Viernes, 3 de octubre de 2014 | Hoy
URBANIDADES
Por Flor Monfort
1984. Un diseñador, célebre en todo el mundo por representar a las maisons más famosas e imponer tendencia a todo lo que pone su firma, decide intervenir su propio desfile en la Semana de la Moda de París con pancartas y consignas feministas e igualitarias. Allí pasean las más lindas con carteles que rezan máximas de la época como “Divorcio para todos”, “Hagamos la moda y no la guerra”, “Votá por vos” o “Los varones debieran embarazarse también”. Los colores vibrantes conviven con tweeds, vestidos con texturas y siluetas irregulares, y las chicas marchan desordenadas como en una verdadera marcha popular que celebra las democracias florecientes. Sólo una leyenda es misteriosa: “Más tweed y menos tuits” pasa desapercibida en el despliegue de colores típicos de la década flúo: fucsias, violetas y plateados resplandecientes.
Pero no. Resulta que la postal que fue noticia en los principales medios del globo no tiene 30 años de antigüedad. Fue la semana pasada, en el evento fashion que marca el pulso de lo que vamos a usar todos y todas de acá a la próxima temporada. “Innovador”, “moda feminista”, “desfile contestatario” titularon algunos periodistas las fotos del evento; allí las celebrities se mezclan con las cartulinas prolijamente escritas y los altavoces recién salidos de fábrica. Todo brilla de tanto lustre.
Lejos de apropiarse de la indumentaria como lugar de resistencia y resignificación, la gesta de Kart Lagerfeld atrasa más que tres décadas. No sólo porque eligió las consignas más bobas del mundo (en un país que fue pionero en una legislación que permite a las parejas divorciarse que data de 1804, pedir divorcio para todos parece más cerca de la errata que del acierto: ¿habrán querido decir “matrimonio”?) sino porque las mezcló con esa moda que, lejos de incomodar, se acomoda como adorno en el cuerpo de las mujeres que parecen padecerla con sonrisas forzadas, como esos tacos insufribles que popularizara Sara Jessica Parker en Sex and the City.
Con todo lo que hay para decir de identidades y sexualidades diversas, de volúmenes diferentes y de la máquina de coser como emblema de un sistema que aprieta a muchas y viste a pocas, Lagerfeld va por lo obvio pero abre una nueva pregunta: ¿el feminismo está de moda?, con el envión de las buenas intenciones de Emma Watson y la estela chic que dejan las muchachas de Femen desnudas y pintadas por los eventos más mirados, parece que ser femme es tan canchero como las uñas con apliques y las tachas como accesorio de noche y día.
En la otra vereda que su colega Miuccia Prada, quien fuera fotografiada en más de una revuelta sesentosa con quema de corpiños incluida y luego musa y amiga de Yves Saint Laurent, Lagerfeld hace del gesto “rebelde” un guiño cómplice al mainstream más barato. ¿Un asesor que agregue palabritas mágicas como “aborto”, “violencia” o “misoginia” no había en el “back”?
Si el burka sigue vistiendo la corporalidad entera de miles de mujeres, la androginia puede dar una nueva vuelta de tuerca con lxs modelos trans en las portadas más vendidas y el corte a lo garçon se regenera de la mano del icono pop Miley Cyrus; de feminismo en las grandes ligas de consumo se puede hablar siempre. Basta pedirle a la diosa de Gisele Bündchen que se sume a la causa, ella que da la teta en medio de las producciones de fotos, o a Tyra Banks, que mostró el vaivén de sus tetas no hechas en cámara, o a Julia Roberts, que fue a una entrega de premios con las axilas pobladas de bellos vellos negros, para que los fotógrafos disparen y la prensa, por fin, dé cuenta de algo que hervía en los sixties de Miuccia: la moda disciplina pero es ineludible como sistema de producción, ¿qué mejor que ella para dar cuenta de la desigualdad? Y si tuiteamos menos y nos ponemos más tweed como Karl propone, no sólo nos morimos de calor, nosotras diosas del Hemisferio Sur, sino que pensamos en mucho menos que en 140 caracteres y con varias décadas de atraso.
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