Viernes, 15 de agosto de 2014 | Hoy
PREGONES
La publicidad del queso blando de La Paulina aporta un poco más de leña a la hoguera donde se cuecen las madres de la pantalla. ¡Huid!
Por Graciela Zob
¿Se ha preguntado usted si es, si ha sido, o si acaso podrá ser alguna vez una buena madre? Responda “nunca” e inmediatamente sentirá el fuego del infierno. Pero se lo haya preguntado abiertamente o no quiera reconocerlo, lo cierto es que se lo vienen respondiendo desde su infancia y a través de incontables mensajes que si alguna gracia tienen es que son todos contradictorios. El deber ser de la “buena madre” la está formateando desde la estampita de la Virgen con Jesús, desde la intervención sexual de Yocasta en los problemas de Edipo y desde todas las vulgatas psicoanalíticas que la aconsejan no sólo en boca de expertos sino también con modelos y contramodelos, desde la Süller hasta la Maru Botana. La pregunta por el buen abuelo, la buena hermana, el buen amigo o la súper tía no figuran en la cartilla. Pero tampoco la del buen padre. Para ellos, en todo caso, desde hace un tiempo circula una fórmula tácita que se puede resumir así: “Un buen padre hoy es aquel que no es tan mal padre como los padres de ayer”. En cambio, la maternidad sigue siendo un callejón sin salida. Bueno, eso hasta la semana pasada, porque el queso cremoso La Paulina llega para aportar más luz o mejor dicho más leña a este fuego con un spot publicitario creado por la agencia Ogilvy & Mather Argentina que se titula “Amor de madre”. Dura aproximadamente un minuto, pero como es posible que usted, distraída en esa incógnita que la tiene todo el día paralizada frente al televisor o atontada frente a la hornalla, se la confunda con un avance de una película de terror, ofrecemos la siguiente sinopsis y una libre interpretación:
Romántica y bella por la bruma y las tonalidades ocre, la primera imagen dura un segundo y apenas nos da tiempo para entender que se trataba de una cocina y una mujer que cocinaba. El fuego de la hornalla se vuelve hoguera cuando la toma siguiente nos deja ver a la misma mujer, pero ahora convertida en heroína de alguna historia mágica o realista, pero sin dudas épica. La música, versión light de la banda de La lección de piano, en la línea de esas “que te meten ganas de invadir Polonia”, según la clasificación de Woody Allen, no nos deja dudar: acá está pasando algo grave, terrorífico, ellas, las cocineras, están en peligro. Entre brumas, árboles, bosques, espesura e incendio una mujer corre, avanza desesperada en el exterior. En paralelo, la misma mujer cocina y sufre: se rebana un dedo, se quema la mano con el horno, llora por culpa de las cebollas, se salpica cuando tira las papas fritas en el aceite hirviendo y, cada tanto, corta rodajas de queso La Paulina, el único ingrediente que no atenta contra la vida de la chambona cocinera. Porque hay que ser chambona para que te pasen tantas desgracias cocinando. Al ver, secuencia siguiente, que el resultado de tanto drama es un par de milanesas a la napolitana o unos buñuelos, una se pregunta alelada si tan mal se la pasa uno en la cocina y si el recurso de convertir la vida cotidiana en una gesta, donde la mujer, perseguida tal vez por su propia familia y futuros comensales, siempre sale quemada y machucada, no será un premio consuelo para seguir sometiendo a la mami bajo un rol estereotipado y sin salida. La música insiste, apostando al remanido recurso de poner la parte sufrida (la cocina) en una tonalidad menor y después la parte alegre (cuando la señora al final sirve la comida que tanto le costó hacer en la mesa donde la espera su familia tipo) en una tonalidad mayor y da lugar al cartel que nos tenía preparado La Paulina: “El amor de una madre no se encuentra en ninguna receta”. Por si faltaba una obviedad, esta lección que invierte ligeramente el clásico “no hay recetas para ser una buena madre” deja a la consumidora, que ha visto al menos preparar cuatro recetas en menos de un minuto, ahogada en la sopera del sinsentido.
¿Aumentará este comercial las ventas del queso? El estudio de marketing lo dirá. Por lo pronto, las pocas personas consultadas por esta nota reconocieron que, luego de ver el spot, el primer impulso fue marcar el número de uno de los tantos mágicos imanes de delivery que sus maternales heladeras guardan para ellas, en sus panzas de metal.
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