Viernes, 31 de octubre de 2014 | Hoy
VISTO Y LEíDO
La escritora Liliana Colanzi nos sumerge en aguas heladas en su último libro, La ola, y difunde la literatura de su país, en busca de romper fronteras.
Por Carolina Selicki Acevedo
Siete cuentos componen el nuevo libro de la escritora Liliana Colanzi (Santa Cruz, Bolivia, 1981) titulado La ola (Montacerdos, Chile, 2014). Como el título sugiere, los protagonistas de cada historia están atravesados por el agua, muchas veces turbulenta y poco transparente, para colocarlos frente a sus mayores miedos, para salvarse o ahogarse. Su escritura es voraz y no admite estómagos blandos. Desde una joven que decide abortar con la ayuda de un amigo de la facultad, a un empleado de campo que dice hablar con extraterrestres y predecir el futuro, pasando por la prematura muerte de un niño a causa de un asma o los suicidios de siete estudiantes en el campus de la Universidad de Cornell, Estados Unidos. Mandatos impuestos, sobreexigencias académicas, familias conflictivas y un punto en común: el exilio como una válvula de escape con la certeza de que tarde o temprano se volverá al origen, como la espuma que vuelve sobre la orilla. Es que presente y pasado, realidad y ficción, se mezclan en los relatos, tres cuentos de su ópera prima Vacaciones permanentes (El cuervo, 2010) y cuatro cuentos del que será su próximo libro: Mordor. “Como el territorio oscuro de El Señor de los Anillos, Tolkien se convirtió en una referencia entre amigos. Así solemos llamar a Bolivia, en clave de chiste. Hay un ojo de cuya mirada no se puede escapar. Es un ‘gran hermano interior’. La ola es el libro bisagra entre ambos”, adelanta Colanzi.
Su modo de narrar combina la reescritura detallista con la riqueza de descripciones que logran un sello con el pacto de verosimilitud. Pero también incluye la denuncia, el análisis de la experiencia dentro y fuera de su país, quizás influenciada por su ejercicio periodístico, ya que Liliana es comunicadora social, con una maestría en la universidad inglesa de Cambridge, trabajó en medios gráficos y ha colaborado con Etiqueta Negra y Letras Libres. Fue coeditora de la antología de no ficción Conductas erráticas (Alfaguara, 2009), editó la antología bilingüe Mesías/Messiah (Traviesa, 2013) y fue una de las cronistas reunidas en Bolivia a toda costa. Crónicas de un país de ficción (Editorial El cuervo, 2012). Actualmente reside en Estados Unidos y realiza un doctorado en literatura comparada en la Universidad de Cornell. En Vacaciones permanentes abordó la adolescencia, “temática bastante ignorada en Bolivia, donde hay una tradición más social o nacional; además me interesaba trabajar la familia como el lugar de la violencia original”, dice Colanzi, quien a mediados de 2010 sufrió una adicción al clonazepam –recetado por una psiquiatra– tras utilizarlo para poder cumplir con lecturas numerosas y el rigor de la facultad estadounidense, y luego de combatirla incursionó en un nuevo modo de escribir: “Ahora soy menos solemne. Después de que se te han distorsionado los sentidos no puedes ver de la misma forma. El desorden de la percepción, sus extremos, la relación con la tecnología es en lo que estoy trabajando”. Otra de las batallas, pero en lo literario, ha sido su apuesta a la crónica, “aún incipiente en Bolivia” y ahora su defensa de las editoriales independientes latinoamericanas y de una mayor pluralidad temática y genérica: “La literatura allá es predominantemente andina, realista y poética. Y los Andes es sólo una parte de Bolivia, yo vengo del oriente, y eso casi no está representado, la ciudad de la selva, de los valles. Faltaría una exploración de géneros. Y pese a que muchos vivimos afuera, Bolivia sigue siendo el centro de lo que narramos”. En su paso por Argentina, dos nombres resuenan entre sus escritoras preferidas: María Virginia Estensoro e Hilda Mundi, ambas vanguardistas en su época, aunque injustamente ignoradas.
La ola se consigue en Eterna Cadencia, Honduras 5574, CABA.
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