ESCENAS
Rey puesta
La siempre difícil combinación entre poesía y teatro alcanza el brillo que se merece en la nueva obra de Fabiana Rey.
Por Paula Jiménez España
Con Las muertes vuelve a ser el turno de la extraordinaria poeta argentina Olga Orozco, cuyo mundo, hecho de una lírica honda y misteriosa, para Fabiana Rey es conocido. La primera vez que esta actriz –que ha realizado, en las antípodas de la sencilla poesía campera, maravillas como Atahualpa, basada en los poemas de Yupanqui– le dio voz y cuerpo a los versos inconmensurables de la pampeana fue con Relámpagos de lo invisible, bajo la dirección de la fotógrafa Nora Lezano, en el año 2008. En esta segunda oportunidad se anima también –muy acertadamente– a dirigir, no sólo a actuar, y lo hace con la puesta en escena de Las muertes, el segundo libro de Olga, publicado en 1952, cuando tenía apenas 32 años, y del que se editaron menos de 60 ejemplares (Rey ha trabajado con uno de ellos. La reliquia es un volumen sin tapas y de hojas altas y gruesas con un autógrafo ya borroso de uno de los amigos de Orozco).
Las muertes, compuesto de 17 poemas, todos dedicados a personajes como Maldoror, El extranjero o Bartleby, arranca con un verso que anuncia que las muertes que allí han de leerse no son de la carne sino de la literatura: “He aquí unos muertos cuyos huesos no blanqueará la lluvia”, anuncia Orozco. Estos, “los muertos del papel” (así los llama Rey), son los personajes evocados por un elenco que con sus interpretaciones logra caminar sin trastabillarse por esa fina línea que demuestra que teatro y poesía pueden también fundirse armónicamente y hasta tienen una raíz común (por momentos, y no exagero, los versos de Orozco sobre las tablas remiten a la grandeza de la lírica shakespeareana). Los actores son, además de la propia directora, Gimena Lima, Nicolás Magnim y la poeta y biógrafa de Alejandra Pizarnik, Cristina Piña, en su sorprendente debut teatral. La presencia que sobre el escenario impone esta última va a tono con esa fuerza e intensidad, ya características de la estriónica Fabiana Rey. En una puesta con aire lúgubre, plagada de fotos en blanco y negro en portarretratos, objetos antiguos y minúsculos, imbuida de la atmósfera oscura que exudan los versos de Las muertes y asiéndose de recursos audiovisuales (a cargo del realizador cinematográfico Santiago Giralt) y sonoros, estos cuatro personajes llevan adelante la dramaturgia creada por la misma Rey. Cuenta la directora que sólo algunos de los largos poemas del libro se entrelazan aquí argumentalmente. La obra alcanza momentos de gran belleza y conmoción, como aquel en que las actrices se dirigen juntas al hombre para decirle: “Esa criatura ha muerto, Charles Lievens. ¿Para qué detener su marcha en la obediencia de un idéntico día? ¿Por qué guardar su imagen como un ángel helado que habita una burbuja en el cristal del tiempo?”. Es que estos sujetos de la lírica pueden ser así de desafiantes porque no tienen miedo de ponerle nombre a eso mismo que es materia y razón de su existencia: la muerte, ese imposible poético y teatral que por el solo hecho de ser tocado como tópico cobra vida. Sin embargo, aquí el verdadero tema no es la muerte en singular, única y taxativa, sino su plural, las muertes, las que no permiten la fijeza de una sola forma de morir, ni de destinos iguales para todos los seres, cuyas vidas han sido, y son, ricas e irrepetibles por la diversidad de sus acontecimientos.