Viernes, 9 de mayo de 2014 | Hoy
RESCATES
Corinna Mura. 1909-1965
Por Marisa Avigliano
Corinna es la mujer que aparece en Casablanca tocando la guitarra. Ese es su crédito de casting: cantante con guitarra. Puede estar contenta –le dijo en un pasillo un productor a un agente de extras en ascenso– muy contenta porque además de cantar sola tiene buenos planos en la escena de “La Marsellesa”. La canción que Corinna rasguea (acaricia cuerdas con la mano al revés) y canta es “Tango Delle Roses”. La canta en español mientras afinan labios a distancia Ilsa y Rick: “El amor comenzó y fueron besos dulce caricia después locura de la pasión (...) quiéreme con ardor (...) florece pronto y pronto muere”. La voz ágil de Corinna silba las palabras y permanece como un manto protector cuando Victor Laszlo, el héroe clandestino, trama una nueva escena de resistencia antinazi. Nada mejor que la intensidad de Corinna educada desde niña para convertirse en una soprano de coloratura para acentuar fervores en el café marroquí de Bogart. La mujer de la guitarra tenía treinta y tres años (había nacido en San Antonio, Texas en 1909) cuando con vestido largo, escote y pelo largo semi recogido correteó exotismo en la película de Michael Curtiz. Antes y después de las escenas (participó en seis películas), Corinna recitaba y cantaba en cabarets –en los conocidos y en los perdidos también– y su voz ornamentada sintonizaba muy bien en la radio, no era difícil encontrar un lugar en el dial para su trinar improvisado. Aquellas horas de popularidad pudieron haberle dado un nombre perpetuo y un programa propio en el éter de los años cuarenta, pero la trovadora Mura, la que cantó tres veces frente a Roosevelt y brillaba en Broadway en Mexican Hayride, el musical de Cole Porter, no fue una famosa eterna, apenas una cantante con pocos discos, casi una clandestina, más clandestina que Laszlo. Sin protagonismo suficiente en la industria discográfica, la voz de Corinna fue una voz más entre las voces de las bandas sonoras y en las de las misceláneas de ocasión variada. Voz rumorosa de vitrola en “Samba Lelê de Barbosa” con la trova carioca de Jose Oliveira-Nestor Amaral y voz puntiaguda en un disco de pasta olvidado, un Decca neoyorquino de retumbo previo. No mucho más. Como si una versión femenina de Llewyn Davis (el de la balada de los Coen) caminara guitarra al hombro por las calles buscando lo perdido (un gato anaranjado si seguimos en línea con Ethan y Joel) y se perdiera en el acorde de los sótanos soñando con ser descubierta con suerte esquiva como una Marce LaCouture convertida en personaje (Marie LaSalle) en una novela de Nick Hornby. Enferma de cáncer, Corinna murió en México, en agosto de 1965. En el recuerdo biográfico de otros la Corinna Mura de voz colorida y pocos discos fue madrastra, no una de verruga peluda y pociones que el hijastro en cuestión, hijo varón en comarca de madrastras y autor de El curioso sofá, La niña desdichada y La fábrica de vinagre: Tres tomos de enseñanza moral hubiera ennoblecido en tinta china, apenas una madrastra. Corinna vivió algunos años con Edward Lee Gorey, el padre de Edward Gorey, el memorable ilustrador de los niños muertos, el hijo directo de los maestros del nonsense. Confiando en los parentescos sin sangre y en los versos de José Martí “Yo tengo un amigo muerto que suele venirme a ver” habrá que salir a buscar sin pereza conciliadora un disco inédito de Corinna, debe estar cerca de una cabriola virtuosa que un nene dibujado por Gorey le está haciendo hacer a un caballo ciego.
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