Viernes, 15 de agosto de 2014 | Hoy
VISTO Y LEíDO
La última novela de Ariana Harwicz trama un relato sobre madre e hija corridas de su eje y atormentadas por la tensión de un vínculo delirante y explosivo, a mitad de camino entre lo irracional y la cordura.
Por Malena Rey
Cuando hace poco menos de dos años Ariana Harwicz sorprendió con la breve y opresiva novela Matate, amor (editada en la Argentina y en España al mismo tiempo), era complejo arriesgar con qué continuaría nutriendo y ensanchando los límites de su breve pero intensa carrera literaria. Porque lo que había allí era hasta tal punto enfermizo, sacado, que lo que vendría después difícilmente podría compararse: se trataba de la historia violenta de una mujer asfixiada por su propia existencia como madre y esposa, capaz de despreciar a su bebé y de internarse en el bosque para delirar en la naturaleza, al borde de una locura agresiva que se volvía explícita en el lenguaje. Ahora Harwicz redobla la apuesta y se las ingenia en La débil mental para dejarnos de nuevo perplejas. Como haciendo una torsión sobre su propio eje, ya no se trata del puerperio y de la relación madre-hijo, sino hija-madre, narrada a través de escenas fragmentarias en las que ambas entran y salen de foco, estallan, se desdoblan.
Ariana Harwicz (Buenos Aires, 1977), formada en filosofía, guión y dramaturgia, y residente en Francia (en el medio del campo, a una hora larga de París), explicó en una entrevista reciente que sus mujeres están corridas del eje. “Son personajes que podrían ir a cazar animales con las manos”, dijo, como queriendo dar una idea del tipo de delirio –sutil pero completamente explosivo– que las posee, a medio camino entre la irracionalidad y la cordura. Es ese corrimiento el que hace que nos extrañemos de las motivaciones de estos dos personajes femeninos tan cargados y potentes, y a la vez que sus acciones nos sacudan, como si nos atacaran con la misma violencia con la que se tratan. Dice la hija: “La panza de mamá crió luto, gestó luto, engendró una planta carnívora y acá estoy divina en mi short y mi remerita ajustada (...) Pienso en los sexos de mamá y el señor atornillados volviéndome niña. Pienso en nuestros sexos peludos inventando hijos. Ahí va una madre con las manos detrás de la espalda. Ahí va otra mordiendo el cuello de su cría. Las nubes no me rescatan hoy, no me aspiran”, y es difícil mantenerse inmune ante la tensión del vínculo, que lleva incluso a la madre a decirle a la hija: “Te malcrié. Te anticrié”. No hay amor, no hay ternura, no hay comprensión posible si los lazos más puros están contaminados, están violentados, sino solo literatura, torsiones de lenguaje, escenas breves que condensen los distintos fracasos, parece explicitar Harwicz con una voz propia.
Es difícil reponer el argumento de La débil mental, y tratar de entender a qué impulsos narrativos responde por fuera de la extraña lógica del deseo virulento y la pulsión sexual de dos mujeres que se aman y odian. Quizá porque en el libro no hay una temporalidad lineal que nos ayude a reponer huecos. Quizá por la seguidilla de frases entrecortadas, con un pulso marcado por el uso del presente. O por la presencia perturbadora del sexo, de la masturbación. O porque las voces de sus protagonistas se superponen, se chocan, se desgarran en un fluir de la conciencia que no recuerda tanto a Virginia Woolf como a los personajes más oscuros de Georges Bataille (el triángulo amoroso de jovencitos transgresores de Historia del ojo, o el desenfreno incestuoso de la extrema Mi madre). Habilitando la insensatez y la irracionalidad como campo de maniobras, desactivando los paraísos perdidos que nunca fueron tales, la novela de Ariana Harwicz es un tour de force que bien puede desafiarnos como lectoras o expulsarnos como de una trompada.
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