Viernes, 31 de octubre de 2014 | Hoy
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El documental La bella tarea, de Albertina Carri y Marta Dillon, esboza esas otras formas de parir que el sistema médico pretende robarles a las mujeres, empezando por el propio parto filmado de las realizadoras.
Por Marina Yuszczuk
Debe haber pocas cosas que una directora de cine pueda filmar y un director no, o quizá solamente una: filmar su propio parto. Pero La bella tarea, el documental sobre partos que Marta Dillon y Albertina Carri realizaron para CDA (Contenidos Digitales Abiertos), no es un documental como otros. A los pocos minutos de empezar, después del parto doloroso de Penélope Cruz en Carne trémula de Almodóvar y de presentar al crítico Gonzalo Aguilar comentando las representaciones clásicas de partos en el cine –de La mosca de Cronenberg a El bebé de Rosemary de Polanski–, la cámara revela a Albertina Carri frente al espejo, en bombacha y con una panza que parece a punto de explotar. Los gemidos de Carri, todavía suaves, reorganizan todo lo que se vio antes y lo que se verá después, en los cuatro episodios que abarca el documental; porque la información, los testimonios y las parejas pariendo que aparecen en la película, se ordenan alrededor de un centro que es tan poderoso como un imán: la experiencia de las propias directoras que le ponen el cuerpo, en el momento de máxima intimidad de parir a su hijo, a un tema que muchas veces se encara desde voces supuestamente más autorizadas, legislativas, médicas, académicas. Y masculinas.
La bella tarea explicita desde el principio desde qué posición está filmado: hay dos mujeres detrás de la cámara, detrás de la información. Mujeres que parieron, y que eligieron parir de cierto modo: en casa, acompañadas por parteras, lejos de la institución. Cuando las contracciones se vuelven más intensas, Carri le pide a su pareja y co-directora que sostenga la cámara y así dolorida, pero con la libertad de moverse a gusto en su casa, de elegir las posiciones y manejar su propio ritmo, continúa su trabajo de parto. El primer capítulo, “El grito”, va y viene entre la casa de Dillon y Carri, y los pasillos de hospitales, las declaraciones de obstetras y parteras, para retomar a las directoras al final, cuando los gemidos se convierten en gritos y Carri, desnuda y sentada en un banquito, se prepara para la culminación mientras su mujer la sostiene por detrás, con los pies bien plantados en la tierra, los músculos tensos. “El grito” deja de ser en ese punto el concepto que anuda el episodio de un documental, ilustrado por una docena de karatecas vestidos de blanco que patean hacia la cámara, para pasar a ser el grito de Albertina Carri, una mujer que está pariendo y filmándose parir y que, como un sensei, poderosa, llena de valor, libera a su hijo y se libera.
Carri y Dillon ya habían encarado el tema de las paternidades y maternidades en la ficción 23 pares, que se emitió por Canal 9 en 2012 y ahora puede verse online en la página de CDA. En aquella ocasión, el aspecto genético, la herencia, se puso en juego desde historias particulares, así como este nuevo documental desplaza el centro de la cuestión hacia la mujer que está pariendo, y con un movimiento similar se aleja del discurso médico que quiere monopolizar el arte de traer hijos al mundo. Lejos de eso, Carri y Dillon exploran los modos reales de parir y en su recorrido tantean, buscan figuras que puedan dar forma a eso que las mujeres no llegan a decir o que improvisan cuando tratan de explicar racionalmente lo que es un parto. La energía del grito en el karate (un grito que no es de dolor sino que es poderoso), la sabiduría de conocer y respetar el ritmo del mar cuando los surfistas quieren aprovechar la fuerza de las olas, o la expresividad muda de una bailarina que representa el momento de parir casi como un trance místico donde el dolor y la intensidad del arrebato se vuelven indiscernibles, son algunos de los recursos que usan las directoras para dar una forma plástica a la experiencia del parto, que lo sustraiga de las representaciones tradicionales donde la cadena de dolor-intervenciones médicas-pasividad de la mujer-peligro se repite sin vueltas.
Eso, y las voces amorosas de las parteras, desde aquellas que aprendieron el oficio por tradición hasta las que, después de elegir la obstetricia, dieron un volantazo en el camino para recuperar los modos ancestrales de parir, que no son nada excéntricos y existen mucho antes de que la institución médica, se apropiara de los partos. Cámara en mano, La bella tarea también emprende un viaje que se aleja del centro –de Buenos Aires, con sus clínicas y sus instituciones y sus medios de prensa y un sistema médico que tiende a estandarizar lo que es variado e indomable– para ir en busca de las parteras tradicionales del Norte, o de las huerteras bolivianas, nacidas en una estirpe de mujeres que se agachan para parir, y que explican el encuentro conflictivo con la institución mientras cosechan frutillas.
¿Quién habla sobre los cuerpos de las mujeres, sobre sus partos? ¿Quién puede hablar? Por encima del bla bla de las opiniones, las explicaciones y los argumentos, o al costado, hay otra dimensión que Dillon y Carri van a buscar a la parte más recóndita de las casas de ciertas familias, o de las salas de parto de los pocos hospitales que les abrieron las puertas. Y que es esencialmente cinematográfica, recostada en el poder y la elocuencia de las imágenes, en lo contundente de mostrar aquello de lo que se habla todo el tiempo, pero sin experimentarlo, sin tratar de tocarlo un poco más de cerca. Por eso, durante y después del trabajo de parto, Carri y Dillon hicieron el trabajo de reunir una serie de testimonios, experiencias, figuras, para mostrar ciertos modos de parir, no sólo en contraposición a los pros y los contras del parto conducido médicamente (y sin caer en el “¿Qué es mejor?” o en ningún tipo de debate binario que pretenda invalidar alguno de los modos de traer a los hijos al mundo) sino en su naturalidad absoluta, cuando no hay voces ni manos soberbias que compliquen lo que puede ser bastante simple.
Se trata de redefinir el concepto, y ése es uno de los alcances invalorables de un documental que persigue algún tipo de belleza creada por las mujeres y sólo para ellas. Porque si es bella una mujer maquillada y vestida, con el pelo alisado y unos buenos tacos (aunque le hagan doler los pies), una mujer desnuda que está pariendo es una cosa que en cambio se tiende a ocultar, a ignorar. Los pezones renegridos, la raya en el centro de la panza, el ombligo casi salido para afuera y el culo levantado cuando la parturienta se pone en cuatro patas, son imágenes que están afuera del sistema: ni al cine ni a la tele ni al porno ni a la publicidad le sirven o le interesan, no entran en ningún canon, son imágenes salvajes, o decepcionantes, o intratables, porque no están armadas para ningún ojo. Nuestra cultura no tiene ojos para los partos, y hasta las mismas mujeres se resisten muchas veces a ver a otras mujeres parir. Será porque ahí no hay pose, y la estética no puede amansar hasta volver “lindos” esos momentos de entrañas, líquidos y caca; por el contrario, ensimismadas, en trance, las mujeres abren las piernas con poca o ninguna conciencia de cómo se ven sus conchas oscurecidas a punto de estirarse y de expulsar una cabecita cremosa. Están viviendo algo que es de ellas solas, de ellas y sus parejas y sus hijos. Y si una cámara se escurre ocasionalmente para registrar esa intimidad, o si una directora de cine regala, como un don, la imagen de su propio parto, no queda más que sentirse agradecida de que a una le dejen ser parte del secreto.
La bella tarea se puede ver en: cda.gob.ar/serie/1390/la-bella-tarea
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