomodidad visible. Días después, como ocurrió con la anécdota del piropo y con la foto de Violetta, ensayó disculpas aduciendo, con cierta inercia que se adivina patológica, no haber manejado bien la situación. “En definitiva, eso es él y esas salidas surgen cuando se relaja”, sostiene Del Franco, para quien Mauricio Macri es el prototipo del chico criado en San Isidro, educado en el colegio Cardenal Newman, “y estas cosas que le van sucediendo no son tan graves ni tampoco marcan tendencia, porque las expectativas de la opinión pública en relación con su comportamiento son bajísimas. No se pretende que sea un súper ejemplo, sino que gestione, aunque no sepamos bien para dónde.” Tampoco importa demasiado en tanto se le mantenga un entorno de alineación y balanceo, como la hija que llama desde Miami para retarlo por cosas que no deben decirse o la vicejefa María Eugenia Vidal cuando aclara que Mauricio “sólo tiene ojos para Juliana”, la esposa siempre sonriente en esta peña folklórica de la banalización. No hay margen de frustraciones, advierte la analista, “porque para el PRO es pura ganancia. Quieren a este político que tiene poder pero se maneja como en el llano, y esos gestos que a otros les jugarían en contra o los debilitarían, a Macri lo fortalecen. Está cómodo, instalado, siente que esas apariciones le rinden sus frutos, y encima su imagen creció en los últimos meses”. Tanto de esto se le debe al asesor Jaime Durán Barba, el ecuatoriano que suele recrearles la imagen a los candidatos de las derechas latinoamericanas con recetas pragmáticas, de “simios con sueños racionales”, como él mismo supo escribir alguna vez.
Los dichos del jefe de Gobierno porteño son polémicos “no sólo por el contenido sexista, sino porque parece ignorar que siendo una figura pública sus declaraciones contribuyen a la formación de opinión”, considera Paula Rey, del Equipo Latinoamericano Justicia y Género (ELA). “Se viralizó la imagen de una escena que hace foco sobre un adulto, público, y una chica de 17 años, lo que no es un hecho menor, porque abre la puerta para debatir otros temas, como la sexualización de la adolescencia y la niñez.” Manifestaciones de la violencia, “que no es sólo física y que asoman en otros tipos menos percibidos de lo que significan las violencias contra las mujeres”, lamenta Rey. “En la liviandad con que Macri trata algunos temas hay una cuestión de no tomar conciencia sobre los efectos que produce. Y todo acto es político: lo privado es político, la violencia contra las mujeres lo es.”
Algo huele mal en Dinamarca. Un diario de tirada nacional reproduce textos de Naomi Wolf con pareceres más que discutibles bajo el título “Una mujer en el poder no siempre mejora las cosas”; los comentarios misóginos están a la orden del día y a las niñas como Violetta se las congela por miles en selfies domésticas. En la misma bandeja se derraman los porotos de cosecha macrista, sin ánimo de reparar –nada–, mientras que el varón marcador de tendencia siga manteniendo su espacio natural en el territorio público. Tóxico, pero chistoso.
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