En muestras conjuntas o solitarias, las sádicas niñitas y mocitos de Maria Rubinke (1985) se han presentado por cantidad de galerías del mundo, afianzando la fama recién amasada de esta joven artista danesa con base en Copenhague. No es para menos: egresada de la Real Academia de Bellas Artes y de la Escuela de Vidrio y Cerámica de Bornholm, la muchacha ha demostrado ser ducha en las bondades del horror, para gusto de aficionados a la pavura bien ejecutada. Después de todo, ¿qué mejor combinación para el susto que pequeñuelos ensangrentados, en pose cursi, kitsch y sobrenatural? “¡Bebés de Belcebú!”, “¡Párvulos de Satanás!”, declaman encantados críticos al momento de describir a estos querubines de porcelana en franca escena sanguinaria. Cupidos cadavéricos, chiquitas con seso a la vista, autoflageladas criaturas que no temen al cuchillo, a arrancarse sus propios ojos, a desangrarse por propia voluntad...

“Trabajando con clásicas muñecas de porcelana, Maria permite que lo incomprensible y caótico del subconsciente aflore, distorsionando presuposiciones, sometiendo a niñas pequeñas al contraste de la locura plena. Al igual que los surrealistas, tematiza la complejidad de la psique humana a través de un lenguaje formal muy personal que, a su vez, transforma el carácter tradicional de los objetos”, sintetiza el sitio web de la galería Martin Asbaek que la representa y por la que ella presentará novísima pieza el año próximo en la reconocida feria ARCOmadrid. Ergo: objetos tradicionalmente encantadores y pasivos se metamorfosean en sádicos ejemplares que harían temblar al mismísimo Chucky o a la más reciente Annabelle, entre otros figurines cinematográficos con clara tendencia homicida. Dulzura distorsionada, bosques pesadillescos, guiños a leyendas de otrora, completan un escenario delicado creado por una escultora bien, bien gore.