Viernes, 19 de diciembre de 2014 | Hoy
PANTALLA PLANA
La serie británica Black Mirror está conformada por siete episodios independientes que muestran cómo la tecnología puede estupidizar a las personas.
Por Silvina Herrera
Una humillación, un dilema ético, la parte de atrás de la utopía imposible, como los miedos más profundos que se hacen realidad en una pesadilla que empieza a existir de verdad. Todo eso estalla y se condensa en cada uno de los siete capítulos de las dos temporadas de Black Mirror. En cada uno de los episodios independientes, los protagonistas ven cómo sus temores más oscuros se vuelven reales a través de la tecnología y los recursos futuristas más imaginarios, pero creíbles y cotidianos. La serie británica cuenta siete historias autónomas, que empiezan, se desarrollan y terminan en cada envío, con personajes diferentes y líneas argumentales distintas, como películas cortas, pero que tienen en común la transgresión de los límites. Todos colocan al ser humano en el lugar contrario de la condescendencia, lo llevan al extremo de sus posibilidades hasta que tiene que hacerse las preguntas más incómodas para saber si su vida va a cambiar y nada volverá a ser igual. Las situaciones que se cuentan están siempre expresando un exceso, ponen a los personajes en la obligación de tomar una decisión que los modificará por completo. El entorno que los rodea es frío y distante, a veces trágico, apático, pero hostil, y la tecnología en vez de acercar a las personas las aleja y las hace todavía más infelices.
El lugar de la mujer a veces es de poder, otras de esclavitud, y en otras pelea para lograr un espacio en la sociedad. Los distintos episodios ponen de manifiesto las formas en que el feminismo y el machismo se manifiestan, y hace pensar sobre la hipocresía y el egoísmo en la forma de vincularse con lxs otrxs.
En el capítulo inicial, el primer ministro de Inglaterra es obligado a tener sexo con un cerdo en la televisión para que liberen a la princesa que fue secuestrada. Intenta escapar de todas las formas posibles para no hacerlo, pero una de sus colaboradoras le dice que es la única forma y que tiene que enfrentarlo. Es el menos logrado de todos, por lo desagradable y efectista. El segundo es Un mundo feliz del futurismo desolador. Atrás puede verse la tradición de ciencia ficción existencial a lo Huxley y Orwell, pero a pesar de la falta de originalidad el capítulo es brillante por el manejo de la ironía, de la crueldad al servicio del consumo y de cuestionar cómo el sistema se apropia hasta de las personas más críticas. Una chica linda es llevada a la pantalla y se prostituye para escapar de la rutina. El último de la primera temporada cuenta cómo un hombre se vuelve obsesivo al intentar descubrir la infidelidad de su mujer, a través de los recuerdos grabados en su cerebro, un dispositivo impregnado en el cuerpo muestra todas las vivencias como en una película, una trama que recuerda a Días extraños de Kathryn Bigelow.
La segunda temporada arranca con otra pareja, esta vez él se muere y ella se crea una especie de Frankenstein tecnológico que le copia la voz y los modos de ser, a través de sus archivos de computadora. Se parece mucho a la película Her, pero más descarnado y menos hipster. Parecería que al final se da cuenta de que es más sano estar sola que acompañada por alguien que no es real, y se manifiesta lo difícil que es enfrentar la soledad. El segundo episodio es tal vez el más tremendo y desgarrador de todos, al borde del golpe bajo. Una mujer con amnesia es perseguida por asesinos, mientras la gente la filma con sus teléfonos sin reaccionar a sus pedidos de auxilio. Todo resulta ser una farsa para hacer justicia de un modo bastante polémico, que se transforma en un show televisivo. Es la metáfora perfecta de la alienación de los individuos por medio de sus pantallas. Los medios de comunicación se volvieron un espectáculo que oprime la identidad, anula las individualidades y mata cualquier tipo de empatía o solidaridad con las personas que están al lado. El último tiene una connotación más política, con un oso animado que se burla del candidato de turno.
El 16 de diciembre se estrenó el especial de Navidad, con la participación de Jon Hamm, que podrá verse en la Argentina por I.Sat. El nuevo episodio tuvo fantasmas y un revival del terror de los ‘70.
Black Mirror muestra cómo es la vida intervenida por las pantallas negras de los monitores, y un pesimismo sádico recorre todos los episodios. No se puede huir de la realidad, y el deseo de comunicarse es sólo una ilusión ingenua que termina en desesperanza. Cada guión es una metáfora para la realidad, pero la traspasa para darle una dimensión estética y genial, porque los simbolismos al final son cáscaras: lo que importa es lo que se ve, que es devastador.
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