En la entrada, dos señoras de vestido negro y sombreros con plumas nos invitan a atravesar la terraza que se dirige a la cúpula del histórico edificio Bencich, donde se encuentran los Estudios Caracol. Luego, una joven nos pide que la acompañemos. Escuchamos que alguien nos grita desde arriba. Baldazos de agua fría son lanzados desde una ventana por esa voz, esa mujer que no llegamos a ver nítidamente. Los esquivamos y accedemos finalmente a la primera sala. Recuperamos la calma. Nos convidan vino y un joven, violín en mano, musicaliza el momento. De ahí en más, hay un quiebre. De a poco, vamos perdiendo noción del tiempo y el espacio, a medida que subimos la escalera caracol. En cada habitación nos espera una historia distinta, una mujer. Una suicida, otra culposa, una viuda, otra asesina, o varias asesinas, y la última envuelta en su locura y rodeada de ratones que la saben escuchar más que las personas. Todas de algún modo u otro son víctimas. A través de la versátil y excelente composición de la actriz Florencia Carreras, estas cinco mujeres nos sumergen en sus historias, de amores, de deseos, confesiones. Se desnudan desde la propia versión de sí mismas y, pese a las situaciones límite que atraviesan y de poner la moral en juego, finalizamos teniéndoles ternura, compasión, aunque también miedo. Imposible no pensar en Silvina Ocampo sobrevolando todo y riendo en algún rincón. Pero es con la guía, interpretada por la actriz Anabel Dopslaff, que también esta trama se teje con el espectador, que esta suma de invenciones de a ratos permite salir del pacto ficcional y volver al presente, a la reflexión sobre la escritura. Y advierte: “No inventes lo que no quieres que exista”.

El título es parte del poema “Epigramas” del libro Ejércitos de la oscuridad, de Silvina Ocampo, en el que proyectos de cuentos se mezclan con reflexiones y sueños de la autora. Fue uno de los disparadores para darle un giro al guión de la obra que hasta hace un tiempo se hacía en una vieja casona de Palermo. Agustín Pruzzo, actor, director, dramaturgo y docente, formado con Tritek y Audivert, entre otros, es quien decidió ampliar el espectáculo que Florencia hacía basándose en cuentos de Silvina, y luego de su lectura del libro es que decide incorporar a la segunda actriz, como un alter ego. “Me interesó sumar la pregunta por la necesidad de narrar y de compartirlo; la relación entre lo que realmente sucedió y la narración de esa realidad, y ahí poner a jugar los puntos de vista de los personajes, quienes transforman y resignifican esa narración, y trasladarlo al público, con quien hay un acercamiento íntimo”, aclara. Para Florencia, en esta tarea que roza lo performático lo interesante estuvo en encontrarle “una voz particular a cada mujer. La que más me costó fue la primera, con su tonalidad suave, distinta de la mía, con otra corporalidad. Es la escena más íntima con el público. Y este lugar me posibilita sumar a la ciudad como parte de la obra, dialogar con ella. Por ejemplo, en una de las funciones me escucharon gritar en la escena final, y desde afuera oí un ‘Locaaaa’, y me surgió contestarle”. Esto parece suceder todo el tiempo, mientras en el sótano aguardamos a que la última mujer decida salir del edificio, que acepte que será demolido. Las ratas invaden su monólogo y el camión de la basura estaciona para juntar las bolsas acumuladas en la esquina. Un aroma a otros tiempos, las paredes que se descascaran aún más: todo parece caer con esa demolición, ficcional, pero que tanto se ensimisma con la caída libre de las protagonistas.

No inventes lo que no quieres que exista. Ultimas funciones, viernes 31 de octubre y 7 de noviembre, a las 21 y 23. En la cúpula de Estudios Caracol, Edificio Bencich, Roque Sáenz Peña 615. Reservas a: [email protected]